“Que se callen las balas, que quiero escuchar un bolero”
Colombia es un país que bien ha sabido escribir en las páginas de su historia con sangre cuánto nos ha costado la inequidad social, la acumulación de tierras en manos de unos cuantos, una justicia hecha banquete del mercado y los grandes potentados, no estar de acuerdo, no reconocer al otro y a la otra en un escenario de construcción de sociedad, de política y de país. Este país ha sido históricamente incapaz de aceptar la oposición política, y eso se ha convertido en la columna vertebral del conflicto armado y político, que durante más de 60 años se ha librado en nuestros campos y ciudades.
En este país, las ciudades y los campos en manos de los mandatarios de turno se encuentran sumidos en el debate ambiguo y trasnochado de la PAZ, buscando legitimarse como garantes de esta, aun desconociendo y echando en saco roto los diversos intentos y momentos de “paz” que se generaron alrededor de intentos por desescalar el conflicto político armado y los estragos de la guerra.
Y es que resulta difícil entender cómo este país avizora la PAZ como un estado pleno en resultado de una gestión presidencial, sin tener en cuenta los antecedentes de los procesos de negociación que Colombia ya vivió durante diferentes momentos históricos, y que han sido reducidos a “episodios nefastos”, como si el país fuese una tragicomedia; la negociación y posterior desmovilización del M-19, el Movimiento Armado Quintín Lame la negociación con el EPL, el Caguán, y la falsa desmovilización de las AUC, son premisas que no se pueden relegar únicamente al pasado, tienen que trascender y generar preguntas que permitan la construcción de políticas reales para lograr avanzar en la consolidación de lo que en La Habana se pacte, y en las urnas se refrende.
El país tiene una deuda política con relación a dichos procesos. Es inaceptable hoy promover la #PazTerritorial cuando no se ha hecho ningún balance objetivo y político a los que nos ha costado cada uno de estos intentos. Ciudades como Medellín no han hecho un balance de lo que le costó la negociación con el M-19, y la ubicación de campamentos de esta guerrilla en las periferias de la ciudad mientras se desarrollaba dicho proceso. Como ciudad incubadora del paramilitarismo y laboratorio de la “Seguridad Democrática”, no hemos hecho un balance de los inmensurables costos sociales, económicos y políticos que hasta hoy aun pagamos con creces. Y como país, no hemos podido aun superar el desplante de Marulanda a Pastrana en el Caguán y analizar con sensatez y sin fundamentalismos ideológicos, todo lo ya nombrado.
Durante semanas, las redes sociales y la opinión pública se debaten por determinar si Medellín está preparada para la PAZ. Yo me atrevo a decir que NO, y que este país tampoco está preparado para construir sentidos y vivencias de paz, que no hay garantías en medio de escándalos y señalamientos políticos, en donde en vez de apoyar una justicia que OPERA Y FUNCIONA, los mandatarios y concejos municipales de turno, se conduelen de la suerte de quienes han sido aliados del proyecto paramilitar y hoy tienen que responder ante el país y la justicia.
No queda claro si lo que buscamos es ¿ciudades para la PAZ o PACIFICACIÓN para las ciudades? Bien lo dijo el Presidente Juan Manuel Santos, “Si gana el NO, se acaba el proceso”, y es que si los diálogos no son la ruta, lo será el sometimiento del “enemigo” el silenciamiento del “opositor”, la militarización de los territorios, y el uso de la fuerza bélica para “mantener la estabilidad nacional”.
Mientras aquí algunos y algunas no reconozcan su responsabilidad política en más de medio siglo de conflicto político y armado y se sigan escudando en sus curules y desde sus puestos de burocracia invoquen a la guerra y al odio, mientras que no sean claros en los acuerdos ya firmados cuáles serán los mecanismos para recibir a quienes se desmovilicen, los procesos de reinserción, la ruta a seguir para impartir justicia ante quienes se nieguen a acatar el “Si” en caso de que gane en las urnas, mientras no sea claro el mecanismo de justicia y política pública que garantizaran la no repetición, lo que tendremos es una PACIFICACIÓN.
Invito a que por un momento reflexionemos el momento que vive el país. La PAZ ya está hecha en cada escenario donde se privilegie la vida y el reconocimiento del otro y de la otra, ya la hemos venido construyendo en los territorios, lo que no hay y no tenemos y se nos ha negado históricamente es el acceso y el goce de una VIDA DIGNA Y LIBRE DE MISERIA, superar las causas estructurales de la guerra es el fondo del debate. Y la PAZ es el estado pleno donde la vida con justicia social no está condicionada por la burocracia o la orilla política desde la que lanzamos piedras.
No es la PAZ lo que se pactara en La Habana, pues la paz la hemos construido durante años los colombianos y colombianas que nos hemos negado a seguir jugando a la guerra; la PAZ entendida como superación de la violencia y construcción de alternativas al actual modelo de vida, ha sido bandera durante años en los procesos sociales, comunitarios, movimientos políticos, afros, indígenas, artísticos, de mujeres, en las expresiones juveniles y culturales que han nacido y se han dignificado en medio de la adversidad y de la desesperanza echa discurso de políticos y burócratas; Lo que se pactará en La Habana es la oportunidad de escribir un capitulo sin balas, sin minas antipersona, sin secuestros, sin collares bomba y sin hostigamientos militares como herramientas y medios para hacer política en Colombia.
Por eso reitero que para la Guerra y la PACIFICACIÓN no pongo nada, pero por la PAZ lo seguiré dando todo.
“Matar a una persona por defender un ideal no es defender un ideal, es matar a una persona”
Comentar