Cuando el cuerpo es político

Ser mujer en el mundo. Por mucho tiempo creí que eso no nos diferenciaba más de lo que nos diferenciaría tener el nombre que tengamos, o que nos gusten las cosas que nos gustan. Conté, es verdad, con un ambiente familiar que propició que me demorara en darme cuenta que sí, el hecho de ser mujeres nos diferencia de maneras sobretodo dañinas y limitantes para nosotras. Para ellos también, pero en el costado más afortunado.

Luego, aún, forjé espacios donde me sentía tan a la par de todos los que me rodeaban, muchas veces mayoría masculina, que incluso no entendía por qué existía eso que llamaban feminismo. Me parecía, equivocadamente, que el espacio de la igualdad se lo ganaban las que se lo forjaban.

Pronto me pude ir enterando por mis propias experiencias, especialmente al salir del nido y empezar a «ser mujer en el mundo», de por qué existía y más, que si quería seguir defendiéndome como soy, también tendría que decirme feminista. Porque, efectivamente, me fui percatando que en vez de que se estimule, de una mujer no se esperan decisiones libres y autónomas, de una mujer no se espera que escoja ciertos quehaceres, de una mujer no se espera que se haga escuchar y que proponga sus visiones del mundo dentro del juego social.

No se espera que tengamos el mismo nivel intelectual que el que se espera de un hombre, y al haber las que sí, se toman como la excepción de la regla, y se cambia del todo la manera de relacionarse con estas que son “especiales”, especialidad que no buscamos. Eso sin contar que pocas veces se les otorga la misma posibilidad de que se desarrollen intelectualmente como a un hombre, pero esto ocurre de formas tan veladas y silenciosas que demoramos tiempos preciosos en darnos cuenta.

No se espera que ande sola, o que escoja con quien andar o no andar, y si se atreve, pueden caer sobre ella las peores consecuencias, y, en ese caso, no se espera que sea responsabilidad de nadie más además de ella dichas fatalidades. Sabía que no debía estar sola, o, ellas, solas, porque dos o más mujeres juntas también se cree que están solas.

Si se espera, sin embargo, que una mujer sepa de ciertas cosas básicas de la vida que es aceptable que los hombres no tengan idea. Y si el hombre las maneja, o malo para él, marica, o qué tan aplicado, si la mujer no las maneja, pobrecita, pendeja, cómo la dejaron (sus mujeres educadoras) a medias sin eso.

Se espera que no se pronuncie al respecto de las cosas que va viendo que por tener el cuerpo que tiene la va afectando de forma diferente. Si lo hace ¡oh, escándalo! Se espera que hable de una forma que corresponda con la delicadez y suavidad que se espera también que deba translucir en todo su actuar.

Se espera que acompañe, que sirva, que consienta. Se espera que sea igual a la idea idealizada que se tiene de mujer, y si no la cumple, pues queda el sin fin de nombres despectivos e insultos para incriminarlas, y aun incriminándolas, así sirven, porque juegan el rol que las que cumplen con lo esperado no juegan.

Tengo que decir que me encanta la convivencia, la diversidad, la pluralidad e incluso que nos complementemos, como dijo la reina, y me encantaría poder decir que todas las afirmaciones anteriores parten de una hipérbole. Pero no, parten de pequeñas experiencias muy cotidianas, tan cotidianas que antes de pensarlas duelen, asustan, aterran o dejan sin respuesta. Incluso, todavia me sorprenden por bajarme de la idea, que no logro abandonar, de un mundo en que por el hecho de ser mujeres no tendríamos que necesariamente defendernos y sobreponernos a ese hecho, solo lo seriamos, y desde ahí nos compartiríamos, como personas, antes que otra cosa.

Uno esto no lo nace sabiendo, aunque nazca con este cuerpo, pero esto se experimenta en las pieles y corazones, poco o a poco, y por fin se asume, a veces sin haberlo querido. Por eso decidir romper con los “se espera” de una mujer es una decisión que nos va haciendo más y más conscientes de que, aunque sea tácitamente, de las mujeres no se esperan muchas cosas y se esperan otras tantas solo por el hecho de ser mujeres.

Tan cotidianas son las experiencias que voy percibiendo, que las cuento así: generalizadas y sin personajes porque si no sonaría a que estoy buscando pleitos, pero se van sumando y dejando la certeza de que ser mujer y no abdicar de ser uno mismo implica tener un cuerpo político en que cada acción y en cada decisión habla por una y por todas. Y no me malinterpreten, no estoy quejándome, no me gusta, más bien comparto mis constataciones perplejas y a veces impotentes.

Isabel Pérez Alves

Colombobrasileña, aunque eso no quiera decir mucho. Geógrafa en vías de ser, lo que tampoco quiere decir mucho. Indecisa de nacimiento y contradictoria por opción. Insisto en lo imposible, porque de lo posible se sabe demasiado. Escribo, para mirar las cosas de otro punto de vista, leo. Nado, traduzco y pedaleo, todo como amateur. Colecciono nubes y atardeceres.

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