La gran revelación de WikiLeaks

Cero. Últimas noticias sobre el periodismo

 

Leo en El País (España, 12 de julio de 2014) una noticia inquietante. Si no me equivoco ha pasado prácticamente inadvertida. ¿Su titular? «El periodismo se enfrenta al reto de los robots que elaboran noticias».

Me pondré levemente sarcástico: por las noticias que en ocasiones nos sirven los periodistas, por las informaciones que a veces tenemos, hemos de pensar que hay un robot cerca del teclado. «Parece ser que la Asociated Press ya emplea máquinas, programas informáticos, para producir información», leemos en el lead. Esto confirma el mal estado de la prensa. Si una agencia tan prestigiosa como AP emplea máquinas sin alma, entonces es que estamos en las últimas, en las últimas noticias del periodismo.

Cristina F. Pereda, del diario El País, pasa a describir la circunstancia, no sé si con entusiasmo o con resignación. «El 50% de los actuales puestos de trabajo de EE UU podrán ser automatizados en 25 años, según un informe de la Universidad de Oxford publicado en 2013. Una vertiginosa predicción que acaba de cobrar aún más velocidad en el ámbito del periodismo, ya que la agencia Associated Press ha comenzado a utilizar robots para producir noticias automáticamente (…). El diario The New York Times, faro en el horizonte para las grandes publicaciones, ya produce información deportiva creada por algoritmos matemáticos que incluso valoran las decisiones de los entrenadores de béisbol».

El objetivo «es liberar a los profesionales de una tarea tediosa que requiere apenas creatividad y que puede ser reproducida por una máquina con supervisión mínima de un ser humano. Los robots se encargarán de publicar el qué, quién, cuándo y dónde de una noticia. Los periodistas averiguarán el cómo y el porqué».

¿Tarea tediosa? Cuando un historiador acude a una hemeroteca a leer las noticias del pasado, elaboradas por seres humanos, su labor pasa por momentos de tedio, ciertamente. Largas horas de lectura improductiva. O no. Nadie dijo que el trabajo fuera un circo o una juerga. El trabajo, como su etimología indica (tripalium, instrumento de tortura medieval), es un tormento. Estar largas horas elaborando un escrito que tenga coherencia es difícil y pesado. Resulta fatigoso estar recopilando información para fijar un relato.

Un técnico del periodismo digital insiste en El País en que siempre habrá «un editor que tenga que encargarse de añadir el ‘color’, el contexto de una crónica deportiva que no puede carecer del ambiente en el terreno de juego o en la grada». No sé si alegrarme o entristecerme. ¿La máquina frente al ser humano? No hay color…

“Es imposible», añade el experto, «que un robot sea capaz de escribir una crónica de ambiente, un reportaje interpretativo o la noticia de un acontecimiento en el que el periodista ha estado presente, ha recabado información directa y puede aportar su propia experiencia”. ¿Es imposible? Una crónica de ambiente se extrae de datos puramente circunstanciales. Un reportaje interpretativo obliga a comprender: las máquinas ya son como nosotros, tan torpes. Una noticia en la que el periodista ha estado presente no implica ser más clarividentes: recordemos a Fabrizio del Dongo en Waterloo.

Lo que este técnico declara a El País es algo más viejo que la escritura: que lo propio del ser humano es relatar, contar, poner en orden datos para así detallar una historia. En uno de sus libros, Gregory Bateson precisa el caso de un ordenador que realizaba todas las operaciones más banales. «¿Cuándo seré como vosotros?», pregunta la computadora a su programador. «Cuando seas capaz de contar una historia…», responde.

Me entra vértigo. Me entra malestar. Me entra incomodidad. No es sólo el rencor que me provocan los robots o los ordenadores: que nos quiten tareas supuestamente banales no me satisface. Es que hay también una concepción entre los técnicos y los periodistas absolutamente errónea según la cual el dato y el relato van separados. No hay tal cosa…

Voy a analizar este asunto, el dato y el relato, en un caso concreto referido a WikiLeaks, un caso que se remonta a noviembre de 2010. Lo que abajo sigue está escrito en tiempo real, en el momento en que se hacía una revelación que escandalizó al mundo. Según la prensa que se hizo eco del asunto, el descubrimiento cambiaba prácticamente la historia. La Historia. Yo me mostré más escéptico, incluso muy escéptico. No he modificado ni una coma de aquel escrito: precisamente para que se vea el análisis del historiador en tiempo real. Para que se vea la consecuencia. Eso ocurría, ya digo, en noviembre de 2010…

 

  1. ¿Qué es lo que nos espera tras la filtración de 250 mil documentos a WikiLeaks? El País, The New York Times, Der Spiegel, Le Monde, The Guardianvan a administrar esos datos, dosificando la información a lo largo de las próximas semanas. ¿Se mantendrá la atención? ¿Se producirá saturación, se provocará desinterés?

            El primer día, la edición impresa de El País dedicaba dieciocho páginas a esta filtración: con datos, con resúmenes, con esbozos, con anuncios de lo que vendrá. De las dieciocho planas, seis correspondían a publicidad. Quiero decir: eran insertos de distintos productos o marcas, casi todos en página impar. La más cara.

Desde el domingo no dejo de preguntarme por los factores de esta revelación y por las consecuencias periodísticas y políticas. Los historiadores no pueden permanecer al margen de esta fenomenal operación. Son documentos, eso con lo que trabajamos; son informaciones clasificadas, eso a lo que casi nunca llegamos. Son datos por procesar que en El País están siendo analizados por treinta periodistas: los están poniendo en orden. Pero no son aún un relato completo, global, coherente.

Por lo que parece, de momento no hay nadie que haya leído los 250 mil documentos. Los periódicos que están publicando la filtración hacen hincapié en lo que esto supone: ingentes informaciones que pueden hacer tambalear administraciones o relaciones. Interesa revelar documentos de Estados Unidos, mostrar los flancos abiertos, dejar al descubierto su diplomacia. Las guerras de Afganistán o de Irak, las maniobras del Departamento de Estado, las presiones de las legaciones norteamericanas para torcer voluntades, para cambiar decisiones.

Nos escandalizamos, con razón, de tantas maniobras. Pero tampoco debemos sorprendernos. Las relaciones de los Estados han funcionado y funcionarán así: con finísimos diplomáticos y con toscos mercenarios o con pérfidos traidores. ¿Y China? ¿Por qué WikiLeaks no nos proporciona grandes filtraciones de China? Estados Unidos es una superpotencia que experimenta un cierto declive tras el poder duro y el poder blando de que se ha servido. China es un país de hegemonía creciente. No sabemos prácticamente nada de su sistema: poca cosa parece filtrarse.

 

  1. 30 de noviembre, 23:15 horas. Acabo de repasar la prensa en papel para ver cómo afrontan los distintos diarios españoles este caso: concretamente, El País, El Mundo y ABC. Es curioso el distinto tratamiento. Por supuesto, El Paísle da la máxima relevancia: forma parte de los periódicos que están publicando la filtración a WikiLeaks. Y lo que hoy revela de la Embajada norteamericana en Madrid es ciertamente preocupante. El problema es que ya nos lo imaginábamos. Las películas de espías nos habían acostumbrado a acciones de presión, a maniobras oscuras, a conspiraciones locales.

Hay páginas y páginas –otra vez– dedicadas a esas revelaciones. Los cuatro diarios y el semanario anuncian semanas de exclusivas. No sé, francamente, si los lectores van a ser fieles a una información que es serial y que se dosifica tras un pacto entre dichos medios. Me considero lector de periódicos, pero no sé si mi interés se va a mantener en las próximas semanas. Como soy humano, supongo que me atraerán aquellas informaciones que sean más estrepitosas, incluso ciertos cotilleos diplomáticos.

Pero yo no me fiaría de mí: mi atención es flotante o declinante. Qué quieren… Por eso, los diarios han adoptado el mecanismo del folletín decimonónico, asunto por cierto que traté en mi blog tiempo atrás. La prensa en pedazos titulé aquel post. Eso quiere decir que el periódico ha de fijar el interés de un destinatario fácilmente desatento o despistado. ¿Ustedes creen que durante las próximas semanas voy a leer las planas y planas dedicadas a los “cables diplomáticos”? Como historiador debería hacerlo; como ciudadano que lee diarios me mostraré perezoso. Menudo papel y menudo papelón: lo que debería hacer y lo que probablemente haré no coinciden.

“Cables diplomáticos”. Qué graciosa expresión. Es probable que la gente más joven no haya leído o escuchado eso jamás. Al menos en España. Quienes hemos visto películas de espías recordamos esa designación. Pero dejo el asunto lingüístico, que me pierdo, y regreso al asunto propiamente periodístico.

 

  1. De todos los artículos que he leído el 30 de noviembre, el más interesante es el de Timothy Garton Ash, que se publica en la sección “La cuarta página” de El País. ¿Su título? “Un festín de secretos“. El artículo empieza bien y empieza fuerte. Perdonen la vanidad, pero me he sentido interpelado. Refiriéndose a la filtración dice:

“Es el sueño del historiador. Es la pesadilla del diplomático. Aquí están, al alcance de todo el mundo, las confidencias de amigos, aliados y rivales, aderezadas con las opiniones francas, a veces brillantes, de diplomáticos estadounidenses. Durante las dos próximas semanas, los lectores de periódicos de todo el mundo van a disfrutar de un banquete con numerosos platos sacados de la historia del presente.

Lo normal es que el historiador tenga que esperar 20 o 30 años para encontrar esos tesoros. En este caso, los cables más recientes tienen poco más de 30 semanas de antigüedad. Y en conjunto forman un auténtico tesoro. Son más de 250.000 documentos…”

 

El artículo sigue y sigue abordando con finura el asunto principalmente diplomático. Pero prácticamente no trata las consecuencias periodísticas. En realidad, un asunto como éste no es tema menor. La prensa pone en jaque al poder, de acuerdo. Como cuando el Watergate. Pero las revelaciones, aunque algunos pasajes sean puro chismorreo, tienen partes muy interesantes y muy delicadas que suponen un trastorno verdaderamente mundial. Si lo que esto pone de relieve es la fragilidad del sistema diplomático y de los servicios de información, entonces los Estados se protegerán más para cometer tropelías que no puedan ser descubiertas o para no dejar rastro, huella, documento de informes confidenciales o secretos. Es una paradoja: WikiLeaks y los periódicos habrán contribuido indirectamente a reforzar el secretismo. Leo el editorial que El Paísdedica a esta cuestión el 30 de noviembre [de 2010] y comparto algunos de sus argumentos. Otros me parecen simplemente bienintencionados pero de difícil cumplimiento. Es el que se refiere a la transparencia. Dice el editorial en una de sus partes:

“Los documentos conocidos demuestran una excesiva tendencia de los organismos oficiales de Estados Unidos, y probablemente también de otros países, a clasificar como reservadas o secretas informaciones que no deberían serlo. La transparencia es la principal garantía contra la arbitrariedad en el comportamiento de los poderes públicos, incluida la corrupción. Las relaciones diplomáticas no deberían convertirse en un reducto al margen de la exigencia de transparencia”.

Sería espléndido reducir la arbitrariedad y la corrupción. Creo que hay que mejorar los mecanismos democráticos y la prensa puede ejercer ese papel. Así ha sido desde antiguo. Pero no acabo de entender este diagnóstico: que hay “una excesiva tendencia de los organismos oficiales de Estados Unidos, y probablemente también de otros países, a clasificar como reservadas o secretas informaciones que no deberían serlo”. Primero, ¿una “excesiva tendencia” al secretismo por parte de los Estados Unidos? ¿Y cuál sería la tendencia moderada o aceptable? Segundo, esa tendencia excesiva se da “probablemente también” en “otros países”? ¿Alguien lo dudaba? ¿Y China, insisto? ¿Nos escandalizamos con Estados Unidos y permanecemos mudos ante una potencia que carece de cualquier transparencia? Perdonen tanto interrogante…

¿Y qué leo el 30 de noviembre en El Mundo y ABC? ¿Qué actitud adoptan? La verdad es que provoca la sonrisa el tratamiento que dan a la filtración. En primer lugar, no mencionan los cinco periódicos de la exclusiva. Lo reducen todo a WikiLeaks. De esa manera evitan nombrar a El País, su rival español. Segundo, se centran en el chismorreo para restar gravedad a las revelaciones. Tercero, insisten en el caos mundial que efectivamente podría producirse de tomarnos en serio la filtración de los 250 mil documentos: para eso, el grueso de la noticia la dan desde Estados Unidos los corresponsales de ambos diarios, centrándola en la comparecencia de Hillary Clinton. Así evitan el asunto periodístico, la exclusiva de la competencia centrándola en Washington. Pero hay aquí una grave incongruencia: si la revelación es puro cotilleo y nada más, ¿cómo podría producirse una crisis mundial? Y, sobre todo, ¿para qué mandar un enviado especial a Estados Unidos, como hace El Mundo? En el caso de ABC, la noticia la cubre la corresponsal en Nueva York: Anna Grau.

 

            Cuatro. ¿Tiene algún valor esta información? ¿Podría calificarse de basura? Yo no tengo tan claro que todo esto sólo sea pura filfa o intoxicación. Que tiene efectos imprevisibles es una simple constatación. Pero también es verdad que puede quedarse en nada.

Creo que las revelaciones –unas, puro cotilleo; otras, intolerables presiones y maniobras– están provocando un evidente nerviosismo entre los gobiernos. Al fin y al cabo, es como si te sorprenden en la intimidad, destapando tus vergüenzas. Si nuestras intimidades o conversaciones privadas fueran debidamente expuestas y difundidas, el resultado sería ciertamente obsceno y ridículo. Lo que pasa es que la legalidad nos protege de dichas filtraciones particulares y sobre todo nos defendemos con la mutua hipocresía: la insociable sociabilidad humana. Si no nos calláramos, si todo fuera expuesto, la vida común sería imposible.

¿Pero qué ocurre con los Estados y sus organismos? En principio, toda documentación oficial está protegida legalmente por períodos de carencia: es decir, ni los ciudadanos corrientes, ni los periodistas, ni los historiadores pueden acceder a los datos cuando se les antoja. Para consultar las informaciones –clasificadas o simplemente institucionales– ha de haber transcurrido un plazo establecido por ley. Sencillamente es la vida institucional de los documentos aquello que pone freno al libre acceso.

Pero lo que aquí estamos tratando es una filtración. Una vez burlada la legalidad por WikiLeaks, gracias a un topo o a un garganta profunda que pasa esos 250 documentos, ¿qué consecuencias tienen esos datos convertidos en mil y un relatos periodísticos? Si un ministro aceptó intervenir ante un magistrado, si un fiscal se dejó aconsejar o presionar por un diplomático extranjero, ¿hacemos oídos sordos? ¿Hacemos como que no nos enteramos?

Algunos profesionales de la prensa, muy preocupados por el mal estado del periodismo y por el buen estado de los rivales, se quejan deontológicamente: en estas revelaciones hay datos; no hay relato. Algo así es lo que dice Arcadi Espada en su columna de guardia: “en los papeles de Wikileaks hay datos para confeccionar mil historias, pero por sí solos son humo de chusma”. Eso es lo que señala en un artículo publicado el 30 de noviembre de 2010 en El Mundo. ¿Es así?

“Los periodistas damos el nombre coloquial de historia a un relato fáctico, relevante y ordenado, que incluya el contexto, los antecedentes y las perspectivas de un hecho”, precisa Espada. “Tener una historia es todo lo contrario de Wikileaks”, aclara. “Wikileaks espolvorea billones de letras sobre el escritorio del periodismo. Ok, no es la primera vez que pasa (…). Ahora habrá que recoger con paciencia las letras una a una, juntarlas y escribir algo con ellas. Sí, habrá que trabajar; pero será lo único que pueda y merezca leerse”, concluye.

¿Se fijan? Para Espada, todo se reduce a WikiLeaks. Es decir, no hay periódicos que pongan orden ni hagan relato. Lo que sabemos, viene a decirnos Espada, es un cúmulo de datos inconexos. Las historias vendrán más tarde, pues por ahora no hay relatos. La observación es ciertamente discutible: si un relato es un conjunto de datos con sentido y contexto, con orden y diégesis, con intriga y consumación, lo que ya tenemos son numerosas historias elaboradas por los periodistas a partir de esos datos brutos: tantas que nos resulta prácticamente imposible seguirlas. Los relatos amenazan con aplastarnos o con saturarnos.

Refiriéndome a la información que manejan los reporteros en este caso, decía más arriba: “son datos por procesar que en El País están siendo analizados por treinta periodistas: los están poniendo en orden. Pero no son aún un relato completo, global, coherente”. En realidad, eso que he expresado es un deseo antiguo, de otro tiempo. Tal vez nunca tendremos ese relato completo, global, coherente: tenemos historias, incluso microhistorias.

Ya no tenemos el gran relato…

 

[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-f-a.akamaihd.net/hphotos-ak-xfp1/v/t1.0-9/10550894_10203841429256698_1387318045522281632_n.jpg?oh=c1137d8125c61be8b608a534b927f6d0&oe=543BFB41&__gda__=1414741796_26cba58e17340f026f46db90056c4a2a[/author_image] [author_info]Justo Serna es catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Valencia (España). Es especialista en historia cultural, tiene varios libros publicados y colabora regularmente en prensa. Ha sido columnista de El País (España) y de otros periódicos políticos y culturales.[/author_info] [/author]

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