La figura de Rudolf Carnap

Alejandro Villamor Iglesias

Considerado uno de los máximos representantes del Círculo de Viena, el filósofo Rudolf Carnap presenta en su Autobiografía intelectual (Barcelona, Paidós, 1992) la evolución de su pensamiento, tanto en su vertiente más íntima como a nivel intelectual. Para ello, el autor tiene presente las diversas circunstancias que, a lo largo de su vida, fueron configurando y determinando las formas que su obra fue adoptando. Desde las eminentes compañías y, por ende, de sus respectivas influencias, con que se vio rodeado, hasta los devastadores conflictos bélicos que asolaron la Europa de la primera mitad del siglo XX. Divide el texto en dos partes, la primera focalizada en la dimensión más biográfica, mientras que la segunda en el plano, podríamos decir, más intelectual. No se trata en esta obra de ahondar en las múltiples problemáticas de su trabajo, sino de ofrecer al lector un retrato de las diferentes inquietudes que le fueron acompañando a lo largo de su vida.

En la primera parte del texto, Carnap narra los hechos que, cronológicamente, fueron determinando su obra. Unos hechos que se encuentran indisolublemente amalgamados con su evolución intelectual. Con el fin de llevar a cabo una somera caracterización del contenido de la presente obra tomaremos como referencia, pues, esta primera parte al considerar que la vinculación de las dos dimensiones del hombre Carnap se puede mostrar más claramente de esta forma.

En su época como estudiante, el filósofo alemán recuerda cómo sus intereses se comenzaron a dirigir al ámbito científico y lingüístico. De hecho, reconoce que en unos primeros momentos sus pretensiones laborales recayeron en la profesión de lingüista. Más tarde, por mor primordialmente con las influencias de Kant (una influencia que progresivamente se desvanecerá) y de Frege, se acercó al ámbito científico. No obstante, este fue un acercamiento no del todo usual. De formación científica y de preocupaciones filosóficas, Carnap, tomando como referencia la lógica simbólica iniciada por Frege y continuada por Russell, inició —o, más bien, continuó— un proyecto de “reconstrucción” de la filosofía. Un proyecto que no cesó ni aun con su alistamiento como militar ante el estallido de la Gran Guerra: “Ni siquiera durante la guerra descuidé totalmente mis intereses científicos y filosóficos” (pág. 39).

Tomando como punto de partida el encomio de la metodología científica, en detrimento del valor cognoscitivo de la metafísica presente a lo largo de la tradición filosófica (especialmente contra la obra de su coetáneo Heidegger), Carnap pretende erigir los pilares sobre los que asentar una actividad filosófica sólida. Sin lugar a dudas, el principal punto de inflexión de este proyecto se encontró en 1926, año de su integración en el Círculo de Viena. A lo largo de su estancia en el Círculo, Carnap desarrolló propiamente su obra contando con el apoyo de filósofos, de formación científica, con homogéneos intereses intelectuales. La idea era conseguir que el discurso filósofo, hasta el momento plagado de vacuidades, se reformule a partir de unos términos científicos que garanticen su validez. En este proyecto, la evolución de su pensamiento se intensifica sobremanera. De una preocupación casi exclusiva por la sintaxis lógica, Carnap pasó a analizar la dimensión semántica del lenguaje —tomando como referencia la teoría de la verdad de Tarski—, del principio de verificabilidad al de confirmabilidad hasta cierto grado, del lenguaje fenomenalista al fisicalista, etcétera. A lo largo de este periodo (1926-1935), Carnap tuvo la oportunidad de contrastar su trabajo con autores como: Schlick, Reichenbach, Gödel, Wittgenstein, Tarski, Russell o Popper.

Ante la efervescente tensión política presente en Europa, Carnap decide emigrar a los EEUU en 1935, un año antes del asesinato de Schlick por parte de un alumno. Allí culmina la que fue última etapa de su vida con la satisfacción, según reitera en numerosas ocasiones, de estar ante un nuevo ámbito académico mucho más afanado en la recién nacida filosofía analítica. Una vez tomada la distancia con los peligros europeos, el positivista lógico proseguirá su arquitectónica labor en diferentes universidades, siendo constituido ya como una ineludible figura en la nueva forma de hacer filosofía.

Como cualquier obra de esta índole, la Autobiografía intelectual de Carnap es una lectura inexcusable para todo aquel que pretenda conocer el fondo del trabajo de uno de los adalides de la filosofía de la ciencia. Ante la más que habitual tendencia a considerar los trabajos académicos como saliendo de la cabeza de un individuo agraciado con una suerte de habilidad divina, este tipo de obras nos muestran las circunstancias que, en realidad, propiciaron el surgimiento de dicho material. Esto es, para poder enfrascarse en una mediana comprensión de una obra, sea del tipo que sea (científica o no), cabe tener siempre presente que toda obra es una “obra de alguien”. Para el caso, con este texto, de lectura ciertamente agradable, Carnap nos recuerda que tras La estructura lógica del mundo o La sintaxis lógica del lenguaje se encuentran siempre las circunstancias del propio autor. Ahora bien, dentro de estas circunstancias, y sin duda yendo más allá de lo que el propio Carnap exhibe, podemos quedar con la impresión de que, efectivamente, las fronteras de las convicciones intelectuales se elevan con demasiado ímpetu. Se quiere decir, tomando como referencia la cruzada anti-metafísica carnapiana, es posible que lo que nuestro autor pone de manifiesto en la presente obra sea una determinación demasiado apresurada de sus convicciones. Desde sus albores intelectuales, al menos en lo que a este texto respecta, Carnap nunca da cuenta de un intento de comprensión de lo criticado. Sin más, se instaló en el terreno de juego a través de cuyas reglas se condena todo lo ajeno a él. En definitiva, se echa en falta una amplitud de miras, ya desde su inicial formación científica y filosófica, con respecto a la tradición filosófica a substituir. En ningún momento del texto se expone si quiera un intento de comprensión de lo criticado, paradigmáticamente la metafísica, desde sus propios presupuestos o desde su marco lingüístico.

Más allá de esa pequeña ausencia que, sin duda, hubiera enriquecido el debate subyacente a la obra, el texto reviste en su conjunto una palmaria importancia. Ya no sólo, como venimos diciendo, para conocer la propia fuente de una obra de indudable relevancia para la filosofía del siglo XX, sino para la propia comprensión de la misma. Especialmente para lectores que todavía se encuentran en fase de iniciación a la filosofía de Carnap, la segunda parte de la Autobiografía (“Problemas filosóficos”) ofrece la oportunidad de familiarizarse, sin dificultades añadidas, con los problemas que acuciaron al alemán. Y todavía más, no sólo se nos ofrece en este texto una comprensión afable, y de primera mano, del propio Carnap y de sus aportaciones a la filosofía, sino que también nos permite aproximarnos al fenómeno del Círculo de Viena y de la filosofía analítica. De esta manera, acompañando a su narración, Carnap presenta sucintamente algunas de las propuestas de los principales autores analíticos de principios de siglo, así como las influencias o divergencias que supuso su confrontación con las mismas. De hecho, resulta significativo resaltar la modestia que impregna la lectura del texto. Al poner siempre de manifiesto la importancia de trabajos ajenos al tiempo que se evita exaltar los méritos propios, más que leer a un hombre de la talla de Carnap, parece que nos topamos frente a un autor de no excesiva relevancia. En definitiva, nos topamos aquí con una obra para nada desdeñable para todo aquel que se encuentre mínimamente interesado en la figura de Rudolf Carnap, del Círculo de Viena, del florecimiento de la filosofía analítica o, en consecuencia, del quehacer filosófico en general.


Otras columnas del autor: https://alponiente.com/author/alejandrovillamoriglesias/

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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