La educación de calidad para reducir la desigualdad social

Sueño el día que, en Colombia, las personas gocen de las mismas oportunidades, que empiecen a destacarse más por sus capacidades y talentos, que por las condiciones privilegiadas o no, que el destino quiso que cada uno tuviera.”.


La desigualdad social en países como Colombia empieza desde que uno nace: si uno nace en una familia rica va a tener muchas más probabilidades de tener éxito; si se nace en una familia clase media, va a tocar esforzarse un poco más pero también tendrá mayores oportunidades que los que nacen en una familia pobre que a duras penas logra conseguir la comida de cada día.

El coeficiente Gini que mide la desigualdad social en los distintos países del mundo, en una escala de 0 a 100, donde 100 quiere decir que un país es extremadamente desigual y que prácticamente una persona posee toda la riqueza y 0 quiere decir todo lo contrario, que la riqueza está perfectamente distribuida en toda la población, Colombia, con datos del 2018, sacó una puntuación de 50,4, que en retrospectiva, ha venido mejorando con respecto a años atrás; hace dos décadas, en 1999, el Gini se encontraba en casi 60 puntos; sin embargo, siguen siendo enormes las brechas sociales en comparación con los llamados países desarrollados: Suecia, Suiza, Canadá, Australia y Dinamarca se encuentran en 30 puntos o menos. Esto significa que las personas que nacen en estos países tienen como mínimo, garantizadas sus necesidades básicas: educación, salud y alimentación, y facilidades para conseguir vivienda y empleo de calidad.

Es muy difícil pensar en reducir la desigualdad sino le garantizamos a la población estas condiciones básicas, empezando por la educación. En Colombia, tanto la primaria como la secundaria es gratuita y hay una gran cobertura, pero el problema viene a ser la calidad: las familias que tienen con qué pagar un colegio de mejor calidad y bilingüe, lo hacen, porque saben (o esperan) que sus hijos van a salir del bachillerato con mejores capacidades que los que no tuvieron esa formación, en un futuro -es la expectativa- tendrán mejores competencias y contactos que les permitirá acceder a los mejores puestos de trabajo o a información privilegiada.

Esa realidad no pasa en el común de los colegios públicos, buena parte de los jóvenes estudian con mucho esfuerzo y sacrificio, si son de la ruralidad deben buscar un medio de transporte que les facilite la llegada al salón de clases o en el peor de los casos, caminar largas jornadas que se vuelven tan extenuantes que muchos de ellos terminan desertando; no hay formación bilingüe, el aprendizaje del inglés se remite a una clase que no es transversal al pénsum educativo; los laboratorios para investigar y desarrollar ciencia, tecnología e innovación son limitados, los docentes tampoco cuentan con mayores herramientas ni estímulos para mejorar los procesos educativos, e invitar a que los jóvenes piensen global y actúen local.

Las frustraciones vienen cuando se termina el bachillerato y hay qué pensar en lo que se viene: los que tienen la forma envían a sus hijos a una universidad privada y los que no, pero les gusta estudiar, deben aspirar a una universidad pública donde deben luchar por ingresar mediante exigentes exámenes de admisión. Terminan ingresando los que desarrollaron mayores capacidades. Hay otros jóvenes que no aspiran a seguir estudiando porque las necesidades de corto plazo demandan trabajar para subsistir.

Sin duda, hay personas notables que egresan de colegios públicos y que con esfuerzo y mérito propio logran hacerse camino y destacarse en distintos campos, pero son excepcionales; resolver problemas estructurales como el de la educación, requiere inversión para mejorar la infraestructura, la calidad y el propio salario de los docentes para que esta profesión, tan digna y fundamental en la vida de las personas, sea nuevamente aspiracional.

Pienso que el acceso a la educación de calidad es uno de los principales factores para reducir la desigualdad social. Esa transformación cuesta, por eso creo que parte de esa financiación se encuentra en los proyectos minero-energéticos que, para este año, en regalías, hay disponibles 15 billones de pesos, que bien invertidos deben servir para ese propósito.

Sueño el día que, en Colombia, las personas gocen de las mismas oportunidades, que empiecen a destacarse más por sus capacidades y talentos, que por las condiciones privilegiadas o no, que el destino quiso que cada uno tuviera.

José María Dávila Román

Comunicador Social - Periodista de la UPB con Maestría en Gerencia para la Innovación Social y el Desarrollo Local de la Universidad Eafit. Creo que para dejar huella hay que tener pasión por lo que se hace y un propósito claro de por qué y para qué, hacemos lo que hacemos. Mi propósito es hacer historia desde donde esté, para construir un mundo mejor y dejar un legado de esperanza y optimismo para los que vienen detrás. Soy orgullosamente jericoano.

Nota al pie: El columnista tiene o ha tenido vinculación laboral con la minera AngloGold Ashanti. 

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