La derecha o la coalición del guardarropa

Los hombres son variables y oscilantes como nos diría Montaigne, son personajes histriónicos de esta colosal súper-producción en la que todos hemos trabajado y que es el mundo, cada uno representa sus conflictos, sus perversiones y sus intereses más o menos variables según el decorado que nos toque representar hasta que baje el telón y se apaguen los reflectores, del mismo modo funciona la sociedad o nuestra comunidad del guardarropa para utilizar la metáfora de Bauman, la cual induce simbólicamente a los ciudadanos a que se acicalen y se vistan para “la ocasión especial” y atiendan a los “código de sastrería” que los líderes políticos posicionan y convierten en tendencias que canalizan las energías de la ciudadanía y la centran en objetivos comunes.

Esa situación u ocasión especial es la campaña electoral que ya casi finaliza y que estuvo plagada de todo tipo de comunidades de guardarropa, principalmente camufladas en los grupúsculos y camarillas ideológicas de la llamada coalición de centro derecha, alianza que profesa un conservatismo perverso y metamórfico que ideológicamente se mantiene invariable, apelando a ciertas fórmulas de intimidación y censura y que además  podríamos decir que llevo al extremo aquella frase de Bauman de que toda “comunidad, primordialmente es un acto de división”. Y es que sus líderes son los más radicales e intransigentes del panorama político colombiano. Líderes que parecen sacados de los púlpitos religiosos y posteriormente implantados en los foros y entarimados del país para captar adeptos y hacer proselitismo con la propagación del miedo y el odio, a la vez que ofrecen a los individuos una razón para marchar hombro con hombro contra un enemigo común, el hereje, el heterodoxo, el que profesa una ideología política contraria. En otras palabras cuando se junta la religión y la política se ofrece veladamente a las masas desprevenidas la posibilidad de reunirse y cometer toda clase de crímenes en nombre de la preservación de la fe. Y las redes sociales ya son ese apocalíptico escenario en pequeña escala.

La religión y la política son dos ingredientes que para conveniencia de las minorías y de la democracia deben quedar recluidos en los terrenos de la vida privada, porque unidos en la vida pública resultan siendo fuerzas peligrosas y sumamente reactivas, en vista de que siembran la cizaña y el odio, además propagan la exclusión. Y siendo Colombia un país en el que hay más conservatismo que partido conservador como decía Álvaro Gómez la extrema polarización y la exacerbada concentración de energías pulsionales negativas amenazan hoy más que nunca a la paz y a la institucionalidad del país.

En la campaña de Gustavo Petro la gente suspendió en la plaza pública sus diferencias y empezó a reconocer que era necesario apostar por una política incluyente, respetuosa y sobretodo henchida de amor; diametralmente opuesta a la política de la extrema derecha cuyo propósito negativo, demostró que era  exitoso enfadarse con «el otro», buscar enemigos ficticios sobre tretas y triquiñuelas impregnadas de falacias como aquella famosa del castrochavismo, o aquella que lanzaron como buque insignia para torpedear el proceso de paz sobre la supuesta entrega del país a la guerrilla y que decir de la que utilizaron poco después para descalificar las cartillas de la discordia, inventándose aquello de la ideología de género que según los ideólogos de la extrema derecha buscaba quién sabe con qué funesto fin convertir a los varones al homosexualismo y a las mujeres en desviadas y depravadas sexuales que prodigaban amor lujurioso o injurioso y animalesco a sus homólogas femeninas.

Si bien es inevitable sentir en el ambiente la extrema polarización de la sociedad  hay una masiva aspiración política que espera que ocurra cierta renovación  y su respectivo cambio de paradigma, que de alguna forma viene siendo anunciado en la gran manifestación social que se ha volcado a las plazas públicas para escuchar y apoyar el programa y los discursos de Gustavo Petro.

Por primera vez desde los 2.613.157 votos que consiguió Carlos Gaviria en su candidatura presidencial del 2006 no es nada quimérico pensar que un candidato de la izquierda pueda acceder al poder; eventualidad que a una gran cantidad de jóvenes nos mantienen anhelantes y en un estado de interregno, de vaga felicidad que amenaza con estallar hoy 27 de mayo, día en el que se realizarán los comicios electorales.

La juventud que desde hace ya mucho tiempo se había olvidó de las certezas parece que vuelve a soñar con la esperanza y ya ha comenzado a remplazar la desilusión por la certidumbre de que una nueva nación es posible. Ojalá que como toda explosión potente el entusiasmo no se agote rápidamente, sino que perdure y sea de larga duración. Ojalá que sea efectivo el «activismo de sofá» porque en estas elecciones próximas el voto de los cerca de 12 millones de jóvenes habilitados para sufragar es crucial para decidir el futuro del país y para cambiar nuestra relación con la política.

Referencias:

Modernidad liquida, Zygmunt Bauman.

Guillermo Palomino Herrera

Crítico literario, lector diletante de la historia y de la política nacional.

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