La defensa de orinar en la calle sobre todo después de elecciones

En la era digital lo análogo es igual de complejo que la Inteligencia Artificial por lo que es urgente resaltar los rasgos que nos hace humanos: la lentitud y la capacidad de disfrutar del placer de orinar.

El hombre inteligente no orina contra el viento.


Erasmo de Rotterdam

¡Cuánta alegría! ¡Cuánta plenitud! Hay en orinar a la intemperie. Sacar de sí, sin filas, ambientadores y prisas ese líquido amarillo, humeante y caliente que nos hace humanos; mejor dicho, mamíferos. Pues en la era digital lo análogo es igual de complejo que la Inteligencia Artificial por lo que es urgente resaltar los rasgos que nos hace humanos: la lentitud y la capacidad de disfrutar del placer de orinar. Este pequeño acto, por los segundos que dura, genera un escalofrío de cuerpo entero que permite tener un registro muy acertado de lo que es el aquí y el ahora. En otras palabras, se experimenta el presente porque lo único que importa es entregarse con todos los músculos a la expansión del aquí y ahora.

Los que hemos orinado a campo abierto nos sentimos parte de la naturaleza. Por algo, alzamos un poco la cabeza para ver el cielo, las nubes, el sol, las estrellas. Claro, hablo desde una perspectiva masculina. Porque, tal vez, es lo único en lo que estamos mejor dotados que la mujer. En todo lo otro, la mujer nos aventaja. Por ejemplo: ella puede hacer varias cosas al tiempo, socializar sin esfuerzo, planear y prever el futuro, conectar las emociones al cuerpo, ser irracional y aun así dirigir una empresa garantizando un alto porcentaje de rentabilidad

Volviendo a lo de orinar en la intemperie, hay que recordar la noticia del fiscal Aníbal Arbeláez Betancur que fue sorprendido meando en un poste en las inmediaciones del búnker de la Fiscalía, en el barrio Quinta Paredes. Según el Código de Policía pagó $ 883. 324.  Sin embargo, más que la sanción, se celebra que todavía se pueda creer en las Instituciones Públicas. Esa meada del fiscal da esperanzas y se le puede poner la banda sonora “Mi agüita amarilla” de Los Toreros Muertos: “El sol calienta mi agüita amarilla/ La pone a 100 grados/ La manda para arriba, viaja por el cielo/ Llega a tu ciudad y empieza a diluviar”. Es, sin duda, lo mejor que ha hecho la Fiscalía porque Barbosa y sus antecesores imponen el acto civilizado de vivir según las normas de la gente de bien. Gente que califica de bárbaro, cochino y animal al que orina en la calle.

La multa del fiscal Arbeláez fue tipo cuatro. Y ante este castigo el meador de a pie se asusta y prefiere buscar los $1.200 que cobran para entrar a un baño público. Pero ante el acto honorifico de Arbeláez se convoca a todos los meadores para descontaminar las calles de la publicidad de las recientes elecciones. Con un ejército de meadores se puede propagar el olor de orín en pueblos y ciudades y hacerles recordar a la gente de bien que la civilización huele a orín. Con un orinador en cada esquina se usaría de manera asertiva el eslogan de campaña política: “unidos por un territorio” y se eliminaría el montón de plegables de aspirantes a concejos (en estas elecciones había un concejal por habitante), alcaldías y gobernaciones.

Para garantizar la labor de limpiar el espacio público, en la medida de lo posible, habría que evitar los baños. Sobre todo, públicos que generan una sensación distinta, más artificial. Es que orinar en el baño de un bar, café, centro comercial, restaurante es como ver árboles en postales. Además, se alimenta el señalamiento de las personas del correcto vivir si no se hace la fila y se espera el turno. Pero ya estás señalado y cuando entras al baño hay que bajarse la cremallera, sacarse el miembro, apuntar al centro del inodoro u orinal, ignorar el escalofrío, sacudirse, subirse la cremallera, lavarse las manos, mirarse en el espejo y verificar el peinado. Lo que fomenta el baño es disciplinar la orinada, como si fuera posible tal cosa. Aun así, hay que estar atento de no chisguetear el borde del inodoro. Algunos se acostumbran a andar con papel higiénico en el bolsillo y de tanto limpiar tazas piden disculpas por todo.

Pero orinar al aire libre es otra cosa. Los que hemos buscado el mejor árbol, muro o poste sentimos el cuerpo entero. Sin prisa nos bajamos la cremallera, inclinamos la cabeza hacia atrás, vemos el cielo (algunos cierran los ojos) y sentimos el presente robusto de una meada. Además, sabemos que al final hay una pequeña espera para ver salir el último chorrito que permite constatar la salud de la próstata. El coletazo de orín es una flecha que sale sin dejar rastro, pero en la medida que uno se hace viejo la flecha al caer se acerca a la punta de los pies. Cuando moja los zapatos es mejor hacerse el examen. Ah, y al finalizar la meada, casi siempre surge una gran idea porque hubo una desconexión profunda del engranaje de la rutina. O, en este caso, romper el ciclo de las elecciones para envolver en el vapor del orín la contaminación visual que afea el paisaje.

Juan Camilo Betancur E.

Fredonia, 1982. Periodista. Publicó el libro de micro-cuentos Los errantes (2013), la novela La mujer agapanto (2017) y la novela El escritor mago. Libro 1: la sociedad (2021).

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