La defensa de los elementos dramáticos en las historias análogas

la Web no es la respuesta a las necesidades básicas de los internautas porque lo demasiado fácil deprime el mundo digital carece de olor y textura, así sea de posibilidades infinitas


Ante el ritmo vertiginoso de la tecnología y el mundo virtual (Metaverso), pienso en esas historias que se contaron de manera análoga. Relatos donde son indispensables elementos dramáticos como: la dilatación del tiempo (historias dentro de las historias), la peripecia (dificultad que enfrenta el personaje), el conflicto (hecho que transforma al personaje) y la incomunicación o distancia (imposibilidad de la inmediatez y de contactar lo otro).

El mundo digital, a veces, parece tierras movedizas que se traga el contacto con el entorno circundante. Me explico, desde la pandemia del Covid19 se popularizó la Web con el teletrabajo, las plataformas digitales, las clases asistidas, la comunicación a grandes distancias. Sin embargo, el avance tecnológico no se materializa en un hecho significativo que mejore la vida. Al contrario, alimenta el malestar general debido al encierro, la falta de contacto físico con la naturaleza, las personas, la calle, las librerías y las cervezas entre amigos. Es decir, —aquí aparece la paradoja— aunque uno de los objetivos de la tecnología es hacer la vida más fácil, con menos procesos; a la vez, alimenta la pesadumbre y el sinsentido de vivir. Tal vez, la Web no es la respuesta a las necesidades básicas de los internautas porque lo demasiado fácil deprime. Además, carece de lo orgánico de las relaciones interpersonales: el tacto, el olor y el sabor.

En la Web, el Metaverso —con ciertos dispositivos— recrea la sensación de habitar una realidad distópica. Y la idea de Metaverso surge de la novela de ciencia ficción: “Snow Crash” de Neal Stephenson, escrita en 1992. En la historia, Hiro —el protagonista— reparte pizzas, pero en el Metaverso es un príncipe guerrero. Y vive la perturbación que genera distribuir el tiempo entre dos realidades: la del repartidor de pizza y la del príncipe guerrero.

En cuanto al tiempo que devora todo lo que se mueve, roe el hierro, desaparece reyes, arruina ciudades y montañas; del que nadie dispone, dice Italo Calvino en su texto la “Rapidez”: “En la vida la practica el tiempo es una riqueza de la que somos avaros; en la literatura es una riqueza de la que se dispone con comodidad y desprendimiento”. Y es una riqueza en esas historias bien contadas, llenas de vericuetos donde lo que menos importa es la meta, sino el viaje y la evocación de lo análogo de las relaciones interpersonales —que son lentas— y están llenas de dificultades, gestos, sudores y perfumes.

Es que el mundo digital carece de olor y textura, así sea de posibilidades infinitas. Y el internauta puede padecer la desazón de estar en todas partes y en ninguna. Esta desazón la profetizó Borges en el “Aleph”. En el relato, después de la muerte de Beatriz Viterbo, un amor no correspondido, Borges, el ficcional, establece una relación con Carlos, primo de Beatriz. Carlos lo llama; le dice que la casa de Beatriz será demolida y que en el sótano se encuentra el Aleph, el punto desde el que se observa el universo de manera simultánea. Borges, desde el escalón diecinueve, descubre el Aleph: una circunferencia de centímetros de diámetro por la que se avista el infinito.

El cuento se concibe desde el mundo análogo, con todos los elementos dramáticos. La historia parte del pasado, el amor que no fue (incomunicación y conflicto). Impulsado por la melancolía de mantener intactos los recuerdos de la relación con Beatriz (peripecia y distancia), el narrador encuentra el sótano, el microcosmos infinito. Y después de contemplar tal evento, sucede la anécdota de un instante donde el narrador deja de asombrarse y está ahí (dilatación del tiempo), abismado, sin rumbo, a la espera de la sombra del olvido.

Es que sin los elementos dramáticos en las tramas se pierde la ilusión de verdad que sumerge al lector en la historia; el impulso que hace que se quiera saber de un personaje al identificarse con él; la comunicación con un personaje cuando la experiencia literaria —las dificultades recreadas en el libro— se refleja en el lector.

Asimismo, es probable que no se dé la transmisión de la información que brinda la comunión meta-lingüística de los relatos. Se pierde la neuro-empatía, la singular conexión, de las mentes de dos interlocutores frente al relato, sea oral o escrito. A eso se refiere Aeolus Kephas en el ensayo “Escritores en el cielo de Hades”, cuando afirma que la combinación entre una escritura buena y una lectura atenta crea un estado de trance que involucra el estado mental del lector. Además, una carga de información oculta en las palabras acerca al lector a los personajes y acorta la distancia entre el creador y su creación.

Y sin los elementos dramáticos que dan la ilusión de verdad en la trama o sin la neuro-empatía que acerca al lector al mundo creativo del escritor; me pregunto: ¿qué pasaría si a tres novelas —de la literatura universal— se le agregan artefactos como el computador, el celular y la Tablet? ¿Cómo cambiarían, al introducir aparatos tecnológicos, los argumentos narrativos de las siguientes historias clásicas: la “Odisea” de Homero, “Drácula” de Bram Stoker y “Frankenstein” de Mary Shelley?

Se podría hacer el experimento. Veamos. En la “Odisea”, a Penélope le regalan un portátil para que navegue en la Internet y se inscriba en una página Web para mujeres abandonadas por sus esposos y así no pierda su juventud en espera de Ulises. No obstante, en la medida que Penélope se hace experta en las páginas de citas amorosas desdibuja el recuerdo de Ulises. Al final, Penélope, contrarresta la distancia con la inmediatez de una posible aventura que hará innecesaria la espera.

En “Drácula”, a Jonathan Harker, el abogado, le dan un Esmarfon 6 en el que le escribe por whatsaap a su mujer, desde el castillo del Conde, en Transilvania: “Necesito verte. Acá pasan cosas extrañas. Besos. Chao”. Y ella responde: “No seas miedoso bebé. Mándame una selfie donde se vea el castillo y así no sueño cosas tan espantosas. ¿Nos hacemos un video llamada?”. Y esa facilidad del encuentro imposibilita la incomunicación entre los personajes por lo que no tendrán un conflicto importante que los transforme.

En “Frankenstein”, al capitán Robert Walton un marino le da una Tablet con datos para que le pueda escribir a su hermana. Pero el capitán al ver su barco atascado a cientos de kilómetros de tierra firme, en su aburrimiento, lo que hace es entretenerse en Instagram mirando fotografías de rusas despampanantes y se olvida de escribir cartas; además, no se interesa en conocer a Víctor, el alquimista medio loco que le dio vida al moderno Prometeo. Y con la Tablet, el capitán Walton no siente la angustia de las horas que se arrastran hacía atrás; por tanto, no ve la necesidad (peripecia) de salir del estancamiento y la incomunicación para acercarse al detonante de la historia.

En conclusión, sin la peripecia, la espera, la distancia, la dilatación del tiempo, el conflicto, la incomunicación y la distancia, los personajes en la “Odisea”, “Drácula” y “Frankenstein” se estancan al no tener un conflicto potente. De igual manera, el argumento se despacha en un párrafo y la historia pierde interés.

Esto, para terminar o tal vez iniciar el debate, evidencia la dificultad de esperar en la era del afán. Por lo que se pierde la fascinación, cuando se lee una buena historia, de apresurarse despacio hacia el final.


Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/camirgo/

Juan Camilo Betancur E.

Fredonia, 1982. Periodista. Publicó el libro de micro-cuentos Los errantes (2013), la novela La mujer agapanto (2017) y la novela El escritor mago. Libro 1: la sociedad (2021).

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