La culpa es de los pobres

“¿Cuál es la herramienta de los pobres en un olvido promovido por los gobiernos y nutrido por la discriminación? Es el deseo, el de ser vistos como iguales.”


 

La pobreza es agresiva. Exhibe más que otros su condición animal y al mostrarla otros la explotan; las carencias básicas son un buen rubro para negociar la dignidad. Bastante se ha dicho que la modernidad ha diseñado de manera impecable la culpa que se debe sentir junto al hambre, la enfermedad, la miseria y la muerte. El discurso culpabilizador ha sido eficiente: todo pobre debe sufrir su incapacidad para alcanzar una formación que les cure la clase baja que los enferma. Si bien es cierto que en el Malestar de la cultura Freud plantea la culpa como resultado de las pulsiones animales reprimidas individualmente por las restricciones sociales, la culpa que la modernidad contemporánea descarga sobre los pobres es una maquinaria para objetivos colectivos. El testimonio de sobrevivencia individual solo tiene sentido si se relaciona con la Historia, la que involucra sociedades, abundantes en próceres y escasas en responsables.

Urge pensar a los sobrevivientes de los cinturones de pobreza que los convierte en una estadística utilitaria. Reconocer que la agresividad que desarrollan y que tanto perturba a la cultura no es otra cosa que un resultado de ella misma, ya lo anunciaba Walter Benjamin cuando decía que no había documento de la cultura que no fuera a la vez documento de la barbarie. No son tiempos para la retórica que separa la cultura de la barbarie y al humano de su animalidad. Una separación que solo beneficia a los mecanismos del poder, porque manipulan al sujeto desde su condición animal, esa que se constituye de las necesidades fisiológicas y básicas para sobrevivir. Ese poder ofrece los derechos como regalos personales para exigir lealtades, una bolsa de comida o un bono, por ejemplo, son incentivos a los que el pobre debe aferrarse concentrando su vitalidad en ello. Es un dispositivo de control para que en las prioridades solo entre el sustento básico y no pueda considerar importante una formación que le permita desarrollar con herramientas su capacidad de elegir.

No son pocos los momentos en la vida donde cada uno de nosotros emite un chillido animal que reclama un llamado de atención para que la rabia, la tristeza, la impotencia y el malestar sean reconocidos. El chillido de la pobreza es un estruendo que generalmente se manifiesta en la violencia y la delincuencia. Corresponde pensar esas singulares exigencias de reconocimiento como resultados de decisiones históricas y no como accidentes políticos sin responsables.

El salvajismo y cualquier otro calificativo displicente hacia los pobres se asume como una naturaleza darwiniana que les pertenece. Entonces, siendo incompetentes para proveerse de cultura, deben separarse del resto porque solo son capaces de la furia animal. La rudeza, la fuerza física y la desconfianza se refinan en la supervivencia. Porque el sujeto, distanciado de la posibilidad de pensamiento, ha sido confinado a los instintos de su cuerpo y con ellos resiste.

La furia ha sido cultivada por la indiferencia. La falta de reconocimiento hace que los individuos examinen las herramientas con las que pueden alcanzarlo. ¿Cuál es la herramienta desde la pobreza en un olvido promovido por los gobiernos y nutrido por la discriminación? Es el deseo, el de ser vistos como iguales.

«El mal gusto de los pobres» desea parecerse al centro, a lo que es visto. La marginalidad es una marca despectiva que intentan transformar. Esto significa, un deseo de distanciarse de la sobrevivencia básica para acercarse, al menos desde la apariencia, a la experiencia del vivir bien en la que Aristóteles plantea una vida sujeta a la política que protege la comunidad que la sostiene.

Pensar la pobreza requiere un lugar de enunciación que la sustraiga del utilitarismo a la que ha sido sometida por los gobiernos y los partidos políticos. Es posible que ese lugar de enunciación aún esté en la autonomía de los intelectuales y los artistas que mantienen una relación con el poder desde el distanciamiento crítico.


 

Xenia Guerra

Licenciada y magíster en Letras por la Universidad de Los Andes en Venezuela. Profesora universitaria de la misma casa de estudios. Investigadora en el ámbito literario con enfoque en filosofía política y el arte.

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