- Hoyos encarna el poder de las historias y sabe que no podemos vivir sin las mismas.
- Las palabras de Juan José se fermentan, se renuevan y son como el dedo que apunta a la luna.
- Las enseñanzas de Juan José no estaban en el salón sino en bar de Ciro, En este lugar de la noche, el viejo Jordán u Homero Manzi, con buena música
El mundo será de los mansos. Juan José Hoyos
El 13 abril de 2019 el periodista Juan José Hoyos salía de dictar una clase en la Universidad del Norte de Barranquilla y fue agredido por un agente de policía que le roció un gas paralizante en la boca, hecho que lo hospitalizó una semana. Aparte de este reprochable suceso, el periodista fue víctima de otra agresión en junio del 2017: su casa fue asaltada por individuos desconocidos que le hurtaron su computador, un disco duro y dos cámaras, una de video y otra fotográfica.
Uno se pregunta: ¿por qué le sucede algo así a un periodista que solo ejerce su labor de informar? Una posible respuesta la da el informe de la organización independiente: Reporteros Sin Fronteras (RSF), con sede en París, Francia, que reveló su Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, edición 2019. El informe dice que los periodistas que trabajan temas de orden público, conflictos armados, problemas medioambientales y la corrupción suelen ser intimidados con actos de violencia.
Por lo tanto, por el trabajo riguroso y el compromiso social de Juan José Hoyos he querido hacerle una crónica para resaltar su admirable labor de contar la mejor versión de los hechos. Asimismo, destacar la importancia del buen periodismo para la sociedad colombiana, especialmente la antioqueña, que ha sido en gran medida el escenario de los textos literarios y periodísticos de Hoyos. Para el presente texto reviví los encuentros que tuve hace años con Juan en la Universidad de Antioquia y en su casa, en Cisneros.
Hice memoria de cómo fue que lo conocí. Recuerdo que, al ingresar en la Universidad de Antioquia, en el 2003, al pregrado de Periodismo, quise preguntar a los chicos de semestres avanzados sobre el maestro Hoyos. Todos sonreían y me decían que esperara para que averiguara por mis propias percepciones. Pues, para muchos, en ese entonces, a puertas de su jubilación, era uno de los profes más aburridos de la facultad.
Sin embargo, Hoyos era un periodista conocido por ser parte de una de las primeras generaciones de periodistas formados en la Universidad de Antioquia, graduado en 1975. También, se destacó como reportero y enviado especial del periódico El Tiempo a finales de los setenta e inicios de los ochenta. Entre las crónicas icónicas está la que le hizo a Pablo Escobar donde describe los lujos y las extravagancias del capo que por aquel tiempo era parlamentario del Movimiento Renovación Liberal. Además, las crónicas se recopilaron en sus libros: “Sentir que es un soplo la vida” (1994), cuya crónica: “Los muertos fuimos cinco” —sobre una masacre en el municipio de Remedios— es más que un relato de terror. “El oro y la sangre” muestra lo devastador de la minería, el cáncer de la actividad extractiva que sigue vigente; libro que le demoró 15 años y con el que obtuvo el primer premio de Periodismo Germán Arciniegas (1994). O “Viendo caer las flores de los guayacanes” y “Un aprendiz de jaibaná”. Textos que fueron determinantes —en los más de 40 años de contar historias de Hoyos— para que le otorgaran el premio Simón Bolívar a la vida y obra, 2017.
No fue hasta el 2004 que vi una clase con Juan José y salí decepcionado. Creí que el gran Juan José Hoyos iba a dar un discurso que me cambiaría la vida. Sin embargo, ese día llegó y se sentó frente a todos. No habíamos más de seis estudiantes y en un silencio, casi aterrador, leímos la crónica: “El sastre” de Gay Talese. La clase fue tan tranquila que se tornó aburrida. Precisamente, lo entendería después, ese era el truco. Buscar lo asombroso en lo que a primera vista no tiene importancia.
No obstante, en cuestión de meses estaba hipnotizado con la palabra de Juan José. Entonces empecé a asistir, después de clase, al bar donde Juan nos invitaba a tomar tinto o cerveza. En esos encuentros vi la grandeza de Hoyos. Su método consiste, como en la antigua Grecia, en un diálogo que construye cotidianidades más que conceptos.
Años después, ya jubilado de la universidad, Hoyos me invitó a su casa en Cisneros donde vive con su esposa, Martha, una mujer que cultiva flores y que es contemporánea de las orquídeas. El motivo de la visita era acompañar a Juan el día del idioma. Él compartía con los niños de la escuelita El Balsal ubicada en los límites de Santo Domingo y Cisneros, pero abandonada por ambas administraciones. Esta escuelita, junto con el pequeño caserío que la circundaba, ya no existe porque se construye el tramo de Cisneros-Empalme Magdalena 2 del Proyecto de las Autopistas para la Prosperidad; así generar una interconexión vial entre la Ciudad de Medellín con la Costa Caribe, la Costa Pacífica y el río Magdalena.
Llegué en la noche del 22 de abril a la casa de Juan José. “Él está algo resfriado”, pensé. Pero era algo más grave, Juan es alérgico al frío y esto le ocasiona una tos intermitente que no le permite respirar. Esa noche Juan se enfermó y en la madrugada lo llevaron al hospital. Llegó de nuevo a las cinco de la mañana, disfónico, con un pasamontañas y bufanda a organizar el evento. Cuando le pregunté si quería descansar me dijo:
—Ya estoy bien. Bueno, te confieso una cosa y es que desde hace mucho le temo a la noche porque no puedo dormir. A veces, cuando oscurece, me asusto porque estaré de nuevo ahí… Pero ya pasó. Y bueno, hay que ir a la escuelita porque cuando uno le hace una promesa a un niño hay que cumplirla.
Estuve en silencio. No sabía qué decir. Su historia cotidiana, de la que fui testigo, era una línea en ese gran dibujo del mundo que ha hecho con sus relatos. Hoyos encarna el poder de las historias y sabe que no podemos vivir sin las mismas. Por algo, contarnos relatos es una conducta antigua. Al parecer desde los inicios de la civilización, que data de hace unos 11 mil años de antigüedad, en un lugar entre el rio Tigris y Eufrates, llamado Göbekli Tepe. Este lugar es el templo más antiguo del mundo donde nació la religión. Allí se reunieron personas de diferentes creencias para compartir, desde el relato oral, historias de la creación y empezaron a escucharse. Esta conducta se debe porque existe en la condición humana una profunda relación a partir de la ausencia o la presencia de Dios. Tal vez por ello, el hombre vive en busca de los actos religiosos para darle sentido a la existencia. Actos cargados de misterio y que Juan vivenció desde el poder de las historias. Y evoco dos:
El primero: lo relata en el prólogo de su libro “Sentir que es un soplo la vida”. El hecho ocurre cuando Hoyos investigó a los katíos, tribu indígena de Valparaíso, Suroeste antioqueño. La tribu sobrevivió a la violencia de los cincuenta debido a que vivieron en los árboles y gracias a una donación volvieron a pisar la tierra. La cónica conmovió a los lectores y provocó que algunos antropólogos quisieran estudiar la zona. Uno de los visitantes hizo un negocio con el Jaibaná y se llevó el tambor dejándole una flauta, un tenedor, un cuchillo, un porta comidas y doscientos pesos. El Jaibaná se enojó con Juan José. Por lo que Juan publicó una crónica: “¡Qué devuelvan el tambor!”.
“Al día siguiente, por la noche, recibí una llamada del jefe de redacción de El Mundo. Decía que en el periódico había una fiesta. Que fuera a acompañarlos. ¡Qué habían devuelto el tambor!”, recuerda Juan.
El segundo: fue la pérdida de un morral donde Hoyos llevaba el portátil con un archivo muy adelantado de su última novela, en honor a su padre. Hay un perfil hermoso del papá de Hoyos en “Historia de un diccionario” de “El libro de la vida” (2006). La noticia se difundió por los medios locales y el morral apareció en El Colombiano. En ambos hechos, Juan evidencia el poder de la palabra y los medios de comunicación. Y cada que puede rememora el momento en que el Jaibaná, al recibir el tambor, dijo que Hoyos tenía más poder que él.
A Juan José lo siguen los lectores en el espacio dominical en el periódico El Colombiano y en las publicaciones en Facebook. Las veces que Juan ha anunciado su retiro por épocas de insomnio, los lectores le envían cartas para que los siga acompañando. Asimismo —aparte de los lectores— Juan está en el corazón de varias generaciones de periodistas al dejarles textos memorables como: “El método salvaje”, “Escribiendo historias: el arte y el oficio de narrar historias en el periodismo” (2003), y la contribución al rescate de 400 años de tradición del periodismo narrativo en Colombia con su obra: “La pasión de contar”.
Otro aspecto de Hoyos es el literario. La novela: “Tuyo es mi corazón” (1984) —llevada a la televisión por Julio Cesar Luna y protagonizada por Carlos Vives y Amparo Grisales— muestra a un joven enamorado, hincha de Medellín y amante de los boleros por lo que la música es otro personaje. En la novela: “El cielo que perdimos” (1990), —trama ambientada en la Medellín donde los homicidios eran asunto cotidiano y había una alianza entre la fuerza pública y la ilegal— es la historia de Juan Fernando, un reportero judicial de El Tiempo que se enamora de la esposa de un amigo. El texto revela la fluctuación emocional de los personajes y la violencia del contexto.
Las enseñanzas de Juan José no estaban en el salón sino en bar de Ciro, En este lugar de la noche, el viejo Jordán u Homero Manzi, con buena música. Por lo que las reuniones más significativas se dieron después del Club de Lectura John Reed, sin un método de estudio, sin la estructura maestro-alumnos. Fue un encuentro entre amigos donde él era el amigo más experimentado que nos contaba historias fascinantes con su voz suave que ocupaba todo el espacio.
Los que escuchan o escucharon a Juan José entienden que el maestro se caracteriza en su conversación y crónicas por las palabras sencillas que brotan tranquilas y sin malabarismos discursivos. Palabras despojadas de artificio y retórica para no manipular el instante. Por algo, en el 2014 la Universidad de Antioquia le otorgó el escudo de oro, reconocimiento por su labor como maestro.
Las palabras de Juan José llevan varias generaciones en el corazón de los amigos, alumnos, lectores… y despertó el amor por la palabra. Palabras que en Hoyos se fermentan, se renuevan y son como el dedo que apunta a la luna. Es que las palabras de Hoyos son hechos que permanecen como luna llena iluminando la memoria de sus lectores.
Las palabras de Juan José juegan entre los anaqueles de su biblioteca (Dacha) en Cisneros. Palabras que recrean paisajes e historias de un país sumergido en el letargo de la guerra y el olvido. Palabras antiguas que en Juan son abrazo, sonrisa, ron con Coca-cola, cervezas y muchas más palabras.
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