La cocaína, el gran depredador de bosques en Colombia

Un experimento botánico-farmacéutico de rutina en Europa fue el creador del gran depredador de bosques de la Colombia de hoy. Quién lo creyera, la búsqueda de la ciencia y el conocimiento, derivó en este polvo blanquecino sin control.

En 1.750 los primeros navíos que salieron de Sudamérica hacia Europa, no solo iban cargados de oro, especies y etno-cultura aborigen, sino también de los primeros arbustos de coca introducidos en el viejo continente. Pero fue hasta 1.855, y después de múltiples ensayos del científico Friedrich Gaedcke, que se alcanzó por primera vez el aislamiento del alcaloide. Gaedcke lo nombró como eritroxilina, pero fue el químico alemán Albert Niemann (en 1.859) quien la popularizó con el nombre de Cocaína.

Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), en 2020, Colombia concentró el 24% de los cultivos de coca a nivel nacional en zonas de reserva forestal y parques naturales, sumando alrededor de 35.000 hectáreas. El daño a los suelos, la desaparición de biodiversidad y el derroche de recursos naturales se incluyen en su lista de impactos más graves.

La cocaína se impuso como una de las drogas sintéticas más consumidas de Europa y Estados Unidos. Abarca enormes extensiones de tierra fértil y miles de millones de dólares fluyen en su entorno. Todo se concentra en el principio activo de una inofensiva hoja de planta de coca, de la que predomina el cultivo de una de las 250 especies del género. Además, es la que más se adapta al clima y suelos suramericanos. Su consumo, que en origen es ancestral y se remontaba a la masticación de las hojas con un fin ritual y espiritual entre los pueblos de la cuenca amazónica, ha colonizado el mundo con fines lúdico-recreativo altamente peligrosos.

Pero, más allá del profundo impacto en la salud pública y el relacionamiento sociocultural, los efectos de la cocaína sobre el medio ambiente también son serios, aunque pasen desapercibidos. Tanto el procesado del clorhidrato de cocaína, el famoso “perico”, como el cultivo y el cuidado causa serios daños sobre el suelo y, en consecuencia, el ecosistema en general, incrementa la erosión y disminuye la fertilidad de las áreas donde se produce.

El primero de los problemas del cultivo de la coca es que, como se trata de una sustancia psicotrópica adictiva, implica un evidente negocio. De las más de 250 especies del mismo género, las preferidas por su adaptabilidad son la Erythroxylum coca Lam. y la Erythroxylum novogranatense H. Quizá pueda parecer tan sólo un apunte científico pero la elección de ambas variedades ya supone un acto de agresión al medio ambiente, como sucede con la mayoría de cultivos humanos: una selección artificial, la nuestra, desplaza al resto de especies de coca, que forman parte de los ecosistemas naturales perfectos del área amazónica. Así lo alertan en un informe emitido por la International Drug Policy Consortium (IDPC) de 2018.

A este primer daño de carácter biótico y botánico hay que añadirle el carácter expansivo en el que se producen los cultivos. Grandes extensiones de tierra selvática, son taladas y adaptadas con productos químicos, maquinaria y trabajo manual para facilitar el cultivo de la coca. Solo en Colombia, país productor de coca por excelencia, según informó la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), 35.000 hectáreas áreas selváticas o incluso pertenecientes a parques naturales están siendo dedicadas a la producción de este estupefaciente. Es como si una ciudad entera como Medellín (382 km2) esté totalmente cultivada en coca. En cuanto a zonas de reserva forestal, estas extensiones suponen un 24% de la totalidad.

La UNODC es tajante respecto a otros países, como es el caso de Perú, sobre el que denuncia una extensión de cerca de 62.000 hectáreas cultivadas, o las 30.000 que se cuentan en Bolivia.

Su cultivo, además, implica el uso de pesticidas que afectan a la calidad de aguas superficiales y subterráneas, a la calidad del suelo y a su erosión. Por otra parte, la absorción del sustrato de fungicidas y fertilizantes químicos que aseguren la cosecha afecta gravemente a la calidad de la tierra, sin contar con su natural desgaste tras la siembra intensiva, como avisó, en 2004, el Boletín de Ecofondo de Bogotá; aunque cabe puntualizar que el impacto concreto de la coca es mucho más pequeño que el de otros cultivos como el arroz, la caña de azúcar, la papa o la yuca; la diferencia es que todos los anteriores alimentan, generan economía legal y no depende de la violencia para su permanencia en el mercado.

El impacto también proviene de los “laboratorios in situ o cocinas clandestinas”, para sintetizar el principio activo y generar el producto final: el clorhidrato de cocaína. Para ello se utilizan sustancias químicas peligrosas como hidrocarburos, y se producen deshechos de las reacciones que se vierten al suelo, a las aguas y a la atmósfera. Pero también hay que sumar el transporte y logística –tanto de las sustancias como de los trabajadores–, que implica alteraciones del medio local, así como el uso generalizado de combustibles fósiles para conseguir este fin.

¿Cómo controlar el consumo?

Es complejo responderlo en una sola idea, pero primero debemos superar el enfoque exclusivo de la salud pública respecto al consumo, pues nos deja claro la evidencia científica que el consumo de drogas debe ser enfocado desde la óptica socio-cultural y no solo de salud pública (cómo nos ha hecho creer, precisamente la industria farmacéutica que siempre saca de su sombrero un conejo como solución), pues dejar de ser adictos, es casi ignorar nuestra propia naturaleza humana. La gran discusión es a que debemos o podemos ser adictos, así suene arbitraria la afirmación.

Me explico, desde el lector compulsivo, a la persona que necesita tomarse una cerveza diaria (o varias), o la que no sabe vivir sin ver a sus amigos o el consumidor habitual de determinadas horas de televisión, el hábito genera la virtud, pero también el defecto. Por eso no es igual ser adicto a ver TV o tomarse unas cervezas, que a la cocaína o las pastillas. Casi todos los seres humanos somos adictos en algún grado a algo. Más allá de la mecánica conductual, que es educable, nuestro cerebro mamífero nos invita a la alteración constante de los neurotransmisores implicados en sus procesos. Incluso a la serotonina o a la adrenalina podemos volvernos adictos. O directamente lo somos.

En conclusión, la erradicación del uso de drogas requiere mesura, racionalidad y un férreo trabajo de políticas públicas asertivas, fruto de una conciencia suficiente del problema y de nuestra manera de ser, las necesidades personales y el contexto territorial, todas variables socio-culturales no de salud. Lograr esta conjunción no es fácil. Por tanto, la idea de seguir castigando al consumidor no es muy adecuada. Es importante tener en cuenta que la producción de drogas como la cocaína mueve el suficiente dinero como para representar un reto su control. De nuevo, su erradicación, hoy por hoy, resulta, como poco, inocente si tenemos en cuenta la humana inclinación hacia el consumo de sustancias o servicios que le dispersen de un modo de vida, en muchas ocasiones, alejadas de lo que quiere o, en el peor de los casos, de un modo de vida digno.

Una de las principales propuestas que se barajan en los países productores de coca consisten en que la explotación de las tierras recaiga en manos de minifundistas, de manera que la riqueza generada ayude al progreso de familias campesinas pobres, la reducción por la fuerza de los cultivos y, como clave, evitar su extensión a costa de zonas selváticas. Desde el otro extremo, y en la lucha contra el narcotráfico, se encuentra la concienciación social desde periodos tempranos de la educación básica y la inclusión de adictos que favorezca la reducción de su consumo.


Fuentes:

Revista Médica Archiv der Pharmazie 1.855, International Drug Policy Consortium (IDPC) de 2018, Informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) 2021 – Latam, David Lorenzo Cardiel (periodista español), Boletín de Ecofondo de Bogotá (2004),

Santiago Murillo Arrubla

Director Cpi3nsa |Politólogo - Esp. Gestión Pública

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