Jóvenes pacifistas, ¡a los territorios!

Hace unos meses decidí encaminar mi oficio hacia el cuento de la paz. Ahora me creo pacifista, como muchos de los que podrían estar leyendo este texto. A ustedes me dirijo: nos han dicho que la paz se construye en los territorios. Vámonos para allá.

Fabio López, representante de la Mesa de Víctimas del municipio de Briceño, ha sido desplazado tres veces de su pueblo y siempre ha vuelto allí. Él es bien antioqueño, tiene las manos llenas de tierra y un sombrero que no se quita. Él trabaja para que la gente se acuerde del campesino, de su trabajo, de sus derechos.

Don Fabio tiene claro que Colombia siempre ha sido agraria, y que para construir paz hay que concentrarse en los cimientos. Convoca a las víctimas para que se convenzan de que su dignificación es la que alcanzará la paz. También entrega su mensaje a los forasteros que, como yo, llegamos a enterarnos de historias de su aporreado pueblo.

Por eso les digo: es necesario comprender que la historia del conflicto no está concentrada en nuestros conocimientos. Está allá donde nos han contado que la guerra hace sus más grandes estragos.

Desde arriba nos dicen que la paz está cerca, pero la verdad desalienta: ahí, en lugares como Briceño, donde se cultiva coca y se obedece a lo que mande algún grupo armado, la paz está lejos. Muchos campesinos, despojados, con cicatrices y raspones de violencia, no le creen a ese hashtag que no conocen, pero saben que en la ciudad es tendencia.

Ellos son los maltratados que claman, más que una firma de la paz, garantías de su dignidad y sus derechos. Don Fabio sabe que, si el Gobierno no cumple, el campesino no tendrá de otra que seguir bajo el ala de la seguridad económica que le ha dado la ilegalidad.

Él no tuvo que pasar de Primero de primaria para comprender que aquí las instituciones no funcionan, y que, por medio del diálogo con estas, la manifestación de las necesidades y la lucha por el rescate de las raíces es que se alcanza la paz.

Por eso es que hay que ir a los territorios. No para a llevarles lo que para nosotros serían ‘buenas noticias’ o para compartir con ellos un pedazo de la riqueza que suponemos que carecen. Hay que ir a los territorios para escuchar.

Así, oyendo, tomando nota y analizando, entenderemos que la construcción de paz, más que asunto de academia o de política social, es una cuestión de renuncia a lo que creemos conocer, una conjugación de la experiencia de los territorios con nuestra voluntad, para así empezar a construir.

A lo mejor, para esa construcción habrá que desbaratar, desmentir, formar… ¡leer y estudiar más! Pero entendiendo que la paz es tan joven como un universitario o un arriero que dejó la escuela para ‘levantar’ a sus hermanos.

Para saber si habrá o no éxito en lo que se está a punto de firmar, hay que moverse de la silla. No basta con ver noticias, leer libros de historia y analizar comunicados de ladrillo que vienen desde La Habana. Tampoco con asistir a foros y participar en debates.

Esta invitación es para quienes están pensando en la paz. También, claro, para los lectores de este medio y sus columnistas. Para los que piensan en lo que vendrá, y se creen el cuento de que son dueños de los próximos pasos que dará este país imberbe y desgastado.

Esta es una invitación a ponerse al servicio del que grita fuerte, pero nadie escucha. Del que tiene el corazón henchido de esperanza, pero que necesita de nosotros para que se cumpla lo que sueña y lo que merece. Es una invitación a visitar al hermano que está lejos, allá en el lugar donde se siembra la paz.

 

Sara Ruiz Montoya

Casi periodista. Adoro los esperpentos de la cabeza y los de Goya. Bailo, escribo y pregunto. Casi siempre aparezco río arriba.

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