James Joyce visto por Eugene Jolas, una traducción de Aurelio Arturo

El 2 de febrero de 1922 salía a la venta en las librerías de París Ulises, de James Joyce, quien cumplía ese mismo día 40 años. Había publicado para entonces un libro de poemas, Música de cámara (1907), uno de cuentos, Dublineses (1914), una obra de teatro, Exiliados (1918), y una novela, Retrato del artista adolescente (1916). Era ya un autor reconocido y la fama giraba en torno a su persona y a su obra, cosa común en el medio artístico, de tal manera que era invitado a múltiples conferencias y sus palabras eran tenidas en cuenta dentro del ámbito literario europeo y norteamericano. Sería Ulises la obra que lo catapultaría como un verdadero innovador del género novelístico, convirtiendo este texto en un clásico, aunque es reconocido por muchos que su lectura se hace imposible,  hasta el punto de abandonarla o postergarla por meses y hasta años.

Antes de morir, a la edad de 58 años, publicaría el poemario Poemas manzanas (1927) y la novela Finnegans Wake (1939), dejaría inacabada la novela Stephen el héroe, publicada póstumamente en 1944. Escribió múltiples ensayos y se conserva su correspondencia que resume gran parte de sus ideas culturales y literarias. Los primeros fragmentos de la obra de Joyce en español los hará Antonio Marichalar en la Revista de Occidente en 1924, tomados de la edición francesa, así como lo hizo del italiano Ernesto Giménez Caballero en la Gaceta Literaria en 1927, ambos franquistas en una España convulsionada. La primera traducción de Ulises al español la haría el argentino José Salas Subirat en 1945. Damaso Alonso traduciría Retrato del artista adolescente en 1926, y Dublineses sería publicada en español en 1942. Sus libros de poemas fueron traducidos tardíamente, Música de cámara en 1979 y Poemas manzanas en 1986. Sus ensayos corrieron mejor suerte, ya que fueron publicados en diferentes revistas y medios en Hispanoamérica.

En el caso colombiano, con seguridad existieron lectores de la obra joyciana en inglés y en otros idiomas, debió llegar pronto la traducción argentina, inclusive hay quienes hacen un paralelo entre Joyce con Zalamea Borda, particularmente con su célebre libro “Cuatro años a bordo de mí mismo”, interesante acotación que debe seguir escudriñándose desde las honduras literarias.

Dentro de esas lecturas y traducciones, aparece una verdadera curiosidad, la traducción del inglés al español que hace el poeta Aurelio Arturo de un artículo que Eugene Jolas hizo al poco tiempo de morir el escritor irlandés, publicada en un periódico capitalino en 1948, la cual quedó perdida en los anaqueles de una biblioteca pública, ya que ni siquiera en la publicación de “Obra poética completa de Aurelio Arturo”, que se hizo en 2003, bajo la dirección de R.H. Moreno Durán, aparece este texto. Se titula “My friend James Joyce”, fue publicado en inglés en la revista Partisan Review 8, marzo-abril de 1941.

Eugene Jolas (1894-1952), fue un escritor, traductor y crítico franco estadounidense. Fundó en 1927, junto con su esposa María McDonald y el periodista y escritor Elliot Paul, la revista “transition”, publicada en París, la cual tuvo 27 números, el último fechado en mayo de 1938, en donde se promovió la escritura experimental, apareciendo artículos de Joyce, Picasso, Hemingway, por mencionar algunos. Publicó para varios medios, en la Segunda Guerra mundial sirvió como traductor para la Oficina de Información de Guerra de los Estados Unidos, finalizada ésta, fue a Alemania para ayudar a fundar periódicos desnazificados, para ser nombrado editor en jefe de la DENA, una organización encargada de enseñar periodismo al estilo estadounidense para desmontar el aparato de propaganda Nazi.

Fue celebre por el manifiesto publicado en “transition”, en donde critica los textos dominados por las escuelas tradicionales, proponiendo, entre otras cosas, que la “revolución de la lengua inglesa es ya un hecho, el tiempo es una tiranía que debe ser abolido, sea maldito el lector corriente”, como una verdadera antesala de las revoluciones literarias que experimentó el mundo de entonces. Amigo personal de Joyce, considerando su obra, particularmente “Finnegans Wake” como la enseña perfecta de su manifiesto. Es autor de los libros: Secession in Astropolis (1929), I Have Seen Monsters and Angels (1940), Man from Babel (1998), Our Exagmination Round His Factification for Incamination of Work in Progress (1929).

Aurelio Arturo (1906-1974). Poeta, autor del libro “Morada al Sur” (1963), el cual le valió recibir el premio nacional de poesía Guillermo Valencia, aunque sus poesías aparecen publicadas en varios medios bogotanos desde fines de la década de 1920. Abogado de la Universidad Externado, se desempeñó en varios cargos públicos, en 1950 es nombrado jefe de la Sección de Traducciones de la Embajada de Estados Unidos en Colombia, en 1951 viaja a Washington invitado en el programa de información e intercambio educativo, donde perfeccionará el inglés. Como traductor, vertió de este idioma al español algunos poemas del poeta alejandrino Constantino Kavafis, igualmente con algunos poemas de Barre Cole, Anselm Hollo, Peter Levi, Anthony Thawaite, Matthew Mead y Kanen Kershon, los cuales aparecen publicados en el libro antes mencionado.

En el artículo se resalta más que nada la personalidad de Joyce, la introducción del texto es la apertura a esta lente: “Para aquellos que lo conocieron íntimamente, James Joyce, era un ser humano de gran cordialidad y encanto, aunque a primera aproximación su personalidad pudo parecer casi repelente. En realidad le tomó algún tiempo aceptar una fácil camaradería en el trato social”, tema que se va complejizando a medida que el autor cobra popularidad, ya que se relatan ahí encuentros en diferentes ciudades europeas, sobre todo después de publicar Ulises y aún más con la publicación, fallida si se quiere, de Finnegans Wake, que le trajo más contradictores que seguidores.

Ahí se recogen las múltiples charlas que tuvieron Joyce, Jolas y amigos en común, llegando a tal grado de compenetración que inclusive se relata el origen del nombre de su controversial última novela: “Miss Weaver le pasó un folleto escrito por un cura de aldea de Inglaterra  en el cual describía la tumba de un gigante encontrada en su parroquia. “Por qué no prueba la historia de este gigante?”, le preguntó en broma. La historia del gigante se convirtió en “Finn Mc Cool” o “Finnegans Wake”.

Frecuentemente se hace alusión al compromiso que adquiría con quien consideraba sus amigos, un círculo que cada vez se fue estrechando más, pese a ello su ánimo fue de cordialidad, aun en los momentos más preocupantes: “Su ser era compacto y forjado por una voluntad de acero. Era un hombre de gran tolerancia y rechazaba toda clase de denigraciones de sus amigos o de sus enemigos en su presencia.” Asoman ahí facetas poco conocidas por sus biógrafos, tales como el fino humor que siempre lo caracterizó, rehuyendo a cualquier manifestación escatológica, inclusive se anota que en su cumpleaños número 50 se extrañaba que muy pocos críticos hubiesen comentado el espíritu cómico de sus escritos, ¿acaso aquí una clave para su lectura?

Hombre al fin y al cabo, las tribulaciones familiares también lo atormentaban, tal como la muerte de su padre y la enfermedad de su hija Lucia, quien fue diagnosticada con esquizofrenia, sumado esto a la recesión mundial que empezaba también a golpear a Francia, lugar donde residiría por dos décadas, partiendo de ahí a Zúrich, huyendo de la guerra y buscando salud para su familia, lugar donde finalmente fallecería el 13 de enero de 1941. No sobra recordar que el propio Carl Jung, quien trató a Lucía, después de leer Ulises creía que el padre también padecía dicha enfermedad; en el artículo se menciona constantemente esos estados alterados del escritor, afirmando que muchas veces la escritura era “constantemente interrumpidos por momentos de ansiedad acerca de la salud de su hija y la consecuente nerviosidad propia.”

Resulta sumamente interesante como Jolas describe el método de escritura de su amigo, anotando esa riqueza verbal-escritural de la cual se han ocupado sus críticos, mostrando como anotaba ideas en hojas, acumulándolas durante años y sacándolas cuando era necesario para sus escritos, “No hay nada paradójico… Solamente que estoy tratando de construir una narración en muchos planos y con un propósito estético”, le dice Joyce después de compartirle la lectura del texto, resaltando que el autor pensaba detenidamente las palabras, pero una vez escritas era imposible que las removiera.

Estudioso de los idiomas, acumulaba un rico bagaje para poder comprender el significado alentado por la vitalidad de las palabras, “El lenguaje para él era tanto un proceso social como subjetivo. Estaba profundamente interesado en los experimentos del jesuita francés Jousse y los del filólogo inglés Paget y “Finnegans Wake” está lleno de extrañas aplicaciones de su teoría de los gestos”, acaso otra clave para la lectura de sus libros. Además, se anota algunos de sus autores preferidos: Emily Brontë, Rudyard Kipling y el poeta William Butler Yeats, de quien dijeron los críticos que Joyce consideraba que estaba muy viejo para ser influido por él, desmintiendo tal afirmación.

Aparecen unas curiosas coincidencias con el carácter del traductor, quien para entonces contaba con 42 años, “No fue nunca un conversador fácil y tenía tendencia a las expresiones monosilábicas. No le gustaba que se lo interrogase directamente sobre ningún tema. Nunca propició entrevistas y yo tuve siempre en cuidado de no citarlo en mis publicaciones”, apreciación que afirman y sostienen quienes conocieron al poeta nariñense, ¿acaso una identificación psicológica con el irlandés? Así mismo la preocupante atención de Arturo por las palabras pensadas para sus poemas y puestas después con la delicadeza de la filigrana, otra curiosa coincidencia. Quizá en su estadía en Washington adquirió las obras de Joyce, las leyó con juiciosa atención y, como suele suceder, hay una identificación con el autor, de lo cual Arturo no pudo escapar. En todo caso, especulaciones de otro lector en este que parece ya un palimpsesto.


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J. Mauricio Chaves-Bustos

Escritor de cuento, ensayo y poesía. Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz. Columnista en varios medios escritos y virtuales.

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