Irán, más allá de un conflicto

“La gente no quiere demasiada realidad”, fue la defensa, y a la vez la crítica, de Woody Allen luego de que Interiors (1979), drama inédito en la filmografía de hasta el momento no más que un popular comediante, fuera atacada de manera mordaz por la crítica norteamericana. Y es que desligar al artista de lo que acontece en la vida es una completa contradicción: la sensibilidad de la obra se moldea a través de una mirada del mundo, con todos los demonios y atrocidades que allí puedan convivir.

Ahora, un país sumido en una espesa problemática local debería ver en esta una oportunidad más que un impulso de encubrimiento, como suele suceder con el espectador colombiano. Aprovechando que está en cartelera El pasado, película de Asghar Farhadi -ganador del Oscar a mejor película extranjera en 2011 por la obra magna que es Una separación- me arriesgo a afirmar que Irán es quien mejor ha aprovechado esa incómoda coyuntura social, y de allí emerger con un cine maduro y audaz, donde la condición humana se dignifica y las historias desprenden delicias de ingenio.

Luego de su estreno en Cannes el año pasado, se repite, como es costumbre, la mención especial de que el país, una de las cunas de la civilización, ha forjado una identidad cinematográfica repleta de matices de sensibilidad narrativa, dándole cabida a sus más arraigados conflictos: encauzamiento religioso, desigualdad social, choque constante con su vecina Irak; y, al mismo tiempo, al desarrollo íntimo de los personajes que, más que protagonistas en escena, representan una dinámica de sinécdoque donde a partir de pequeñas gradaciones abarcan la idiosincrasia iraní como un mundo concreto.

A pesar de ser una producción francesa, Farhadi no se “occidantaliza” ni mucho menos olvida su mirada de autor. Tampoco pasa con Abbas Kiarostami -cabeza ilustre y diferenciada de la realización iraní-, quien en Certified Copy y Like someone in love experimenta, por primera vez, un cine fuera de las fronteras de su nación. Al contrario, estos maestros siguen profundizando la comprensión artística y narrativa a través de sus propuestas, concretando un estilo llamativo y digno de todo análisis, pues es notorio que sus miradas del mundo no son comunes en lo que nosotros, pertenecientes a una cultura opuesta, estamos acostumbrados a ver.

Sin embargo, y esto es lo más sugerente, estos dos directores no son los únicos, aunque sí los más reconocidos, que han influido en el compacto respeto cinematográfico que la crítica ha cimentado alrededor de los procesos creativos surgidos en dicho territorio. Bahman Ghobadi (Las tortugas también vuelan), Mohammad Rasoulof (Iron Island), Mohsen Makhmalbaf (Kandahar), son solo algunos de los nombres que suenan con fuerza en los festivales de cine más importantes del mundo. Asimismo, son una fuente inagotable para la academia, quien ve en estos films un rigor intelectual y filosófico digno de estudiar a profundidad.

¿Qué tiene el cine iraní para merecer elogios en la esfera internacional? Es algo que va más allá de ser informador de la situación local, no todo es evidenciar una desigualdad asfixiante que parece ser ya un asunto global. Partiendo de El pasado, es posible emprender una línea que, así no sea fija, sí es constante en las producciones iraníes: una austeridad técnica que desliga una búsqueda incesante de reflejo de realidad, complementado por un eje dramático intenso y cada vez más estimulante. Es decir, la narración es la que de principio acapara la atención, y ni siquiera es por la originalidad de sus historias: es el emplazamiento y la contraposición en los motivaciones las que confluyen en una asimilación de la condición humana que, lejos de manipular, constituye un desgarradora planteamiento al causa-efecto de las acciones.

Es sorprendente la manera como se apoya/reprueba cada una de las decisiones que perjudican/enaltecen a los personajes. No importa qué está bien o qué está mal, eso que nos da tranquilidad -el amor, la amistad, el dinero- termina sobreponiéndose al razonamiento moral. Camus decía que cada personaje de Dostoievski asociaba a una forma de ver la vida. Aquí pasa lo mismo.

Además, la formación intelectual en los realizadores iraníes es fundamental en la construcción de sus obras. Tanto la filosofía como la poesía visual sostienen una lacónica premisa expositiva que, de a poco, se va desenvolviendo con los hallazgos, sean casualidad o previsión, que con justo cuidado va dejando el camino.

Irán ha creado una identidad cinematográfica a partir, y no a pesar, de sus dificultades socioculturales. Sin depender del conflicto se apropian de este para impartir cátedras de vida, pues la humanidad de sus historias optan por una visión esperanzadora fuera de toda facilidad sentimental. Nos falta mucho por aprender.

[author] [author_image timthumb=’on’]https://scontent-b-mia.xx.fbcdn.net/hphotos-xpa1/v/t1.0-9/10356220_10152575733628112_5221994349825380317_n.jpg?oh=7131973ae7d67aa81c54d493a9deb9f6&oe=5460205C[/author_image] [author_info]Diego Pérez Torres Estudiante activo de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Antioquia y de Comunicación Social en la Universidad EAFIT. Ha participado en la elaboración de diversos documentales y cortometrajes que han alcanzado presencia en diversos festivales de cine. Apasionado por el cine, la literatura y las artes visuales; con proyección en la realización e investigación cinematográfica.[/author_info] [/author]

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