Dinámica de la pasión revolucionaria: a propósito del paro nacional.
En El Quijote Miguel de Cervantes dice que la historia es “depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”. Pues bien, esta idea según la cual la historia es maestra, como también lo decía Maquiavelo, sirve para analizar dos posturas- entre otras- frente a lo que ocurre en todo momento de crisis, efervescencia social, manifestaciones, conatos revolucionarios, pueblo en estado de rebelión, o como quiera llamársele. Es decir, sirve para analizar la situación actual que vive Colombia.
En este sentido de la perspectiva histórica, el análisis de las convulsiones pasadas y la genealogía del nacimiento, maduración o agotamiento de las revoluciones es fácil identificar dos actitudes principales en tensión. Por un lado, una posición subjetiva que abarca desde actitudes conservadoras, escépticas, resignadas, pasivas, pesimistas, derrotistas e indiferentes y, por el otro, actitudes y modos de ser y encontrarse que van desde la espontaneidad, la pasión activa, el deseo, la potencia, el optimismo ingenuo, el empuje, la creatividad, la fuerza y la decisión.
En el primer grupo se encuentra ese grupo de personas, especialmente mayores, que han visto muchos fracasos en la vida, legitiman su inercia frente a lo que ocurre en su experiencia, en sus vivencias personales que les han mostrado cómo todo intento de cambiar el mundo es, en últimas, inane, inútil; son personas que han vivido convulsiones, estados de crisis y de ahí infieren que ningún espaviento social lleva, en últimas, a nada, o de que se logran pequeñas pero nunca grandes transformaciones. Son empiristas, inductivos, vacunados contra el optimismo e inmunizados contras las pasiones alegres, que sostienen con firmeza su principio general de que no vale la pena sacrificar tanto, de que de las grandes euforias humanas y de las luchas contra la autoridad y el orden, sólo queda el fracaso o la desilusión. Desde luego, este mismo grupo puede albergar jóvenes, pues los hay con espíritu yerto y marmolizado; pero, ante todo, en este grupo se encuentran muchos privilegiados que defienden el orden y su restauración porque, desde luego, se benefician de él. Todo aquél que defiende un orden social saca algún provecho del inmovilismo social. Por eso le temen al cambio y desprecian otras opciones y otras perspectivas de porvenir. En este grupo se da el conformismo con lo real, ese con-formarse con lo dado, la dadidad para decirlo con Diego Fusaro. Ese conformismo es amoldarse a lo existente e, implica, no apostar nada. Es modelarse conforme a una forma-vida específica. Por eso rechazan posibles configuraciones y mutaciones del orden social que los aloja. No son partisanos, no toman partido, y justo por eso contribuyen a que nada cambie. Su escepticismo los lleva a la imperturbabilidad (ataraxia) del espíritu y por eso terminan alojados en el vacío de un presente flotante arropados en la pasmosa y dulce indiferencia.
Ahora, antes de pasar a describir el grupo dos, hay que decir que también hay muchos privilegiados que son solidarios, empáticos, sensibles, a las luchas de los oprimidos o los menos favorecidos. Eso los ha llevado al compromiso. Casos se han visto en la historia de burgueses- como Engels, o gestores culturales, como Victoria Ocampo, que gastaron sus fortunas y las pusieron al servicio de otro mundo posible. Pero en términos generales, el privilegiado mira de reojo lo que pasa y, simplemente, permanece en su “mero estar-ahí” ante el universo.
En el grupo dos, el de los utopistas, se encuentran personas inquietas, tal vez mayoritariamente jóvenes, también adultos no aniquilados por el tiempo y por la historia, no avasallados de espíritu por las duras experiencias…que son quienes sufren; son los que padecen la injusticia de la totalidad vigente con su orden social, político y económico asfixiante. Son esa clase de personas a las que les pesa el mundo, como decía la filósofa Simon Weil, dispuestas a sacrificarse por una causa, por una idea. Éstas encuentran el sentido de su vida en el compromiso o en la lucha. No importa si la crisis es orgánica o es una escaramuza fugaz. Es gente atenta a la contingencia del mundo, que sabe que nada está asegurado, que no claudica ante los fracasos y que no asume “premisas generales”, con pretensión de verdad absoluta, con base en sus experiencias limitadas o en las derrotas del pasado. Para este grupo de personas, “la historia es el reino de la libertad en el reino de la necesidad”. Y es eso lo que legitima la utopía.
En este segundo grupo están las personas que saben que el presente es solo una manifestación de los múltiples posibles que existieron en el pasado; que lo que hay es una forma cristalizada de otros posibles dejados en la orilla de la historia efectiva. Aquí se entiende que la razón es histórica y que lo que era una verdad en el siglo XVII o XVIII, por ejemplo, el esclavismo, ya no lo es hoy. Este conjunto alberga a todos aquellos que consideran que la utopía es una racionalidad posible que merece jugarse todo en el presente y que las ideas son guías para la praxis social, colectiva. Saben que nada está dado de antemano, nada es definitivo, pero están sobre el filo de la navaja, el filo del devenir apostando. En fin, en este grupo soñador y arriesgado hay personas que saben que “los límites de la imaginación son los límites del mundo”, como decía mi maestro Darío Botero Uribe. En términos de María Zambrano, se entiende al ser humano como un ser deficitario, mendigo, que para revelarse y hacerse en la historia precisa ser “obrero del tiempo”. Por eso, frente a la modorra de espíritu e inacción de los primeros, se opone la voluntad creadora de los segundos.
Estas dos actitudes, y otras tantas más, se juegan en el espacio social; compiten, por decirlo así, por la instauración hegemónica del sentido de lo real. Y aquí, de nuevo, la historia tiene la razón. En ella ha habido conformes e inconformes, muertos de espíritu y creadores, modorros y soñadores. Pero lo cierto es que ningún cambio hubiera sido posible sin darlo todo en el presente, para lo cual hay que tener los oídos bien abiertos, la inteligencia bien aguzada, y así hacer un análisis de la circunstancia para, quizás, generar una nueva forma de vida, un nuevo orden social. Al fin y al cabo, como dijo Robert Michels en Los partidos políticos (1969): “Alejandro Dumas, hijo, observó una vez que todos los progresos humanos, en su comienzo, habían sido resistidos por el noventa y nueve por ciento de la humanidad. Pero esto carece de importancia, si advertimos que el centésimo al cual pertenecemos nosotros, desde el comienzo del mundo, ha realizado todas las reformas para los otros noventa y nueve, que hoy las disfrutan, pero, sin embargo, siguen protestando contra las reformas que quedan por hacer”. Ese noventa y nueve por ciento son los atenidos de la historia.
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