Imaginación y ciencia en la Inteligencia Artificial

Como dos caras de una misma moneda, el aspecto más creativo del ser humano junto con el más sistemático e inferencial no pueden darse divorciados


Desde su surgimiento, la Inteligencia Artificial —refiriéndonos como tal al estudio o disciplina cuya motivación reside en el desenvolvimiento de “máquinas inteligentes”— se encuentra indisolublemente amalgamada a la ciencia. No obstante, el reducir el nacimiento y desarrollo de la Inteligencia Artificial a este ámbito nos pudiera producir una impresión de insuficiencia. Parece, al menos a primera vista, que reducir el fenómeno de la Inteligencia Artificial —que bien puede en este caso referir a la mentada disciplina científica o bien al “hecho mismo” de la “maquinaria inteligente”— a los estudios científicos iniciados en el S. XX (con ciertos precedentes decimonónicos) resulta exiguo. ¿Es qué no ha jugado, y juega, ningún papel el imaginario literario? ¿No es el arte una fuente de ideas que ha alimentado la pretensión de alcanzar Inteligencia Artificial? ¿De verdad podemos considerar a la Inteligencia Artificial llanamente como un resultado de la razón mensuradora?

Para analizar la significación y repercusión del “mito” y del “logos” (razón científica) en el nacimiento y desarrollo de la IA, es menester llevar a cabo un cierto recorrido histórico. Consideramos esta necesidad al desechar la posibilidad de que un fenómeno cultural humano, sea cual fuere, surja ex nihilo. Y así pues, la IA no ha surgido de la nada de la mano de una serie de individuos de excelsas capacidades intelectuales. Como cualquier fenómeno cultural humano, la IA es fruto de una cadena de causalidades que se remonta, al menos, a los albores del surgimiento del ser humano como tal. Por supuesto, no se trata aquí de tomar cualquier actividad humana como un precedente de la IA. Simplemente se pretende señalar la posible confusión entre la consecución de un objetivo y el surgimiento de dicho objetivo. El que la IA haya cuajado a través de la razón deductiva no parece implicar que la IA sea un resultado exclusivo de aquella en su aspecto más metódico o deductivo.

Tomando como referencia la obra Máquinas que piensan de Pamela McCorduck, ya en el siglo IX a.C. nos topamos con los primeros ejemplos de “personas artificiales”. Relata Homero en La Ilíada cómo Hefesto se vio en la necesidad de construir seres inteligentes que le ayudaran en sus quehaceres cotidianos. Lejos de ser este un caso excepcional, la tendencia a especular acerca de la posibilidad de construir seres no humanos semejantes en inteligencia a los humanos fue una constante con el paso del tiempo. Con todo, no sólo se presenta la precoz idea de la IA a través de leyendas o mitos recogidos por la literatura. Por supuesto, también hubo intentos de llevar este imaginario a la praxis. Ahora bien, estos intentos no pudieron ir más allá de la mera argucia. La magia, la alquimia y demás trucos de la misma índole mantuvieron unas ínfulas que pronto mostraron sus lagunas. Estos vacuos intentos, como mismamente se constata con el homúnculo de Paracelso, no lograron plasmar materialmente la fantasía.

Posiblemente, el ego humano tenga mucho que ver con esta tendencia. Quizás sea tal la fascinación que siente el humano por sí mismo que la idea de poder crear (a través de medios no convencionales) un ser semejante ha estado presente desde que los registros históricos nos permiten afirmarlo. En las antípodas de Uqbar, aquel mundo borgeano en el cual se prohíben los espejos y la cópula por multiplicar el número de los hombres, los humanos soñaron con construir a semejantes. Como señaló Paracelso: “Seremos como dioses. Duplicaremos el mayor milagro de Dios: la creación del hombre”. En cualquier caso, más allá de interpretaciones psicologicistas, vemos claramente como la idea de la IA nos ha acompañado durante largo tiempo sin resultados tangibles.

La primera muestra, ciertamente rudimentaria, de una “máquina pensante” la hallamos en la zairja árabe. Fue la ciencia árabe la que, con motivaciones marcadamente religiosas, construyó este artilugio del cual se decía que podía probar la verdad o falsedad de un postulado. Ahora bien, habrá que esperar hasta el siglo XII para encontrar una verdadera muestra de máquina semejante a algún aspecto del intelecto humano. Esta será la pascalina, obra del físico y filósofo Blaise Pascal. Aun a pesar de ser una máquina sencilla esta permitió, por primero vez en la historia, realizar operaciones aritméticas básicas “fuera” de la mente humana. Más allá de la pascalina, y encontrándose ya próxima al nacimiento de la IA, la máquina de Babbage constituirá el punto de inflexión a partir del cual el desarrollo tecnológico será imparable.

¿Qué podemos sacar en limpio de esta breve caracterización histórica? Fundamentalmente, lo que podemos apreciar es un importante salto de la fantasía a la realidad. Un salto generado a través de la ciencia moderna. La razón metódica consigue llevar a cabo lo que la imaginación sólo era capaz de soñar. Con todo, también podemos corroborar lo dicho desde un principio, esto es, que la razón sólo supone ser una prolongación de la imaginación. Una prolongación que indudablemente proporciona productos inalcanzables para el simple mito. De esta manera, nos vemos ya en condiciones de discernir dos tipos de ámbitos en lo que concierne a la IA: en primer lugar, un “ámbito predecesor” caracterizado por el mito, la imaginación o, incluso, la ciencia-ficción. Y, por otra parte, un “ámbito de manufacturación” representado por la razón metódica, la ciencia.

La necesidad histórica de ambos ámbitos, creemos, resulta incuestionable. No es posible concebir la IA, tal y como hoy la entendemos, sin su exordio imaginativo. Las ideas no surgen de la nada. Antes de poder plantearse cómo construir un mecanismo con ciertas capacidades semejantes a las humanas es necesario concebir la idea misma de un mecanismo con capacidades semejantes a las humanas. Aquí ocupa, sin lugar a dudas, un papel fundamental el pensamiento más imaginativo del humano. Entendemos, entonces, la relación entre la razón imaginativa (mito) y la razón metódica (logos) como una relación de continuidad: el ingenio plantea la idea y el raciocinio la procura y elabora. Pero, ¿el papel del mito en el desarrollo de la IA se reduce a un preliminar histórico del gran éxito de la razón? ¿Es tan sólo el origen especulativo de la gran ciencia de la IA? ¿El mito se encuentra en la actualidad, y desde el nacimiento de la IA, obsoleto?

La imaginación humana nos permite fantasear libremente con cualquier posibilidad, tanto en el siglo IX a.C. como en la contemporaneidad. Es cierto, como venimos reiterando, que la primera premisa asumida recoge el inexcusable papel de la razón para el desarrollo de la IA. La segunda sitúa el papel del mito como precedente histórico de la razón, para el caso, tecnológica. Esto pudiera parecer a primera vista suficiente respuesta si no fuera el caso que el mito sigue vigente. La razón imaginativa, en muchos casos “utópica”, todavía sigue operando. Esto resulta claramente constatable en el recurrente ámbito literario. Obras fruto de la imaginación de autores como Mary Shelley, H.G. Wells o Isaac Asimov todavía siguen aportando notables ideas extrapolables al ámbito científico de la IA. De hecho, no debemos perder de vista que el propio término ‘robot’ se introduce a través de la obra del escritor Karel Čapek.

El mito, trasladado a la literatura o al cine, todavía continúa siendo una importante piedra de toque en la reflexión de la IA. Una reflexión que parece bastante difícil de distanciar de su propio desarrollo material. No olvidemos que mientras Babbage se erigía como uno de los padres de la computación, Mary Shelley advertía acerca de los posibles peligros de la IA. El desarrollo de la IA se ve en cierta medida orientado por unos límites impuestos a través de una reflexión alimentada e iluminada a través del mito. Si es cierto que el desarrollo material de la IA está abanderado por la razón, no lo es menos que la imaginación continúa enfocando el camino. De la libertad imaginativa surgieron y surgen las ideas que anticipan el desarrollo de la IA, así como las reflexiones acerca de sus posibles contingencias. Unas reflexiones, estas últimas, que permiten, al adelantarse a su existencia material, al menos una discusión acerca de la deseabilidad de ciertos aspectos de la IA a desarrollar.

Como dos caras de una misma moneda, el aspecto más creativo del ser humano junto con el más sistemático e inferencial no pueden darse divorciados. La imaginación, creadora a lo largo de la historia de numerosos mitos referentes a la IA, no se encuentra ni mucho menos obsoleta de papel alguno. Parece difícil que, en la actualidad, alguien ponga en duda ni un ápice que la clave del desarrollo de la IA reside en el logos. Es el logos, o la razón humana sistemática, el que permite que nos encontremos hablando de IA como de algo tangible. Ahora bien, como siempre ha sucedida y quizás siempre sucederá, la imaginación es el machete que nos permite vislumbrar nuevas ideas, tanto las deseables como las indeseables, tras la maleza. Aunque estas ideas no se puedan, sin un importante esfuerzo racional, llevar a cabo. El mito plantea el reto, configura su forma, es empresa del logos el hacerlo realidad.

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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