Si ha tenido la oportunidad de viajar en el Metro de Medellín y de hacer el recorrido completo, entonces tal vez haya notado lo mismo que yo: una vez que el Metro sale de La Estrella se contemplan paisajes que parecen extranjeros, con edificios altos y grandes intercambios viales que, o bien se están terminando o ya están en funcionamiento. No obstante, cuando se le da la vuelta al Cerro Nutibara y se comienza a atravesar el Centro de la ciudad, otro paisaje es el que se muestra, uno en el que ahora sí se ven habitantes de calle y personas en situación de calle; se ven vías estrechas y malas, llenas de huecos y atestadas de carros parqueados a lado y lado; y aún así, se sigue viendo esa metrópolis poderosa y grande, con edificios imponentes y gran desarrollo hacia el occidente que contrasta con el estrecho desarrollo del oriente.
Hasta que se le da la vuelta a la Universidad de Antioquia y el camino hacia el norte del Valle de Aburrá comienza. Los grandes e imponentes edificios se reducen casi a cero; el gran desarrollo le da paso a los grandes barrios de casas pequeñas y amontonadas, atravesadas por callejones por los que solo caben las motos y por vías por las que solo los conductores de buses y camiones parecen saber conducir. Sin embargo, el mayor detalle, el que más podría ofender los gustos estéticos que parecen predominar en el sur del Valle de Aburrá, ocurre cuando se ve la margen del río sin canalizar, con casas en sus riveras justo en lugares que se saben a punto de derrumbarse y que se llevaron una vez la casa de Leidy, la vendedora de Rosas.
Parece un chiste, pero es anécdota. El Valle de Aburrá es uno hacia el sur y otro hacia el norte. Tanto así que Bello, Girardota, Copacabana y Barbosa, que son los cuatro municipios del norte, son los únicos municipios que tienen que pagar peaje para poder ir a Medellín. Y no es todo, además de las cargas que se le han impuesto al norte, como la cárcel, el hospital mental, en otro momento el relleno sanitario y ahora la PTAR Aguas Claras en la que se procesa la materia fecal de Medellín, también hay que sumar la falta de desarrollo vial, urbano y humano. Situaciones todas que han ayudado a crear y mantener un prejuicio generalizado que cree en la idea de la pobreza inherente del norte del Valle de Aburrá.
Y aunque pareciera evidente que este norte necesita soluciones e inversión que facilite su desarrollo urbano y humano, el DOCTOR Carlos Cadena Gaitán, secretario de movilidad de Medellín, en una decisión unilateral pero que afecta directamente a cinco municipios, quiere seguir cargándole al norte del Valle de Aburrá la responsabilidad de sus propios prejuicios, basado en “evidencia científica” que para él es irrefutable. El experimento con el que el DOCTOR Carlos Cadena quiere convertir a los habitantes del norte en conejillos de indias, pretende reducir la velocidad en la Autopista Norte de 80 km/h a 50 Km/h, y su mejor argumento es decir que en realidad no va a cambiar nada porque ya se transita a esa misma velocidad por esa misma vía.
¡Esa es su gran mentira DOCTOR Cadena! Tan fácil es ver la realidad colombiana desde una universidad en Holanda, como ver la realidad del norte del Valle de Aburrá desde una cómoda silla en Medellín. Existen vías con mayor mortalidad en Medellín, como la Av. Oriental o la Autopista Sur, que no fueron tenidas en cuenta para este experimento porque tal vez complicaban la movilidad del sur, o porque tal vez las vidas de las personas en situación de calle que mueren atropelladas por la Minorista, no sean tan importantes para el DOCTOR secretario. Ya el norte ha sido suficientemente maltratado como para que ahora nos conviertan en ratas de laboratorio, solo útiles para hacer experimentos que, si funcionan, seguro serán aplicados en un sur ordenado y planeado, pero que si no funcionan (como será este caso) dejarán el caos generado solo en el norte, contenido y listo para seguir experimentando con él.
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