Según un viejo chiste, cuando ambos dirigían sus respectivos países en los años ochenta del siglo pasado, Mario Soares, socialista de Portugal, le dijo a Olof Palme, socialdemócrata sueco, que el propósito de su gobierno era acabar con los ricos. Es curioso – habría respondido supuestamente Palme – nosotros queremos acabar con los pobres.
Portugal hoy tiene unos 4 de sus 10 millones de ciudadanos en la lista de multimillonarios de Forbes, Suecia tiene unos 41 de sus también 10 millones de habitantes, aproximadamente. El PIB per cápita de Portugal, que lidia todavía con la pobreza, está por debajo de los 20.000 euros; el de Suecia, donde es casi inexistente, supera los 45.000.
La antipatía por los ricos está muy extendida en el mundo y en algunos países de América Latina, Colombia entre ellos, llega al odio visceral. A pesar de la pandemia, se escandaliza la oenegé OXFAM y con ella los medios colombianos, creció el número de multimillonarios y la riqueza que acumulan. Y llama a combatir el “virus de la pobreza y la desigualdad”. Y ese llamado encuentra eco entre los políticos que agitan la envidia de las masas y, lamentablemente, entre economistas, algunos de los cuales, como Joseph Stiglitz y Paul Krugman, han alcanzado cotas de popularidad similares a las de estrellas Pop, denunciando al 1% que lo acapara todo.
No siempre fueron así las cosas en economía. Arthur Lewis, gran economista del desarrollo económico, señalaba que no importa lo que ganan los ricos sino lo que hacen con lo ganado. “Es el hábito de la inversión productiva y no las diferencias en la distribución de ingresos – dice Lewis – lo que distingue a los países ricos de los pobres”.
Si bien se pagan ciertos lujos, algunos bien considerables, a diferencia de los ricos de sociedades precapitalistas, los ricos de las sociedades capitalistas no suelen gastar sus ingresos en sostener un séquito o en erigirse mausoleos. La mayoría destinan la mayor parte de sus rentas a inversiones productivas que son aquellas que elevan el rendimiento del trabajo, aumentan la cantidad y la diversidad de los bienes de consumo y elevan a la postre la renta real de todos que en definitiva no es más que el disfrute que nos dan los bienes que satisfacen nuestros deseos.
La inversión productiva de los ricos se traduce siempre en elevar, léase bien, siempre, el acervo productivo de la sociedad con relación a la cantidad de personas que trabajan o, para decirlo técnicamente, en aumentar la relación capital-trabajo, lo cual aumenta la productividad del trabajo y, a la postre, el producto y el consumo por habitante. Lo que distingue a los países ricos de los países pobres, hay que repetirlo, no son las diferencias en la distribución de los ingresos sino el hábito de inversión productiva, que lleva a la transformación del ingreso en capital productivo acumulado.
Capital es todo aquello que eleva la potencia productiva del trabajo. Capital es el hacha, la lanza, la red, el arado rudimentario que permitió a los hombres primitivos cazar más, pescar más, obtener de la tierra cultivada una mayor cantidad de frutos. Capital son las instalaciones fabriles, las obras de riego, las carreteras, los trenes, los computadores, las habilidades adquiridas, nuestros conocimientos, en fin, todas aquellas cosas materiales e inmateriales que facilitan y potencian el trabajo de cada cual. En las sociedades capitalistas, todo eso, absolutamente todo, procede de la inversión de los ingresos de los ricos.
Por eso no tiene nada de sorprendente que en la lista de los más ricos de Forbes – los que tienen más de 1.000 millones de dólares – no aparezca ningún ciudadano de los países más pobres del mundo. Porque tener ciudadanos en esa lista es un indicador de la inversión y la acumulación de capital.
La gráfica 1 muestra en el eje horizontal la tasa de pobreza en la brecha de US$ 5,50 dólares/persona/día y el vertical la densidad de ricos – número de ricos por 10 millones de habitantes – del país en cuestión. Colombia tiene 6 ricos en la lista Forbes, lo que arroja una densidad de ricos de 1,2. Estados Unidos tiene 724 ciudadanos en esa lista y una densidad de ricos de 22,1. En fin, Tanzania con 58 millones de habitantes, tiene un solo multimillonario lo cual arroja una densidad de 0,2 que corresponde a una tasa de pobreza monetaria de 58%.
Los ricos de Colombia son más bien pocos tanto para el tamaño de su población como para el de su economía. Tampoco su riqueza es muy grande pues equivale a menos del 10% del PIB colombiano; mientras que la de los 724 ricos de Estados Unidos, por ejemplo, equivale al 20%. En la gráfica 2 se compara a Colombia con una serie de países en los cuales la riqueza de los ricos es más significativa como porcentaje del PIB y donde la pobreza, medida por cualquier indicador, es casi inexistente.
En resumen: en los países con más multimillonarios la pobreza es baja o prácticamente inexistente. Tampoco hay pobreza allí donde los ricos son más ricos, es decir, donde su riqueza representa una mayor fracción del PIB. Por tanto, Fajardo, la conclusión que se impone es que para acabar la pobreza en Colombia hace falta que haya más ricos «privilegiados» y que estos lo sean mucho más.
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