La gran historia y la habitación vacía

La política se sostiene en tonos de voz pretenciosos, giros ingeniosos del pensamiento, datos contundentes y estadísticas irrefutables de las que hay tantas para cada ocasión. Es el ejercicio moderno de la retórica salida del monasterio para dar en la cámara legislativa o en el palacio presidencial. Los neoliberales se presentan como académicos brillantes por encima de lo divino y lo humano, la izquierda esta encarnada  en seres divinos, arrogantes y poseedores de una verdad sagrada, los uribistas que ya han perdido todo discurso, sacan todo el subconsciente nacional al aire sin ninguna vergüenza.  Esa fauna política no es nativa de acá sino de cualquier parte donde habiten políticos profesionales, lagartos, caimanes, ratas, aves y cerdos. Los politólogos, que por tantas ganas de ser una ciencia se comportan como los más ridículos entre toda la ridiculez de los mal llamados humanistas no saben muy bien donde encajar a la política. ¿Se hace en los pasillos, en las oficinas de los senadores? ¿en las conversaciones de la gente en la plaza? ¿en las armas de los violentos?¿en la palestra pública?

El video que acompaña esta columna muestra a un político de carrera en el sentido más puro de la definición: fue alcalde, representante a la Cámara, senador y ahora esta aspirando a ser la cabeza de uno de los gobiernos más violentos del mundo. Es blanco, mal peinado, con una chaqueta que le queda grande y unas gafas pasadas de moda; podría representar con facilidad el estereotipo del hambre desenfrenada por el poder, de la vida planeada con cuidado para llegar a dominar a otros hombres. El video, en cambio, muestra a un tipo deshilvanándose, con la voz quebrada y el desespero en el rostro en una retórica vacía. Vacía porque no hay nadie que lo escuché: el congresista le habla a una congregación vacía,  donde todavía queda un presidente aburrido y un reportero sin oficio; un político sin audiencia no es político, es más bien un perdedor, un habitante de algún foro del internet que escupe opiniones sin tener a nadie que lo escuche.

Es un discurso sobre los absurdos de la guerra, de cómo una invasión puede mutilar a otro país pero a costo de los inmensos gastos que conlleva. Es extraño en un país que ha construido toda una retórica – esta vez sí escuchada a la fuerza por muchos- de Dios de los ejércitos, de Rey del Tiempo, de juez y ejecutor del derecho de la geopolítica.

Imagino que frente al discurso del político de carrera con las gafas pasadas de moda deben de haber uno, dos o cincuenta  libros de Kissinger (que asesora a otra aspirante a ser cabeza del mundo) que refuten sus afirmaciones. Bien puede ser cierto que estados unidos es un bastión de integridad nunca antes visto en la historia de la humanidad y que su misión es llevar la democracia a donde sea, así se quiebren varios huevos en el camino como diría en falsa chabacanería algún congresista. Aunque yo no he leído nunca a Kissinger pero espero leer algún día una condena (así sea póstuma) de la corte internacional de Justicia por sus crímenes, bien puede tener razón en algo. A punta de crímenes se sostiene la historia y el orden social puede surgir a consecuencia de las atrocidades. A la larga la moral cristiana no va a derrotar al Estado Islámico.

La política es retórica, giros ingeniosos, estadísticas irrefutables. Yo no soy economista, ni hago políticas públicas pero sí sé a pura fuerza de ser un humano reconocer la decencia. Esa facultad tan esquiva tanto en la derecha como en la izquierda. “La dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas” escribe el diccionario. Sí, pero la dignidad también es humildad: conocimiento que las estadísticas irrefutables, los giros ingeniosos, la retórica dura jamás va a devolver una sola vida de tantas que los estados unidos quitaron en esa guerra, de tantas que han quitado de manera compulsiva, como un niño monstruoso jugando con hormigas, en los últimos setenta años.

En ese vídeo, en esa voz quebradiza de Bernard Sanders hablando solo, representante a la cámara por Vermont con las gafas pasadas de moda y el pelo despeinado veo pasar esquiva a la historia, o por lo menos, como debería ser la historia: no llena de grandes momentos de fotos coreografiadas de soldados tomándose capitales y de  poderosos imperios cayendo, sino de esa fuerza atemporal que es la compasión abriéndose paso. Si la máxima vuelta lugar común es cierta : “la historia la escriben los vencedores” entonces la oportunidad de reescribirla esta a distancia de un discurso, hablando en una habitación vacía.

Simón Murillo Melo

Acabé de entrar a periodismo en la de Antioquia. Me gustan los árboles, los cómics y las series animadas. Prefiero hablar de mis amigos que de mí mismo.

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