“Amo a la muerte porque en parte, ella hace hermosa a la vida”.
Desde que Anaximandro de Mileto describió a todo lo que lo rodeaba como el Kosmos, y que a este lo precedía un continuo crecimiento y decrecimiento entre el frío y el calor, tendemos a entender cada situación como una interrelación de opuestos.
Visualizamos todo en base a los opuestos, hombre y mujer, norte y sur, arriba y abajo, adentro y afuera. Es normal que lo hagamos porque como Anaximandro sentimos que así se comporta la naturaleza y que esa es realmente la forma en que se comporta todo lo que nos rodea.
Ahora no siempre sabemos identificar bien cuáles son estos opuestos, ¿cara o cruz? Un lado o el otro, pero no debemos olvidar que a su vez la cara tiene un contorno que delimita su espacio y también la cruz. Estos contornos son parte de la cara y parte de la cruz, la integran y la hacen junto con lo demás lo que es.
¿Cuál es el opuesto de la vida? ¿Es realmente la muerte la otra cara de la moneda?
La muerte, hasta donde puede afirmarse, es el final de lo que llamamos vida. Traspolando esa idea a la moneda, la muerte equivaldría al contorno de la moneda, una moneda de una sola cara, hasta donde sabemos.
La muerte no es nada más, ni nada menos, que un componente mas de la vida; y es en mi opinión un elemento esencial de ésta. Todo lo hermoso de nuestra vida, en gran parte, se debe a la existencia de la muerte, que exista la posibilidad inmodificable de que se acabe, le da, en esencia, esa belleza.
La muerte en muchas formas, es nuestro motor en la vida, y nos ayuda a valorar lo que en ella encontramos. Yo no me quiero morir, es verdad, y de esa afirmación desprendo que quiero vivir. Ahora sin la existencia de ese elemento, de la muerte, quizás no encuentre en lo más profundo de mi alma, esa voluntad, ese gran deseo de vivir. Sin muerte, habría vida eterna, pero sin muerte, ¿habría ganas de vivir?
Ahora por más que veamos a la muerte como un contorno de la vida o incluso como un motor que enciende las ganas de vivir, el disgusto hacia la muerte es natural y hasta instintivo. La mayoría de los filósofos que han analizado este tema aceptan que vivimos con un miedo a la muerte, incluso muchos opinan que el ser humano es un ser angustiado, y siempre lo será porque sabe que se va a morir.
Yo no quiero morir, y lo sé. Pero ¿es realmente por temor a la muerte que no quiero morir? ¿No cabe la posibilidad que yo simplemente ame a la vida y sienta pura melancolía de que ésta se acabe? Amo a la vida con todo lo que esta conlleva, y la muerte es parte de esta, no se contrapone a ella. Amo a la muerte porque en parte, ella hace hermosa a la vida, no sería como es, en su esencia, sin ese elemento tan significante, que es la muerte. ¿Realmente es necesario el miedo? ¿No quiero morir por el simple hecho de hacerlo, o por que amo a mi vida como ésta es?
El hecho de amar mi vida me puede hacer entregarme de brazos abiertos a la muerte, no huirle por miedo.
¿Acaso Sócrates no bebió la cicuta por falta de miedo a la muerte? ¿O fue que prefirió morir, por amor a su vida, a sus discípulos, al saber?
Quizás la respuesta a esa angustia que nos acompaña se encuentre ahí, amar tanto a la vida, que cuando la muerte nos llegue la amaremos incluso a ella, por ser parte de la vida, por habernos acompañado siempre, porque sin ella la vida no sería como es.
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