La doble moral en el escenario internacional. Una mirada desde el actual conflicto Rusia-Ucrania

En los últimos 20 años han acontecido violaciones a la soberanía de países que no se han condenado y que han pasado desapercibidamente al frente de la mirada juzgadora de los medios de comunicación y de los estamentos internacionales


Con el reciente conflicto en Ucrania, en el cual las fuerzas militares rusas han transgredido las principales ciudades de dicho país, como Járkov, Mariúpol, Odesa, y su capital Kiev, bajo el propósito de demandar no sólo el respeto irrestricto de la autonomía de las repúblicas populares de Donetsk y Luhansk, sino también la no incorporación de Ucrania en la OTAN, se han suscitado una serie de sanciones hacia el país invasor.

Las sanciones van desde la exclusión económica de los bancos rusos en el sistema financiero SWIFT, la restricción del espacio aéreo de países como EE. UU y otros miembros de la OTAN para aviones rusos, la prohibición para estos de exportar bienes tecnológicos, y de igual manera, la negación en la venta de elementos necesarios para la refinación del petróleo. Incluso, plataformas de entretenimiento han restringido el acceso a los rusos como es el caso de Disney y Paramount, añadiéndole a ello que el estamento deportivo más importante de Fútbol, la FIFA, se ha sumado a esta tendencia al negarle la participación a Rusia en el próximo mundial, además de cambiar la sede de la final de la Champions de San Petersburgo a París. Todo ello tiene el objetivo de presionar tanto al gobierno de Vladimir Putin como a los ciudadanos rusos y representa un completo andamiaje de boicot a la invasión rusa en Ucrania.

Estas sanciones y todo el ambiente que se ha generado alrededor de dicho asunto, responden a la exaltación de un cinismo y una doble moral internacional que ha quedado más que nunca en evidencia y que se propaga a partir de varios aspectos. El primero de ellos y el más palpable, es toda la movida política que se ha hecho contra Rusia desde la comunidad internacional en cabeza de la ONU y que no se hizo en otras oportunidades con el mismo apogeo como el que sí se ha hecho hasta ahora. En los últimos 20 años han acontecido violaciones a la soberanía de países que no se han condenado y que han pasado desapercibidamente al frente de la mirada juzgadora de los medios de comunicación y de los estamentos internacionales.

En perspectiva y para no alejarnos mucho temporalmente, en el año 2001 se realizó la invasión a Afganistán en cabeza de los Estados Unidos respaldado por los principales países europeos; en el año 2003, el mismo garante de la paz y de la democracia del mundo, nuevamente invadía otro país de Asia como lo hizo con Irak. La misma despreocupación se ha visto ante la constante agresión e invasión de un estado creado como el israelí en territorio Palestino, o la invasión militar en Yemen por parte de los Emiratos Árabes Unidos, la guerra generada en territorio sirio, entre otras invasiones. Todos estos casos han pasado sin mayor ruido bajo la mirada pasiva, parsimoniosa e inútil de la ONU, supuesta organización garante de la paz mundial.

El segundo aspecto a resaltar es la hipocresía de los medios de comunicación y de las instituciones deportivas y culturales. Desde el primer día de los ataques rusos, se han difundido por todas las cadenas televisivas, radiales y de redes sociales el apoyo a Ucrania. Esto no sería objeto de controversia si de la misma manera estos canales, transmisiones y mensajes de apoyo fueran dirigidos cada vez que el estado de Israel propaga ataques a la población palestina, o cada vez que Estados Unidos decide atacar sin más a cualquier país del mundo ya sea a través de sanciones económicas como es el caso de Cuba o directamente con una invasión militar como lo ha hecho cuando ha querido.

La cuestión es que han circulado por doquier estos mensajes de apoyo bajo consignas hipócritas en transmisiones en vivo, como lo han hecho los canales deportivos con la frase “no a la guerra” o “no a la invasión”. Y más aún, alrededor del mundo deportivo se han solidarizado con Ucrania en cada escenario. En los partidos de fútbol de las principales ligas del mundo, por ejemplo, los futbolistas salen al campo de juego con pancartas en alusión a la paz y con la bandera ucraniana en mano y expuesta en la franja de los capitanes. En España todo un equipo de fútbol ha salido con camisas blancas y con un mensaje en favor de Ucrania, contrariamente a lo sucedido cuando Fréderic Kanouté[1] en el 2011 después de realizar un gol mostró su apoyo al pueblo palestino y lo que hizo la Real Federación Española de Fútbol fue sancionarlo con una multa económica de tres mil euros.

Estas medidas son muestra de la doble moral que también se exhibe desde los medios de comunicación y que responden a un apoyo conveniente y que propaga un mensaje interesado, pues bajo esta lógica hay países que sí deben ser objeto de solidaridad cuando hay guerra y por tanto sí debe promoverse toda una campaña para que el mundo conozca y condene en unanimidad este despliegue militar.

El tercer y último aspecto se desprende del anterior y gira en torno a la idea de la hegemonía europeizante. Y es que ha sido todo un escándalo y algo inesperado para los europeos que la guerra esté en sus narices. Cómo es posible que, en una sociedad civilizada, en un país desarrollado en donde reinan los valores democráticos haya una guerra de ese calibre, y lo que es más escandaloso aún es que sean niños rubios y de ojos azules los que mueran ¡Cómo es posible! Con este descarado racismo y pensamiento fascista el presidente ucraniano Volodímir Zelenski se atreve a describir, ante los medios de comunicación europeos, la invasión de su país. Con esta insolente exclusión los canales de televisión europeos se atreven a preocuparse solamente por los refugiados ucranianos blancos y cristianos y a recibirlos con los brazos abiertos y no así con los sirios por ser árabes y musulmanes.

Más bien deberían de tener vergüenza en tanto no se han pronunciado sobre las agresiones actuales de Arabia Saudita a Yemen o la cruenta guerra que aún se vive en Colombia, o el conflicto que desde hace más de cuatro décadas existe entre los saharauis y Marruecos, o la ocupación de Israel en Palestina, o la prolongación de la guerra en el Tigray en Etiopía o la guerra reciente en Afganistán. La guerra sólo preocupa si está en el ombligo civilizatorio y desarrollado del mundo, donde se vive armoniosamente sin vestigios de conflicto, sólo ahí importan los muertos, sólo ahí se debe desplegar todo el artilugio periodístico.

El escenario internacional no sólo debe condenar a un país por sus medidas unilaterales como lo hace ahora con Rusia, sino que también debe condenar, sancionar y boicotear a cualquiera que lo haga, sea Estados Unidos, Reino Unido o China. Sólo así se puede hablar de unas naciones unidas de verdad, donde no prevalezcan los intereses de unos pocos países por encima de otros, donde prevalezca el juicio en imparcialidad.

Si no es así entonces las palabras que alguna vez pronunció Fidel Castro en la sede de la ONU siguen más vigentes que nunca, donde habló de la ley del embudo que impera en el mundo, donde se condenan unos actos y otros no:

“¿Para qué sirve entonces la civilización? ¿Para qué sirve la conciencia del hombre? ¿Para qué sirven las Naciones Unidas? ¿Para qué sirve el mundo? (…) El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se pueden resolver con armas nucleares.”[2]


[1] Ver en: https://www.elobservador.com.uy/nota/kanoute-multado-por-apoyar-a-palestinos-201141118580

[2] Discurso de Fidel Castro frente a la ONU en 1979. Ver en: https://desinformemonos.org/discurso-fidel-castro-frente-la-onu-1979/

Sebastián Mesa Taborda

Estudiante de último semestre del pregrado de Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Perteneciente del semillero de Geopolítica de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la UdeA. Apasionado por la filosofía, la historia y la geografía.

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