¿Globalización o manipulación globalizada?

«Pelear es ineficaz, mejor es individualmente y en la poca posibilidad que existe, evitar exposiciones; y no me refiero a callar sobre las obviedades e injustas violaciones en cualquier sentido, si no a tener precauciones cibernéticas en cuanto a seguridad de los datos e información. Un tanto ridículo en este momento».


Actualmente existen gritos enardecidos que se descosen a causa del mega poder que nos domina. Desde las tempranas reservas del siglo pasado hemos sido testigos de los anhelados intentos por dominar las riendas de una sociedad que agoniza. Por eso es inútil nombrar algunos de los especímenes que nos conducen o lo hicieron –y lo digo así por su peculiar deseo vehemente de poder enfermizo, muy a mi parecer y al de muchos–, me refiero a que es un desgaste hacerlo o intentar hacerlo de esta manera: Muammar Gaddafi, Donald Trump, Ronald Reagan, William Gibson, Vladimir Putin, Andréi Tarkovski, entre otros.

Más bien y en lo que me acomodo es en explorar lo ya claramente transitado, en ejercitarnos con divagar en la posición del subyugado, del extraditado al final de la cadena alimenticia ¿o al inicio?

“Vivimos en un mundo donde los poderosos nos engañan. Sabemos que mienten, saben que sabemos que mienten, no les importa. Decimos que nos importa, pero no hacemos nada. Y nada cambia nunca. Es normal. Bienvenido al mundo de la posverdad”. De esa manera Curtis en el tráiler de «HyperNormalisation» arroja la premisa de la manipulación en la era del internet.

La contraparte a eso sería balbucear en sentido estricto que más allá de las conspiraciones secretamente conocidas –o al menos conocidas por leyendas urbanas de gobiernos o élites mundiales– es decepcionante la pasividad con la que aceptamos los códigos que ellos mismos disponen. Para ampliarlo y no con eso justificarlo, algo peor que un manipulador es el manipulado que lo concibe y aun así deja doblegarse de una manera horrorosamente normalizada, a normalizar el poderío, las mentiras, la violación, la invasión y el control.

El control entendido como la potestad de tener en la palma la información y en los dedos a las personas para que se haga la divina –política– voluntad. En ese sentido y a gran escala, la necesidad de dominar los mercados, la economía, la sociedad ha desbocado todas las formas de control y manipulación posibles en un solo espacio, en un infinito espacio. Ante esto una forma de definir el internet es como un fantasma a veces invisible, a veces palpable del cual no se conoce su profundidad ni oscuridad, pero que inevitablemente y como lo planteaban algunos académicos, es un mundo paralelo que no podemos diferenciar del real.

En el mismo ejercicio del subyugado podemos inferir que por el alcance del internet el borrego es mucho más grande en longitud, pero no en raciocinio. El raciocinio que aparentan son vagas pinceladas elevadas al viento, algo con lo que la contracultura no puede, ni podrá. Los pequeños incendios que se generan por medio de los valientes que creen poder cambiar el mundo con arengas y simbolismos quedan impedidos ante la infinita grandeza de las élites. Imposibles de arrodillar.

Pelear es ineficaz, mejor es individualmente y en la poca posibilidad que existe, evitar exposiciones; y no me refiero a callar sobre las obviedades e injustas violaciones en cualquier sentido, si no a tener precauciones cibernéticas en cuanto a seguridad de los datos e información. Un tanto ridículo en este momento.

Por lo demás estamos en el mismo juego de seguir los ‘booms’ mediáticos y virales que los benefician a ellos, en el que todos, con pocas excepciones, caen en el matadero, en la opinión pública, en el ataque entre iguales a causa de inventos mezquinos. Y es que además de lo anterior y no conformes con eso, nos vigilan, nos conocen cada vértebra, como una calca nos dibujan y nos asedian, nos cuelan por los ojos la publicidad insulsa y nos desnudan como una vil película prohibida, orquestada para el disfrute de algunos pocos sentados en tronos de rubíes.

En conclusión, estamos atados a un experimento en desarrollo, a un hormiguero millonario que conducen los capoteros políticos-corporativos y que tienen a su merced el arma más importante del siglo XXI. Ya muy atrás quedó la consigna de hacer del mundo un lugar mejor. Ya esto se trata de una supervivencia meramente digital. Por eso es certero entonces afirmar que lo podredumbre se encuentra en el fin y no en el medio. Y con eso mientras las pocas esperanzas rebosan las expectativas de la idealización del mundo actual, es más cómodo esperar alguna mutación distinta de la conversación social; ya sea escribiendo prosas en honor al oprimido o un ensayo equívoco del entendimiento del mundo actual –nadie lo podrá hacer completamente– y peor que eso, las dos cosas.

Duván Arnobis

Comunicador y periodista

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