George Floyd y la ilusoria necesidad de la violencia

Hace poco más de un mes, durante 8 minutos y 46 segundos, Derek Chauvin sostuvo su rodilla sobre el cuello de George Floyd, en Minnesota, Estados Unidos. En este par de minutos, que son eternos para quien no puede respirar, Floyd muere. El evento no ocurre dentro de una estación de policías, ni bajo la oscuridad de un calabozo. El asesinato de Floyd no fue encubierto por los gruesos muros de una celda, ni fue auspiciado por el silencio cómplice de un cuartel. No. La tragedia ocurre en una calle pública, donde, por derecho, se mueven libremente transeúntes y pasajeros.

Todo sucedió en medio de la luminosidad del día, que permitió ver con total claridad como, en tan solo un par de minutos, la vida de aquel hombre se apagaba. Es más, ocurrió bajo la mirada suplicante de quienes les solicitaban a los policías detenerse. Y no siendo suficiente con el peso de los ojos, el evento quedó registrado con un par de cámaras, gracias a las cuales hoy todos somos testigos de la muerte de un hombre que perdió la vida, producto de la violencia de aquellos agentes.

La mirada de Chauvin en aquel video demuestra cierto grado de seguridad. Su rostro no refleja, de ninguna manera, el más mínimo rastro de vergüenza. Ni vergüenza, ni temor. No es el rostro de quien sabe que está haciendo algo malo. No conocemos la expresión de los otros agentes que, como Chauvin, también ubicaron sus rodillas sobre el cuerpo de Floyd. Pero la expresión de aquel, quien ubica su rodilla sobre el cuello, refleja la convicción que solo posee alguien que sabe que, a pesar del escándalo, de las súplicas, las miradas y las cámaras, no está haciendo nada malo. Si Chauvin y sus compañeros se refugian en la convicción inamovible de estar haciendo las cosas bien, es porque hay un poder omnipotente que los blinda y los protege, y que permite que lo injustificable sea admisible: la ley.

Según Jonathan Blanks, en una declaración para la BBC, los jueces de Estados Unidos han interpretado la ley de tal manera que les permiten a los oficiales utilizar un exceso de fuerza durante sus labores. Es decir, si un policía lo considera necesario, puede disparar y matar a un hombre como parte del procedimiento policial y, aun así, estar cobijado por el supremo poder de la legalidad.

Creo que el uso de la violencia por parte de la fuerza pública nos puede parecer algo esencialmente necesario. Dadas las situaciones a las que estos hombres se enfrentan, necesitan utilizar su fuerza y, si la situación lo amerita, cometer acciones violentas. Intuyo que, quizá, parezca apenas natural que un hombre con cierto uniforme, que porta una placa y una bandera sobre su pecho y que siempre lleva consigo un arma, se sirva de su fuerza y de sus herramientas para sortear cierto tipo de situaciones complejas.

Sin embargo, no debemos olvidar que dicha potestad le permitió a Chauvin y sus compañeros poner su rodilla sobre el cuello de un hombre esposado hasta quitarle el aíre y, finalmente, dejarlo sin vida. Debemos recordar que la autoridad que la ley les otorga a estos hombres ha costado la vida de 15.000 personas en Estados Unidos desde el año 2005 hasta el 2019. Por estos 15.000 asesinatos sólo 35 oficiales han sido condenados. El resto, se puede concluir, fueron asesinatos que, en cierta medida, la ley permite. Si no hay culpable, no hubo crimen.

La equivocación radica en dar por sentado que hay formas correctas de ser violentos. Nuestro error ha sido, sospecho yo, aceptar ciertas formas necesarias de violencia. Entonces, nos acostumbramos a que un hombre con un uniforme golpee a otro, bajo el presupuesto de que hay cierta severidad necesaria. “Hay que luchar contra la superstición de la necesidad de la violencia estatal” – dijo alguna vez Tolstoi en una carta a Obolenkaia. En otra dirigida a Gandhi, Tolstoi afirma que la humanidad se encuentra ante dos caminos: o vivimos en un estado de naturaleza en el que se permite el uso de la violencia, incluyendo la de los agentes estatales o, y este es el sendero por el que se decantan el escritor ruso y el pacifista hindú, basamos nuestra vida bajo el mandato incondicional de la no violencia.

No hay caminos intermedios. Al final, la violencia de los uniformados no es menos dolorosa que otras manifestaciones ilegales de violencia. La una es tan contundente como la otra: ni a una sola de las víctimas mortales que han dejado y dejarán estos tipos de violencia, podrán devolverle la vida de la que la han despojado.

Andrés Restrepo Gil

Me gusta la historia, la filosofía y la literatura. siendo esta última, entre las tres, mi preferida. Entre mis autores favoritos está Tolstoi, por el bello arte que posee para plasmar caracteres y Poe, por su agilidad para crear situaciones. También disfruto de la música y, más que ello o, quizás, más que nada, viajar.

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