Gary Francione y los derechos de los animales (I)

Alejandro Villamor Iglesias

“La mayor parte de los individuos humanos de nuestras sociedades consideran que no se debe infringir un daño “innecesario” a los animales no humanos. No obstante, como se ha ido recogiendo, la mayor parte de estos individuos contribuyen, a la vez que afirman lo anterior, al terrible sufrimiento que cotidianamente padecen los animales en numerosas actividades humanas”


Tras Animals, Property and Law y Rain without Thunder: The Ideology of the Animal Rights Movement, el filósofo neoyorkino Gary Francione realizó en Introduction to Animal Rights una nueva aportación a la literatura abolicionista de los derechos de los animales. Para ello, el autor comienza cimentando su postura, ya en el primer capítulo, desde lo que denomina como una situación de “esquizofrenia moral”. Como veremos, con esta expresión lo que procura poner de relieve es la contradicción subyacente a las consideraciones con respecto a los animales no humanos predominantes en las sociedades occidentales actuales. Buen soporte de este “diagnóstico” lo topamos en el segundo capítulo, destinado al análisis de la supuesta “necesidad” que justifica el uso en diversos ámbitos de los animales no humanos como recursos. En el tercer capítulo, Francione introduce la verdadera razón que, considera, subyace al constante intento de justificación de considerar a los demás animales sintientes como recursos. Ellos son considerados, implícita o explícitamente, propiedades humanas. ¿Cómo podemos poner en cuestión esta idea, tan incrustada en nuestras sociedades? En los capítulos 5 y 6 se expone cómo, tomando como patrón el principio de igual consideración, estos razonamientos no se sostienen. En los dos últimos capítulos, finalmente, Francione deriva las consecuencias prácticas de los razonamientos defendidos: las posturas bienestaristas, defendidas fundamentalmente desde el utilitarismo, son insuficientes y, todavía, discriminatorias. Es necesario adoptar un posicionamiento de carácter abolicionista para evitar cualquier residuo especista. Veamos más pormenorizadamente todo el desarrollo.

Precedentemente al siglo XIX, los animales no humanos no contaban ni social ni jurídicamente de una forma directa, eran considerados, generalmente, de una forma indirecta de inspiración kantiana. Así, en el siglo XIX, la cuestión de los animales comenzó a cambiar de color, aunque muy tímidamente. En este siglo se comenzó a tratar la crueldad de los animales no humanos como un problema, en tanto que no debemos provocarles un sufrimiento “innecesario”. El filósofo Jeremy Bentham expresa en este siglo, en base a su incipiente concepción utilitarista, la relevancia moral de la capacidad de sufrir.

A pesar de que la idea del “sufrimiento innecesario” se mantuvo e incrementó con el tiempo –de hecho, podemos incluso llegar a considerar que en las sociedades contemporáneas esta es ya una idea interiorizada-, en la actualidad los individuos occidentales fomentamos un terrible sufrimiento. De esta forma se da la situación que Francione caracteriza de “esquizofrenia moral”. No hay que irse especialmente lejos para observar el sufrimiento en su sentido más amplio. Basta con aproximarse a la industria ganadera y peletera, a la pesca, la actividad cinegética, zoos, circos, etc. En definitiva, toda una serie de actividades que cuentan con un largo etcétera que, sin duda, no podemos tener por necesarias para la supervivencia humana:

Although we may prefer humans over animals in situations of true emergency or conflict, our decision to eat meat, attend a rodeo, go hunting, or buy a fur coat, is simply not comparable to a situation in which we are confronted with the decision to save the human or the animal in a burning house. (Francione, 2000, pág. 30).

Ahora bien, ¿hasta qué punto ningún uso de animales no humanos no supone una necesidad para la “supervivencia” humana?[1] Existen toda una serie de usos de animales, como los diversos modos de experimentación, que pueden parecernos, al menos, en principio, necesarios para esta.

Aparentemente, el uso de animales no humanos para la experimentación, al contrario que en los ámbitos alimenticios, de entretenimiento o vestimenta, es absolutamente necesario —o, al menos, esto es lo que se nos dice—. Por ello, las leyes recogen, partiendo del principio ya mencionado del “sufrimiento innecesario”, que se ha de procurar, “en la medida de lo posible”, reducir el sufrimiento de los individuos con los que se experimenta y reducir su uso a experimentos con fines cuya importancia “justifiquen” dicho uso. No obstante, lejos de ser esto así, los animales son empleados en todo tipo de investigaciones, incluidas aquellas cuyos fines son ciertamente triviales. Francione encuentra, al respecto, cinco inconvenientes a estas políticas que justifican la experimentación en animales:

1.- Ausencia de información, desde el mismo ámbito de la experimentación, del verdadero papel que la investigación en animales ha tenido en sus logros. Las más de las veces se asume, simplemente, que la experimentación ha contado con un papel relevante en el desenvolvimiento de la investigación.

2.- Se acepta que la investigación es imprescindible y absolutamente necesaria para la salud humana. Como en una situación de extraordinaria emergencia donde, por un lado, nos encontramos a un humano y en la otra a un animal de otra especie. Sin embargo, esto no es así, de la experimentación en animales tan sólo se obtiene información que puede ser más o menos relevante para el desenvolvimiento de la investigación. Pero, en todo caso, el dinero que se asigna a este tipo de actividades podría resultar más producente invertido de otras formas.

3.- No sólo, ante la ausencia de datos concretos en lo concerniente al papel de la experimentación en animales no humanos, podemos mantener un cierto escepticismo ante la aparente necesidad de los animales para la salud humana. En muchos casos, incluso, el uso de los animales puede resultar contraproducente para la investigación, ya que los resultados pueden llevar a equívocos, que incluso pueden ser aprovechados con fines políticos o económicos. Esto es así ya que, como se viene aludiendo, existen ciertas diferencias entre los efectos que la experimentación puede provocar en animales y en humanos.

4.- Aun si aceptásemos que la experimentación en animales es absolutamente necesaria para la salud humana y moralmente justificable, ésta seguiría siendo una práctica completamente despilfarradora. Lo cual, quizás, sea la causa del secretismo que siempre las acompañó:

Obtaining information about animal use in experiments is often difficult, and researchers take extraordinary measures to keep their experiments, most of which are financed by our tax dollars, from public scrutiny. (Francione, 2000, pág. 38).

Son numerosos los casos, y Francione expone unos cuantos, de lo extraordinariamente triviales que pueden llegar a ser las investigaciones, y sus respectivas conclusiones, que experimentan con animales no humanos.

5.- Aun cuando, según lo acordado por la Foundation for Biomedical Research, minimizar y evitar “en la medida de lo posible” el dolor de los animales es una obligación para toda investigación responsable, existen numerosas evidencias de que esto no sucede de facto así. Al menos una gran parte, sino la mayor, de los investigadores que experimentan con animales se muestran totalmente indiferentes al sufrimiento de sus cobayas.

En virtud de lo dicho, incluso aquellos que no se manifiesten como defensores de los derechos de los animales pueden llegar a la conclusión de que los argumentos aportados por los defensores de la experimentación son falsos. Aun cuando supongamos, como venimos haciendo desde un principio, que la necesidad humana justificaría moralmente la experimentación en animales no humanos, esta necesidad es inexistente.

Por otro lado, nos encontramos con el uso de animales para el testado de productos químicos de diversa índole, como fármacos y cosméticos. Sin duda, este tipo de actividades son más controvertidas, si cabe, que las concernientes a la experimentación. Y es que resulta todavía más dudoso hasta qué punto se podrían llegar a justificar estas prácticas apelando a la salud humana puesto que, en primer lugar, la validez de la extrapolación de los resultados en animales a humanos es más que cuestionable. En segundo lugar, los resultados que ofrecen son extremadamente variables y nada fiables aún en miembros de una misma especie:

For example, it is not uncommon for an inhalation study of a chemical to result in the development of cancer when oral administration of the same substance does not. Moreover, variations in acute and chronic toxicity tests are also quite dramatic. These variations occur from laboratory to laboratory, within the same species of animal, and between species of animal. (Francione, 2000, pág. 47).

Francione menciona toda una serie de alternativas que en las últimas décadas han comenzado a surgir y que bien podrían suplir el empleo de animales.

En último lugar, se sitúa el uso de animales en la educación, práctica habitual en muchos países. Como resulta obvio, el uso de animales en este ámbito es manifiestamente innecesario. No sólo podemos encontrar grandes doctores y veterinarios que en ningún momento de su formación han recurrido a la vivisección, sino que las alternativas son profusas.

En consecuencia, en estos tres ejemplos, que a priori parecerían más dificultosos, vemos que en ningún momento nos encontramos con una situación extrema que suponga un enfrentamiento de intereses entre animales no humanos y humanos. Todo esto aun cuando, insistimos, el autor ha dejado de lado las controversias morales del uso de los animales y se ha centrado en su mal atribuida necesidad, mostrando, de este modo, que en ningún momento se puede justificar la experimentación o cualquier uso de los animales por necesidad humana.

Como se ha dicho anteriormente, la mayor parte de los individuos humanos de nuestras sociedades consideran que no se debe infringir un daño “innecesario” a los animales no humanos. No obstante, como se ha ido recogiendo, la mayor parte de estos individuos contribuyen, a la vez que afirman lo anterior, al terrible sufrimiento que cotidianamente padecen los animales en numerosas actividades humanas. Un sufrimiento que es completamente innecesario para el bienestar humano. ¿Cuál es el verdadero motivo que subyace a esta situación de “esquizofrenia moral”? Las primeras palabras del apartado de este tercer capítulo (“The cause of our moral schizophrenia: Animals as Property”) resultan bastante clarificadoras:

Animals are our property [palabra en cursiva en el original]; they are things that we own. In virtually all modern political, and economical systems, animals are explicitly regarded as economic commodities that possess no value apart from that which is accorded to them by their owners –wether individuals, corporations, or governments. (Francione, 2000, pág. 50).

Esto nos puede resultar especialmente preocupante e iluminador, dada la importancia otorgada por el Occidente liberal a la propiedad. Preocupante en cuanto al profundo arraigo de la propiedad privada en nuestras sociedades, e iluminador en cuanto causa última de las fuertes reticencias –cuanto menos– mostradas por ciertos sectores sociales, como los correspondientes a la industria ganadera, hacia los movimientos animalistas. Y lo que es todavía más, dada la preponderancia del cristianismo, la consideración de los animales como propiedades del “hombre” otorgadas por el mismo Dios se fortalece. Una teoría de los animales como propiedad basada, asimismo, en una concesión divina, que forma parte de la obra de uno de los autores ingleses que gozó de más influencia en los siglos XVII y XVIII: John Locke.

A pesar de que con el tiempo, especialmente en el siglo XIX, el bienestar de los animales fue un tema que adquirió una mayor importancia, estos siguieron siendo (y son) considerados objetos o recursos a disposición humana. Dado, asimismo, el crecimiento de la importancia otorgada a la propiedad, se terminaría cristalizando la consideración de que utilizar a los animales es moralmente aceptable —aunque sea, se insiste, para obtener unos beneficios ad libitum, para nada imprescindibles—. De esta forma, un ciudadano occidental cualquiera puede afirmar que no se debe provocar un sufrimiento innecesario a los animales y, al mismo tiempo, defender que su cría y consumo es un “derecho humano”. En la conciencia de este ciudadano, al afirmar lo dicho, está presente la balanza de intereses entre humanos y animales no humanos, donde los animales son considerados individuos (¿u objetos?) que, si bien comparten nuestra capacidad para sufrir y disfrutar, están a disposición humana:

In such situations, what we really balance are not the interest of animals against those of humans in some abstract way, but the interest of the property owner in using or treating the animal in a particular way against the interest of the property, which, in this case, is the animal. (Francione, 2000, pág. 55).

Por supuesto, el resultado de esta constante contraposición de intereses, dada la consideración del animal como propiedad, concluirá que los intereses humanos siempre resultan prioritarios frente a los de los animales no humanos, aun cuando los primeros sean triviales.

Aunque en el siglo XX han aumentado considerablemente las leyes relativas al bienestar animal, particularmente las que se preocupan de prevenir la crueldad, estas resultan ser de índole y aplicación más bien laxa. Esto se debe, una vez más, a que los animales son considerados, netamente, propiedades humanas. Quizás el caso más paradigmático lo hallamos en que, en todas estas leyes, no se asume la crueldad infringida a los animales en todas las actividades de su explotación que se encuentran institucionalizadas. Como decimos, la laxitud de estas leyes se puede observar claramente en el caso, anteriormente nombrado, de la más que excesiva permisibilidad que gira en torno de la experimentación con animales no humanos. Por no hablar de las penas mínimas que supone la violación de estas leyes, generalmente multas de bajo coste.

Es por todo esto por lo que Francione considera que el alcance de estas leyes es mínimo. En cualquier caso, no se pretende evitar el sufrimiento de los animales, ni siquiera el que se da en llamar “innecesario”, sino tan sólo atender a que este sufrimiento tenga un propósito, por trivial que sea, en materia económica:

We must use them incidental to our accepted forms of institutionalized exploitation –for food, hunting, recreation, entertainment, clothing, or experiments- the primary ways is which we use animals as commodities to generate economic profit. (Francione, 2000, pág. 70).

Las llamadas “leyes anticrueldad”, por ende, no sólo proporcionan una escasa protección a los animales no humanos en casos de crueldad no institucionalizada, sino que se muestran completamente ausentes en casos, los cuales conforman la mayor parte de la crueldad proferida, de sufrimiento animal institucionalizado. De este modo, se muestra patente el estatus de los animales como cosas, donde si bien se puede admitir que sufren, se encuentran en todo caso en un peldaño inferior al de los humanos.

Como hemos visto, pues, la causa de la situación de “esquizofrenia moral” se debe, según Francione, a la consideración de los animales no humanos como propiedades humanas. En consecuencia, cotidianamente millones y millones de animales son tratados como si fueran objetos inanimados carentes de sensibilidad o intereses.

Si aceptamos lo dicho hasta el momento, esto es, aceptamos que los animales tienen intereses que deben ser respetados, situándose en primer lugar el interés en no sufrir, entonces debemos aplicar el principio de igual consideración (“the principle of equal consideration”). Fundamentalmente, el principio de igual consideración nos dice que, «if Simon has an interest and Jane has the same or a reasonably similar interest, we should treat Simon and Jane alike unless there is a good reason not to do so» (Francione, 2000, pág. 82).

Lo que este principio nos indica es que no podemos tratar de forma distinta los mismos intereses de dos individuos, a no ser que exista una buena razón para ello; lo cual no incluye, por supuesto, la pertenencia de uno de los individuos a un determinado grupo o categoría privilegiada previamente determinada de forma moralmente arbitraria. Por ejemplo, en el caso de Simon y Jane, una discriminación de los intereses de Jane basada en su pertenencia o no pertenencia a un determinado sexo.


Otras columnas del autor: https://alponiente.com/author/alejandrovillamoriglesias/

[1] Desde luego, esta pregunta contendría un sesgo especista.

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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