Fútbol y felicidad, una burla para la paz

En los pasados días, mientras una diminuta opinión pública se rasgaba las vestiduras por el anuncio sobre la creación de una Comisión de la Verdad, la cual servirá para el esclarecimiento del “pequeño” conflicto armado que tenemos, el resto del país y los hogares centraban su preocupación en una pueril liga de Europa –¿Europa?–, liga Postobón y otras cuántas piñatas de índole deportivo.

En los pasados días, mientras una diminuta opinión pública se rasgaba las vestiduras por el anuncio sobre la creación de una Comisión de la Verdad, la cual servirá para el esclarecimiento del “pequeño” conflicto armado que tenemos, el resto del país y los hogares centraban su preocupación en una pueril Liga de Europa –¿Europa?–, Liga Aguila y otras cuántas piñatas de índole deportivo.

La tranquilidad es vida, la violencia no. Las conversaciones que llevan a cabo el Gobierno y uno de los grupos armados más antiguos del mundo, y que probablemente conducirán a esta lacerada Nación, no propiamente a un escenario absoluto de paz, pero sí a un futuro con menos violencia, no desentraña el más mínimo sentimiento patriótico. Es necesario llegar a discutir si poner por encima del deporte un proceso de paz, al que casi nadie le presta atención, o exaltar la importancia que tiene un deporte, como el fútbol, para ponerlo como aparente escenario de tolerancia. La paz no mueve masas porque existe un argumento presente en el que se excusan para darle la espalda a temas de trascendencia social. La felicidad es uno de ellos, y en el deporte es un pretexto reinante para soslayar las demás preocupaciones.

¿Acaso es feliz un país que, dice pensar en la felicidad para no mortificarse con tantos años de violencia, mientras en la final de un campeonato deportivo se aprueba con aplausos que unos y otros se maten a golpes? Y eso que sólo por un simple partido y el color de unos cuántos harapos. El orden de prioridades que tiene buena parte de la población en este país empieza por ahí, uno de los aspectos en que no están sintonizados los colombianos con la Habana. ¿Se ha preguntado el Gobierno, en cabeza del presidente Santos, si existe información clara al alcance del ciudadano del común? Es ahí donde el Gobierno debe hacer más hincapié; es su deber, transmitir la información y jalonar la promoción real –y no virtual– del proceso como el centro preponderante de sus objetivos, sin detenerse a hacer lobby con anuncios que parecen farándula.

Por su parte, el futbol, por los resultados, que sí se ven, se ha mostrado como morbo alimentado por la fiebre de un aficionado-desadaptado que lo único que hace es sumarle más violencia a la que ya tenemos. El deporte del balón pie desarrolla ambientes de unidad familiar y de comprensión; por eso, es bien dicho que el seno de un hogar, es fiel reflejo de la sociedad. Pero es allí mismo donde también hay que otorgarle primacía y educación a los acontecimientos esenciales que vivimos y sufrimos. Son los abuelos y los padres, los que deben llevar el mensaje de la historia a las próximas generaciones. Primero está el número uno que el número dos, y darle la espalda al proceso de paz, mientras se concentra toda la intención en una actividad deportiva, que lo único que sigue dejando es más violencia, no es coherente.

No debato creer ciegamente en un proceso de paz, pero sí reflexiono sobre cuántos están construyendo, criticando y proponiendo lo que se hace en Cuba. ¿Qué tantos cuestionan el proceso de paz? ¿Qué tantos interesados se detienen, por un minuto, a leer la prensa que se relacione con beneficios o perjuicios, ganancias o pérdidas que traerán los diálogos? Ahora, ¿Cuántas personas, al conversar con amigos, vecinos o conocidos, trata algún ítem relacionado con el actual proceso? ¿Cuántos? No lo sabemos. La duda más grande, es entender en qué proporción ha podido impactar la paz, como tema de enorme trascendencia, en la vida de cada una de ellas.

Por otro lado, necesariamente la responsabilidad no está en cabeza de un presidente y su gabinete, también recae en todos y cada uno de los ciudadanos, porque tienen parte en el asunto. Les compete porque algunos nacieron y van a morir con un conflicto. Mientras que otros, están naciendo y no tendremos certeza si también morirán con él.

Es que no todo el «ciudadano colombiano» vive ni come de la intangible felicidad del fútbol. El colombiano no es Venezuela, mucho menos Europa. Reside y domicilia dentro del territorio nacional: su país, sus problemas; sus problemas, sus responsabilidades. Y parte de esa responsabilidad radica en que cada uno esté al día con los temas que, pueda que le amarguen la vida o, en su defecto, la mejoren.

Pero, para que el deporte no parezca una burla en contra de la disminución de la violencia, se debería edificar la vida, no bajo términos de felicidad sino bajo factores de bienestar social y midiendo prioridades, algo en lo que falta camino por recorrer. Y ahora que empieza la Copa América, no tengo capacidad para dimensionar a cada uno en su afán por los inconvenientes internos del país. ¿Cuántos golazos nos empacarán en la Habana, justo cuando más importancia hay que prestarle a las conversaciones, mientras más de medio país tiene la vista puesta en una pantalla de televisión?

Alonso Rodríguez Pachón

Estudiante de Derecho. Educa, forma, escribe, lee, se equivoca, sobre todo critica y reflexiona, y en lo posible construye.

La política: una actitud como "norma de conducta universal".

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