En la actualidad las ciudades latinoamericanas se han transformado en urbes de contrastes y conflictos, producto de la creciente fragmentación social, influencias externas y factores de la inminente globalización de todo.
En esta aproximación al tema no nos referiremos a sus contrastes geográficos, ya que sin duda que nuestro continente es muy variado en ese ámbito, ésta pretende ver a las ciudades como espacios antropológicos, en constantes cambios y en las brechas que se van abriendo o acrecentando con el supuesto progreso globalizador. Desde otro ángulo, dejar para la discusión una mirada desde la ecología social.
Las sociedades latinoamericanas de hoy siguen siendo seriamente estratificadas, igual o más que las de los siglos pasados, en donde existen una clase dominante pequeña y otra dominada mayoritaria, es decir, una que posee el poder económico total y la otra, la gran mayoría, que solo tiene para sobrevivir. Hegel, el último de los idealistas diría, la historia sigue siendo dialéctica, en el sentido del “amo y del esclavo”. ¡Y parece que tiene la razón! ¡En fin…!
Las minorías dominantes, tienen acceso fácil a las fuentes del poder socio-político, mientras que los otros su acceso es difícil y de mucha burocracia, debiéndose estos últimos limitarse por los trámites, la dilación de la autoridad y las postergaciones; los unos, que son pocos, tienen acceso a todo, los demás deben sufrir toda clase de restricciones e injusticias.
En lo urbanístico, los grupos sociales acomodados residen en espacios urbanos o rurales selectos, con acceso fácil a centros comerciales y oficinas, los carenciados, en cambio, en barrios específicos, en la periferia, a las orillas de ríos o cañadas, o simplemente en los faldeos de los cerros, al borde de la ruralidad y, por ende, lejos de los centros comerciales y gubernamentales, dificultándose sus desplazamientos y conectividad.
Mientras las clases acomodadas (“los de arriba”) les es fácil la movilidad social, horizontal y vertical, a las clases desprotegidas (“los de abajo”) les es muy difícil, en especial, escalar verticalmente, manteniendo su estándar de por vida.
Las clases acomodadas son siempre consistentes y válidas, mientras que las otras son siempre míseras y vulnerables, al filo de la indigencia y desesperanza, teniendo siempre que estar bajo la asistencia del estado, mediante bonos, subsidios, beneficios…, y que por ello serán tratados siempre como menesterosos, obligando a sus hijos a abandonar sus estudios para iniciarse precozmente a las tareas laborales y colaborar con la economía del hogar (en las zonas rurales, este fenómeno, es casi absoluto).
“Los de arriba”, trabajan, -si lo hacen-, en espacios confortables y saludables, “los de abajo” se desempeñan en espacios inconfortables, muchas veces insalubres y agobiantes, en tareas que deterioran su salud física y psicológica. Y para qué hablar sobre la extensión de la jornada, cuando los unos se dan el tiempo que quieren, los otros deben cumplir extensas jornadas entre “el sudor y el barro de la historia”, como decía Sartre, el último de los metafísicos; y todo, para terminar un día “los de abajo”, viejos y enfermos, con pensiones de hambre.
Sin duda que hoy, al decir de Hegel, aún perduran estos dos estadios sociales, pero no con la literalidad de los conceptos de su “Dialéctica del amo y el esclavo”, que se pierden, o bien disimulados en el entramado social; no obstante, nuestras sociedades han extrapolado su estratificación, hacia abajo y hacia arriba, permeándose en muchos sub-estadios con necesidades singulares, conflictos y relatos propios: nueva oligarquía, burguesía de élite, una clase media adinerada y otra empobrecida, campesinos desplazados, grupos en situación de calle, cesantes, barriadas, invasiones, comunidades indígenas, migrantes, etc.
En esta dinámica sociológica, donde se flexibilizan los límites naturales y culturales de las ciudades, en los ámbitos social, político y cultural, por la invasión de estos nuevos grupos, por sus necesidades y deseos, éstas van perdiendo linaje e identidad; pero lo más preocupante, que los conflictos se transforman en luchas de clases, muchas veces a muerte, y en donde los políticos obtienen su caldo de cultivo; porque a saber, los animales desean cosas, y se las comen, en cambio los hombres, por naturaleza humana, no deseamos cosas, deseamos los deseos de los otros, deseo de dominarlos. En suma, ejercer el poder.
En la actualidad este fenómeno es muy categórico, acrecentándose, y que se puede ver con los ojos de la cara, si agudizamos un poco la mirada a nuestro entorno existencial. Lamentablemente la ciudad de Medellín no está ajena a este fenómeno, que de modo conceptual se le denomina “bastardía”. No obstante, esta emergente categorización, para todos los que amamos esta bella y particular ciudad, nos regala la oportunidad de volver a darnos a sí mismos el futuro que estimemos, siempre en libertad, en donde primen los consensos a la cruda violencia verbal y física. ¡Tarea difícil, pero subyugante!
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