Fanatismo en tiempos electorales

“Es difícil orientarse en terrenos plagados de señalizaciones”, dice el filósofo español Manuel Cruz. Esa frase resume, un poco, la situación política actual en Colombia: todos hablan, todos dicen y todos intentan convencer. Para el incrédulo de la política que intenta saber de qué se trata la cuestión, sin banderas ideológicas y sin fanatismo, le resulta imposible darse una idea de la coyuntura electoral actual debido a la fluidez y a la aceleración con la que los exaltados seguidores de la política de partidos desbordan los canales de información.

Los medios están plagados de consignas políticas: puro ruido. “Que Duque dice”, “que Petro dice”, “que Fajardo dice”. Las familias están rebosadas de fanáticos que intentan convencer a los incrédulos: salen por el pasillo, los comedores y los balcones los cuentos de Venezuela, que son los cuentos del coco –aunque parecen ya no funcionar-, los cuentos de Uribe al poder –que son un tanto más reales- y así otros más. El fanatismo se reproduce como una enfermedad contagiosa, diría el escritor israelí Amos Oz. Todos tenemos algo de fanáticos en algún tema; fútbol, dinero o tecnología, pero pareciera ser que los fanatismos más peligrosos han sido los religiosos y los políticos, que en la actualidad tienen la misma forma.

La historia, tan sabia, responde a las preguntas ¿qué es el fanatismo? y ¿por qué es peligroso a nivel psicosocial? El arquetipo del fanatismo se ha construido en el devenir del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (Nazi). Su líder, Adolf Hitler, fue un exaltador del fervor irracional de sus seguidores, y en su libro “Mi lucha” dice: “el porvenir de un movimiento depende del fanatismo con que lo exalten sus partidarios”, para más adelante agregar: “la grandeza de cualquier organización radica en el espíritu de religioso fanatismo e intolerancia con que se ataca” (124-125).

El problema principal de los fanáticos es que renuncian a una condición fundamental: la duda. Los fanáticos no dudan, se erigen conocedores del universo y sus causas, de la verdad, la belleza, la ley y el orden. En la coyuntura actual de Colombia, los seguidores del Centro Democrático son un buen caso de estudio para conocer al fanatismo; rondan en sus repertorios interpretativos frases como: “el que Uribe diga”, “lo que Uribe diga”, “Uribe puede sacar al país adelante”, etc. Estas frases muestran dos características del fanatismo: el fanático renuncia a las ideas, los argumentos, los proyectos y los procesos por acoger a una persona como el todo, que por más capaz que sea –según sus seguidores-, tiene limitaciones e imperfecciones como cualquier otra persona. La segunda es que los fanáticos, como dice Amos Oz, solo saben contar hasta uno, no pueden contar más porque si cuentan hasta dos van a saber que existe más que uno; es decir, que hay más que su líder supremo.

Pero más problemático es saber que el fanatismo no tiene color; pertenece a la izquierda y la derecha, a los rojos y los azules, a todos los que intentan hacer política, e inclusive los que luchan contra el fanatismo de modo enfurecido también se contagian. Manon Roland en 1973, cuando caminaba delante de la estatua de los revolucionarios franceses dijo: “O Libertè! O Libertè que de crimes on commet en ton nom” (Libertad, ¡qué crímenes se cometen en tu nombre!). Y haciendo un ejercicio imaginativo podemos sustituir la palabra libertad por otra y vamos a saber que los principales errores de la humanidad se han realizado bajo las banderas del fanatismo.

Hannah Arendt, siguió los juicios de Núremberg (los juicios en contra de los generales Nazis que sobrevivieron a la guerra y fueron juzgados por la comunidad internacional) y llegó a una conclusión, expuesta en su libro La condición humana; los generales Nazis se defendían replicando que solo obedecían órdenes, por lo tanto, su grado de culpabilidad era menor. Sin embargo, para Arendt esa condición los hacía igual de culpables, puesto que el ser humano se define por su capacidad de dudar, y ellos renunciaron a esa condición. Posteriormente, en un texto llamado Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt acuña el término banalidad del mal para recalcar que con una persona que renuncie a su condición de duda y libre albedrío y obedezca sin reparos, es suficiente para que el mal aparezca.

Para combatir el fanatismo hay dos caminos: el sentido del humor y la activa lectura.

Los fanáticos tienen en su discurso las tragedias más grandes de la historia y su solución es contar las epopeyas de un líder. “Si gana Petro nos vamos a volver el peor país del mundo, van a violar a los niños y habrá una dictadura” he podido escuchar por ahí y sus epopeyas –aunque simples- narran que “Uribe logró lo que nadie bajo su mandato, todos lo traicionaron pero él resurgió de las cenizas”. Por eso la clave no son los argumentos ni las exaltaciones, sino el sentido del humor. Las píldoras de humor generan una atmósfera de duda, y los fanáticos siempre están detrás de la última palabra. El humor genera que podamos ver lo ridículos que somos luchando por personas que ni nos conocen y que son tan ajenas a nuestra cotidianidad, pues no conozco algún líder político que ahora esté sufriendo para pagar servicios o para pagar el SOAT -bueno sí, Corzo, pero ya se quemó-. El humor nos libera de la carga y la pesadez de la vida e introduce a los fanáticos en una situación de extremo relativismo que ellos odian. El fanatismo no se combate con más fanatismo; se combate con chistes y con la exageración de las formas, diría el filósofo latinoamericano Bolívar Echeverría.

Por último, los lectores serios no se convierten en fanáticos. Lo dice Estanislao Zuleta en Sobre la lectura: leer, en el sentido duro de la palabra, es una invitación a la duda, es una invitación a emprender un camino de pocas certezas para llegar a conclusiones parciales y con muchas limitaciones. Los que buscan en la lectura respuestas, hacen una lectura instrumental, al igual que el fanático que selecciona del medio algo para justificar sus ideas, borra del mapa otras opciones; no quiere montañas ni bosques, quiere arena y por eso busca arena. La lectura es un viaje a más visiones del mundo y, por ende, es una receta contra el fanatismo desaforado en tiempos electorales. La lectura nos interpela en nuestro desconocimiento y reconocer ese desconocimiento, esa visión parcial y confinada, nos vuelve inmunes al fanatismo.

Juan Pablo Duque Parra

Colombiano y vivo en México. "Con edad de siempre, sin edad feliz".
Psicólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Mágíster en Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y Magíster en Comunicación de la UNAM. Estudié Escritura Creativa en Aula de Escritores (Barcelona). "Un jamás escritor a un siempre lector".
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