Espejos y espejismos: una caja de cristal

Imagen: @femme.sapiens

“El amor, aunque es uno de los hechos más raros en la vida humana, posee un inigualado poder de autorrevelación y una inigualada claridad de visión para descubrir el quién, debido precisamente a su desinterés, hasta el punto de total no-mundanidad, por lo que sea la persona amada, con sus virtudes y defectos no menos que con sus logros, fracasos y transgresiones.” Hannah Arendt


Las mujeres en su tránsito por la historia no solo han determinado la posibilidad de la existencia humana a partir de su capacidad divina de dar a luz, sino que también han ejercido como pilar fundamental del desarrollo de las civilizaciones, bien sea porque las condiciones del entorno las han impulsado a ser, desde cazadoras proveedoras en los orígenes de las comunidades hasta las más brillantes científicas que gracias a su inteligencia y constancia permitieron el paso de nuestra raza fuera del planeta.

La hembra humana, entre otras, con habilidades comunicativas ampliamente desarrolladas que han gestado la evolución cognitiva mediante los cuidados al infante y una aptitud empática para formar integralmente las bases del individuo, destaca por su liderazgo en el núcleo social que es la familia, siendo el baluarte de una voluntad noble que doma el instinto y un lenguaje suave que marca contundentemente el poder del amor.

Ellas, que en la modernidad irrumpieron con un orden social históricamente construido por hombres mediante la acción violenta, decidieron arrojarse a la palestra en búsqueda de la voz pública que ponga un alto a los desmanes y desequilibrios generados en consecuencia de su rezago al silencio para ocultar la fragilidad que se esconde detrás de un golpe, la inseguridad de un grito, el dolor del odio y la impotencia de la muerte frente a la vida; que buscaron desde entonces incidir en la sociedad como necesariamente debían hacerlo en el hogar, seno anhelado por el más sangriento dictador y el más humillado de los esclavos.

Mujeres que tejieron con su vida las grietas de aflicciones en el espíritu y las necesidades de la carente carne, proyección de territorio para la conquista y guardianas de dignidades, sabedoras de la enfermedad y la cura, previsoras de destinos inimaginables. Compañeras y la tentación de osadas batallas para evocar que en su fondo, el útero, reposa Dios y nuestra esperanza de continuidad, la humanidad del mañana.

Seres inmarcesibles pues todos fuimos sus cuerpos. Incontenibles, tantas descripciones como mujeres y diversas como los sueños. Bellas como la música, su aroma que impregna como a las abejas el polen para ser esparcido y multiplicado en los confines de otros tiempos.

¿Cómo alguien así puede ser libre en un mundo avaro y siniestro?

Si aniquilarlas implica nuestro propio exterminio, aislarlas es la locura y el vacío; quizá entonces mutilarlas para que no haya goce de su privilegio que es el dulce néctar del humano camino, censurarlas para que no opaquen la fuerza heredada del salvajismo, dividirlas para que la envidia imponga los barrotes que ya habíamos pactado delictivos, estigmatizarlas para hacer de sus espejos de grandeza una cárcel de baratos espejismos.

Diseñarlas sin comprenderlas cuando fueron ellas quienes crearon nuestro cuerpo en su vientre, entonces hacer que detesten su propia imagen para que se convenzan de que tal maravilla es insuficiente. Apelar a su sensibilidad como ignorancia cuando nuestra realidad es una pasarela de egos distanciados de la verdad propia por el miedo de asumir y asumirnos. Vestirlas de moralidad para luego arrebatárselas, junto a su autoestima, con devastador cinismo.

Caracterizarlas según las pasiones y pulsiones para crear prisiones mentales donde ellas mismas cedan como verdugo, susurrar barreras en su alcance para disipar al placer entre la frustración y los celos, convencerlas de que es inútil lo esencial para que acepten las migajas mientras otros se atragantan con los frutos del esfuerzo.

Mujeres en empaques industriales con etiquetas basura como todo lo que es para el consumo y carece de trascendencia más allá del dinero, atosigadas de plástico y químicos reduciendo su magia a un show de temporada para el disfrute de terceros, desconectadas de su riqueza infinita sentipensante y engañadas con el velo de la necedad de creer que existen para la aprobación en frívolos modelos.

Otros holocaustos y niñas maltratadas hasta repudiar la esencia de su género.

Lujos a cambio de los destellos más sublimes como una sonrisa genuina y parir (biológica y/o culturalmente) un mundo nuevo. Maquillaje para la ausencia confundiendo bloqueos emocionales, donde nada habita al interior, con empoderamiento. Atrapadas en una caja de cristal que no es un sistema sino la renuncia al autoconocimiento.

Mujeres, nada nos ha sido fácil y el devenir de nuestros días ha sido un constante enfrentamiento, cada vez más arriba en las estructuras pero no servirá de nada si en tanto es mayor y creciente el número de otras mujeres torturadas en una aspiración distorsionada que promocionan populares modas y poderosos medios. Nosotras que hicimos la tregua para que razone el patriarcado y nos abrace la sensatez de convivir en armonía, ¿por qué permitir retroceder en el cultivo de la virtud y la alegría?

Nuestro proceso natural que indica como la tierra se fertiliza, como confluyen las etapas de la luna y nuestra lectura de la existencia cíclica, como explota el universo y se expande, como ocurre en nosotras la epifanía.

  • La violencia contra la mujer sigue vigente y transmuta sus formas en tanto se le impide desarrollarse como humana íntegra, consciente, pensante y sintiente. Como humanidad, nuestro mayor reto es la construcción de igualdad sin que esto implique perder la esencia de nuestras diferencias que nos hacen equipo y complemento. En conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer – Noviembre 25, 2020.

María Mercedes Frank

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