¡Escuchar al pueblo!

Los grandes analistas hoy, que suelen ser señores que dicen la verdad exclusivamente porque su voz la reproducen los altavoces de los medios tradicionales de comunicación, están diciendo que ante las contundentes movilizaciones del pasado 21 de abril, el gobierno debería escuchar al pueblo y no solo escucharlo sino hacerle caso.

Resulta una conclusión más o menos sencilla, en una democracia un gobernante debe estructurar sus decisiones basadas en los intereses y las voces de los ciudadanos, interpretar lo que quiere el pueblo y obedecerlo, es la premisa básica de la democracia. Así, para no incurrir en más Perogrullo habrá que detenerse en las consignas de la marcha y de sus líderes ¿Qué fue entonces lo que se dijo?

Hemos podido ver, quienes no salimos a marchar, que lo que se dijo en las tarimas y en las calles, con ataúd y todo, es que lo único que soluciona la debacle a la que según los manifestantes se enfrenta el país es la dimisión absoluta del presidente; debe el presidente para tener contento a «El pueblo» no solo renunciar sino suicidarse, porque parece que lo que realmente molesta es que el presidente, siendo quien es y viniendo de donde viene, mantenga la arrogante obstinación de seguir vivo.

Las manifestaciones no deben tener un pliego específico, es claro, que en su heterogeneidad la ciudadanía puede simplemente expresar el rechazo a una política o una forma de gobierno y que en ese sentido lo que corresponde a un gobierno democrático es escuchar ese rechazo y darle un sentido, tratar de mejorar las situaciones que generan ese rechazo, pero ¿cómo mejorar esa condición cuando la molestia es el gobierno en sí mismo?

La otra pregunta que me surge con estas manifestaciones es ¿los vociferantes que marcharon son el pueblo? ¿son parte de este? ¿representan al pueblo colombiano? ¿Son siquiera una mayoría electoral? Pues la categoría pueblo está bastante manoseada, es difícil saber quién representa el pueblo y quien lo interpreta correctamente. En una democracia ese problema se resuelve en unas elecciones, pues es la única forma de poder contar a «El pueblo» aunque habrá discusiones si las personas que ejercen el voto representan suficientemente esos intereses populares.

Yo vi una marcha que representa un sector de la sociedad, probablemente mayoritario en algunas ciudades, que constituye precisamente un No- pueblo, pues su forma de ver el mundo los aparta de un todo colectivo; no había una masa uniforme sino una suma de individualidades que se siente interpelada por la existencia del otro, paradójico, que muchas individualidades juntas no constituyan «el pueblo» sino una agrupación amorfa de individuos que sienten que su forma de vida particular está en peligro por la existencia de un gobierno que propone, precisamente, una visión colectiva de la sociedad.

Además de los vociferantes de derecha, que son sujetos con una incapacidad de manejar sus impulsos personales y cuya rabia los haría personas incapaces de vivir en sociedad que encontraron un lugar en la sociedad persiguiendo líderes que les incentivan esa rabia y le dan un sentido, también marcharon los ricos aspiracionales, el centro y los hijos menos agraciados de las élites.

Marcharon los ricos aspiracionales, es decir, los que no son ricos pero quieren defender los privilegios porque creyeron en la idea de que si se esfuerzan, rezan el rosario y, sobre todo, le dan codazos al vecino serán en el futuro esos privilegiados; marcharon los de «clase media» que no es una clase, ni media pues son asalariados con capacidad de endeudamiento que creen que están más cerca de ser los dueños de los medios de producción que de ser «pobres» como sus padres, por obra y gracia del optimismo y la lucha contra el comunismo y marchó el Centro, que no es una posición ideológica en sí misma, que han sido la derecha moderada o vergonzante, que están en contra de los desmanes estéticos del autoritarismo, pero comulgan y defienden la desigualdad siempre que se exprese de manera técnica y cuidando las formas. En suma, marchó una masa, pero no el pueblo.

Cerraron el desfile los Santos, Lleras y Samper, que no son divinamente, es decir, los primos caídos en desgracia que no tienen sino el apellido de las élites y se conforman con una ventana pública para decir sus payasadas y tratar de convencer al mundo que merecen un lugar en una élite a la que no van a pertenecer por defenderla.

En resumen, asistimos a una coyuntura parecida a la del plebiscito por la paz, donde la muerte se impuso sobre la vida impulsada por estos personajes. Si enfrentamos esta realidad como lo hicimos en 2016, con argumentos, volvemos y perdemos. Esta gente no quiere ser convencida sino reafirmada, nuestra tarea es demostrar con hechos que ser pueblo nos hace vivir mejor, ojalá el gobierno deje de tratar de defenderse de los oídos sordos y se dedique a escuchar al pueblo que estuvo en la marcha, pero vendiendo algún producto azucarado para una empresa que no le da sino el uniforme.

Coda: El primero de mayo nos vemos en las calles, con las banderas de la otra versión de la sociedad, porque nuestras ideas también son masivas y la pelea es peleando. ¡A la carga!


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Carlos Mario Patiño González

Abogado de la Universidad de Antioquia, Magister en Derecho económico del Externado de Colombia, de Copacabana-Antioquia. Melómano, asiduo conversador de política y otras banalidades. Tan zurdo como puedo pero lo menos mamerto que se me permita.

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