Se vive en una sociedad que todo lo sabe, donde no existen distancias imposibles en la búsqueda del conocimiento. El mundo actual globalizado ofrece todas las posibilidades sin limitación alguna. Miríadas de oportunidades tecnológicas acercan a las más dispares y lejanas culturas y las comunican en lenguaje común. Se hacen “amigos” de aquí o allá. Los medios de transporte ya no son necesarios para acercarse por lo menos digitalmente a lugares antes impensados.
Los jóvenes son inmanentes a la tecnología. Su naturaleza viene impregnada de modernidad, innovación y cambio. Cambio permanente. Inestabilidad entendida como una negación al orden conocido, donde sus proyectos de vida son múltiples y a corto plazo, pero a la vez con intención ascendente o por lo menos transformadora. Jóvenes rebeldes de lo tradicional, de lo cotidiano. Jóvenes digitales.
Sin embargo, la educación básica y media en Colombia, merece una profunda reflexión, ora por la filosofía que mueve los proyectos educativos institucionales, ora por la participación activa de toda la sociedad en su construcción y fundamentación. Hoy es vital que entiendan las nuevas formas de apropiación del conocimiento y por ello, las instituciones educativas cuentan con infraestructuras modernas con espacios digitalizados donde el alumno interactúa con el mundo entero; incluso verifica, estudia y comprende el espacio lejano.
Pero esa intrincada infraestructura puesta en favor del conocimiento, dispuesta para que los alumnos se integren con la infinitud y que ella los absorba como entes de dudosa reflexión, o por lo menos de poca coadyuvancia en su rol social, ha logrado el distanciamiento con sus congéneres inmediatos.
Situaciones como la acaecida en la tan querida Institución Educativa INEM de Medellín, es el reflejo crudo de esa realidad actual de nuestra educación. Directivos y docentes fríos ante las problemáticas de sus jóvenes, pues sus exigencias están enfocadas en la cantidad y para nada en la calidad. Pero no calidad desde lo técnico, sino desde lo humano. Hoy se preocupan porque sus centros educativos sean certificados por contar con las mejores tecnologías puestas al servicio de los educandos, pero olvidan algo importante; la sensibilidad del ser humano en tanto este inicia su trasegar en un mundo salvaje y despiadado que lo devorará si no se encuentra preparado para competir. Competir desde lo técnico.
Y la sociedad que hace otro tanto por calificar y cualificar en proporción al conocimiento técnico, además de relegar al que no logre los más altos estándares de calidad y aplicabilidad en las nuevas tendencias tecnológicas. Igual que aquellos, olvidan la sensibilidad del ser humano. De un ser humano que llega y encuentra todas las posibilidades para competir, pero a la vez, enormes vacíos que le impiden amar como niño, sufrir como hombre, soñar como ser humano, llorar ante la derrota y exaltarse en sus logros. Pero a la vez, sociedades e instituciones de formación insensibles ante esas posibles manifestaciones simples y elementales pero desgarradas de los jóvenes por ser escuchados en su esencia de seres humanos y no de entes competentes.
Por ello es imperioso tener sociedades imbuidas de solidaridad, compromiso y tolerancia; sistemas educativos claros en sus fines y responsables con sus proyectos educativos; docentes deseosos de guiar y no de aleccionar; estudiantes amantes de su elección; padres respetuosos de las ideas de sus hijos e hijos amantes de la experiencia de sus padres. No basta por tanto con una conciliación tan efímera como momentánea para erradicar los males y sanar heridas físicas. Es necesario un compromiso social, institucional, gubernamental. Un pacto tan humano como la sociedad misma donde impere algo tan valioso como la sensibilidad humana.