Para la mayoría de colombianos, la política es la práctica más sucia, corrupta y desleal, la culpable de los grandes desastres nacionales. Lo triste, es que este planteamiento no se aleja del todo de la realidad.
Sin embargo, y como todo en la vida, las caras de la moneda son dos. Durante 60 días me sumé al ejercicio electoral, acompañé la aspiración al Senado de la República, de quien, aunque sin haber hecho nunca política, estaba convencido de la importancia de derrotar la indiferencia y la apatía frente a las cuestiones nacionales y de la necesidad de incorporar criterios técnicos al manejo económico del país. Una campaña limpia, de principios y sobretodo propositiva, fiel reflejo del candidato que promovía, sin duda el mejor ejemplo que para hacer política con ética, solo hace falta voluntad.
Cambiar la receta de la política del fajo de billetes por la que promueve ideas y un proyecto de país, que en el corto plazo no da solución a ninguna necesidad, es todo un reto; convencer al ciudadano de a pie una tarea titánica.
La política durante estos meses se comporta como un mercado, unos ofrecen votos y otros los compran. Aparecen también los intermediarios, los “lideres”, personajes dispuestos a proponer transacciones absurdas a los candidatos para beneficiarse a sí mismos. Negociados los votos, reciben su pago y el político desaparece. Fin de la transacción. Y es que quien vende su voto es tan responsable de la corrupción, como quien se atreve a comprarlo. A lo anterior, se suma la burla a la buena fe de los ciudadanos, por el desconocimiento y la ignorancia política. Parece un absurdo, pero en realidad pocos son los que diferencian entre las funciones del legislativo y del ejecutivo, no importa si es Congresista o Alcalde, para muchos es simplemente el político. Y así, en su afán de encontrar quien alivie sus necesidades, atribuyen funciones a éste que no le competen y él, en su propio afán de conseguir votos, las acepta. Este es el círculo vicioso del desprestigio de la política. El ciudadano, cómplice o no, defraudado deja de creer y el político con o sin obligación, deja de cumplir.
En fin, como dicen la moneda tiene dos caras, la política que apasiona, la de ideas y argumentos, y la que lamentablemente resulta familiar para muchos, la corrupta, clientelista, la que desencanta. Mejor dicho, la de la política y la de la politiquería.
Y entonces pareciera que tienen razón algunos, que la política dejó de ser un quehacer cívico para convertirse en un negocio, que dejó de atraer a los mejores para atraer a los vividores, que dejó de ser política para ser politiquería, y seguirá siendo así si nos negamos a participar activamente. La responsabilidad de que las cosas cambien no es del político tradicional, es del ciudadano, es nuestra.
La política debe ser vista como el remedio para los males del país y no como su causa y esa es una responsabilidad indelegable que debemos asumir.
Nota: No se trata de quienes saben hacer política, sino de quienes quieren hacerla bien. No se trata de apoyar a quienes dicen que van a ganar, sino a quienes creemos que deben hacerlo.