La segunda vuelta presidencial no puede ser, para los todavía indecisos, una escogencia menor, insignificante. Ni siquiera las viejas contiendas electorales entre liberales y conservadores, a pesar de haber desatado fenómenos aterradores de violencia, tuvieron la trascendencia de la disyuntiva histórica del 17 de junio. En aquellas se confrontaban vertientes ideológicas con diferencias sustanciales, pero dentro de la democracia liberal y la economía de mercado, que le han permitido al país construir instituciones, a pesar de sus amenazas (violencia, corrupción, narcotráfico), y de que siempre es posible estar mejor y siempre faltará mucho por hacer.
Hoy las cosas son a otro precio. Aunque la elección se personaliza entre Duque y Petro, los votantes escogerán, realmente, entre dos concepciones antagónicas del Estado y el ordenamiento político, económico y social; dos visiones diferentes del presente y futuro de Colombia.
La primera, calificada peyorativamente de “continuismo”, se inspira en la libertad, el imperio de la Ley y los valores democráticos, y representa la positiva continuidad de las instituciones del “Estado Social de Derecho”, con poderes soberanos e independientes, y con economía de mercado, respeto a la propiedad privada y libre empresa como motores del crecimiento.
La segunda, hija del Socialismo Bolivariano, incorpora los riesgos de estas fallidas “revoluciones” en el continente: estatización de empresas; expropiación indiscriminada de la tierra; pérdida de libertades, con la de prensa a la cabeza; persecución a opositores; destrucción del aparato productivo y escasez; caos cambiario y monetario; corrupción estatal y violencia.
Me atemoriza un gobierno de orientación “comunista”, admirador del modelo cubano que inspiró al Socialismo Bolivariano del siglo XXI, desde la sufrida Venezuela de Chávez y Maduro; la Nicaragua que hoy se levanta contra “Ortega y señora”; la Bolivia atada al autoritarismo de Morales y el Ecuador inestable de Correa y Moreno, hasta el Brasil de Lula y Rousseff, con Lava Jato incluido; y el desastre kirchneriano de populismo y corrupción, que hoy tiene a la rica Argentina pidiendo cacao al FMI.
La decisión de los colombianos, sin embargo, también tiene que ver con las personas y, por tanto, es necesario ponerlas en la balanza.
Petro: Con arrogancia, ayer anunciaba referendo y constituyente, y hoy, con desfachatez, abjura para conseguir los votos del centro. Ayer ratificaba su admiración por Chávez y el Socialismo Bolivariano, y hoy, como Pedro, lo niega cuantas veces sea necesario. Con improvidencia, promete destruir sin construir. Acabará con las EPS y con la economía petrolera, entre otras instituciones, pero no se conocen sus propuestas. Con temeridad, incita al odio de clases y la lucha social. Con populismo, manipula las angustias de los más necesitados: pan hoy, hambre mañana.
Duque: Con gallardía, reconoce su aprecio y gratitud por Álvaro Uribe, pero deja claro que gobernará con todos y para todos. Con inteligencia, muestra dominio de los temas nacionales y reivindica la preparación y el dinamismo de la juventud sobre la cuestionable experiencia. Con humildad, asume sus triunfos y, con disciplina, reconoce la importancia de su partido. Con ejemplo, enseña que se pueden combatir las ideas sin atacar a las personas. Con optimismo, invita a LA ESPERANZA y, con generosidad, a pasar páginas, enterrar odios y unir esfuerzos. Con transparencia, renuncia a negociar apoyos por burocracia y, con gran consistencia, insiste en su discurso por la legalidad, el emprendimiento y la equidad.
Yo tengo claro el país y el futuro que quiero. Votaré por Duque presidente. ¿Y usted? Mire a Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Cuba; compare con su visión de país y, entonces sí, enfrente tan crucial disyuntiva.