¿En qué siglo estamos?

Para muchos, el tiempo no es una constante objetiva, sino más bien, una variable subjetiva en tanto el tiempo que transcurre no corresponde a su medida objetiva sino a la percepción de este. Por lo mismo que no es igual una hora en una fila en el banco que el mismo lapso de tiempo teniendo sexo.

“Para los discípulos modernos de Einstein, no existiría en realidad más que un presente eterno. Es lo mismo que decían los antiguos místicos. Si el futuro ya existe, la precognición es un hecho. Toda la aventura del conocimiento avanzado está orientada a una descripción de las leyes de la física, pero también de la biología y de la psicología, en el continuo de cuatro dimensiones, es decir, en el presente eterno. Pasado, presente y futuro, son. Tal vez es sólo la conciencia la que se desplaza. Por primera vez, la conciencia es admitida de pleno derecho en las ecuaciones de física teórica. En este presente eterno, la materia aparece como un delgado hilo tendido entre el pasado y el futuro. La conciencia humana se desliza a lo largo de este hilo. ¿De qué medios se vale para modificar las tensiones de este hilo, hasta llegar al control de los acontecimientos? Algún día lo sabremos y entonces la psicología se convertirá en rama de la física

Para muchos, el tiempo no es una constante objetiva, sino más bien, una variable subjetiva en tanto el tiempo que transcurre no corresponde a su medida objetiva sino a la percepción de este. Por lo mismo que no es igual una hora en una fila en el banco que el mismo lapso de tiempo teniendo sexo.

Las discusiones sobre las constantes de la física tradicional son comunes en la epistemología posmoderna que disfruto especialmente, pero esta discusión sobre el tiempo y su percepción, me pareció más que una elucubración epistemológica cuando me encontré con hechos que pese a que mi calendario apunte al 2016, me hacen sentir en la más profunda y oscura edad media. De 2016 a 1016 seria tal vez mejor nombre para esta columna.

Lo digo, por supuesto, como un juicio de valor sirviéndome de mi más profunda convicción ideológica de los ideales ilustrados en contraposición a los dogmas  de anquilosada raigambre conservadora que veo expresados en los debates que se sostienen, especialmente algunos jóvenes, actualmente.

En un muy corto  periodo de tiempo, creo que es lo que me abruma, he visto transcurrir debates que entiendo superados en la sociedad que me imagino estoy viviendo. Me encuentro con que resulta más escandaloso en una denuncia de corrupción, inducción a la prostitución y acoso sexual que dichos hechos trascurran movidos por pasiones homosexuales que el propio hecho de corrupción.

Camino por Medellín y me topo a un grupo de señoras con bombas azues, virgen María y camándulas en medio de una cuaresma contra el aborto, según ellas a favor de la vida; el procurador plantea un debate nacional, que se entendía superado, sobre que los niños no deben recibir educación sexual. Finalmente termino envuelto en un debate en el que pareciera  que hay que defender a los anti-taurinos por considerar que estos no corresponden a la más irracional chusma, frente a quienes consideran que su acción se limita en gritar injustos improperios a lo más selecto de la cultura paisa.

Algo pasa, creo yo tiene que ver con mi ingenuidad, esa de creer que vivo en el mundo que deseo y no en el que está pasando más allá de mis narices.

Debo aceptar que especial conturbación con estos hechos no tiene que ver sino con un claro problema de inconsecuencia, pareciera que mi sistema de valores no soporta que exista la libertad de expresión y reunión de manifestarse en contra de la libertad de expresión. Una contradicción sencilla e inútil.

La verdad es que considero que la mejor forma de expresar el respeto frente a las ideas contrarias a las mías y, por supuesto, a las personas que las expresan, es controvirtiéndolas, sometiéndolas a debate. Desde mi percepción nada tiene que ver el respeto con la tolerancia, por tanto decir lo que pienso sobre el particular me hace sentir lo suficientemente respetuoso frente a los demás y sus ideas.

De otro lado parece que quienes promueven la homofobia, “la vida” del ovulo fecundado, la prohibición de la formación sexual y, en cierta medida, la tauromaquia juvenil  no comparten conmigo la idea de controvertir respetuosa y agresivamente; pareciera que todas estas nuevas reivindicaciones, nacen en razón de algún movimiento que habría luchado en su contra. Maldita dialéctica esta, ahora resulta que la realidad me obliga a respetar el derecho que tienen estos  probos ciudadanos a meterse con los derechos de los otros. A respetar su derecho a no respetarme.

Sin embargo, la existencia de jóvenes conservadores, camanduleros y taurinos me hace imposible no sentirme en otra época. Debo admitir que tengo una inmerecida confianza en el presente, pareciera que esperar que corretear en ropa ajustada a un animal hasta la muerte (del animal por supuesto) resulte un espectáculo grotesco es nada más que un ingenuo optimismo frente a la gente con la que comparto época. Mi actual decepción se circunscribe a la de entender que juventud es apenas una categoría médica y lo único que nos relaciona como generación es el año en que nacimos.

 

Carlos Mario Patiño González

Abogado de la Universidad de Antioquia, Magister en Derecho económico del Externado de Colombia, de Copacabana-Antioquia. Melómano, asiduo conversador de política y otras banalidades. Tan zurdo como puedo pero lo menos mamerto que se me permita.

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