¡En defensa de la democracia! 

“En época de elecciones, la defensa de la democracia y la institucionalidad son las insignias que abandera la clase política tradicional de nuestro país, para mantener su ciclo de poder cada cuatro años consecutivamente. Sin embargo, esta estrategia está quedando obsoleta ante los vestigios de una revolución de las masas, cada vez más informadas y menos apolíticas”.


 “El fantasma del comunismo” acecha cada cuatro años a un sector político tradicional, que ve en el progresismo y en los candidatos realmente alternativos, una amenaza para la economía del país, la institucionalidad, las relaciones internacionales y hasta la misma democracia. Este mismo miedo, es infundado casi que de forma inconsciente a las masas desinformadas, que replican este mismo mensaje lleno de odio y temor de forma irresponsable y ligera.

¡Nada nos acecha!, aquí el único enemigo de la democracia participativa son esos mismos que pretenden preservarla en época de comicios. Es un escudo ficticio, que se disfraza de protector para mantener incólume el estatus corruptionis, y de esta manera, justificar sus privilegios políticos y económicos dentro del Estado.

En la Carta Política de 1991, hacemos la transición de una democracia representativa a una participativa; pero este planteamiento se quedó en la mera intención y voluntad del constituyente. Uno de los factores que ha devenido del fracaso de esta clase política, ha sido la forma en que han perpetuado la representatividad para legitimar los cargos de elección popular. No obstante, ¿cómo se preserva una clase política que no responde a los intereses y necesidades de sus electores?, ese es el gran interrogante que cabe en este planteamiento.

Es un hecho que la democracia representativa es la expresión de un régimen burgués, lo que implica que en la dinámica de la política colombiana, ‘el burgués representa al pueblo’, pero es una mera ficción, en tanto, el burgués se representa a sí mismo. La sociedad en general ha padecido el fenómeno de la despolitización, y ese fracaso es atribuible a la democracia representativa (D.R.), por una sencilla razón: la D.R., corta tajantemente toda vía o canal de comunicación entre la política y la ciudadanía, generando desinterés en los asuntos de relevancia nacional, mientras deslegitima y desacredita a las instituciones del Estado. Dicho lo anterior;

¿Qué tipo de democracia es la que se pretende salvaguardar del “fantasma” que nos acecha?, ¿una participativa, donde haya voz e inclusión social? o, ¿una representativa, exclusiva de una clase política- burgués? Reflexionando sobre el panorama electoral colombiano, considero que la respuesta es clara, y sin lugar a equívocos me atrevería a decir lo siguiente: la vieja política tradicionalista, llena de clanes, clientelismo y corrupción, ven en Gustavo Petro, candidato a la presidencia de Colombia por el Pacto Histórico, una amenaza directa a sus intereses económicos privados y al sistema burocrático de cargos por nombramientos, que han sostenido durante décadas para pagar sus favores políticos. Esta misma clase le teme a la inclusión, a la participación en política de las minorías en Colombia, a la voz y acción de la mujer en las decisiones de Estado, a una redistribución equitativa de la riqueza encaminada a la reducción de la pobreza, a la incidencia y capacidad de los jóvenes para llevar las riendas del gobierno, y, sobre todo, al diálogo como mecanismo alternativo de solución de conflictos, encaminado a un solo fin: la búsqueda e instauración de la paz.

Estamos en una transición histórica, y es momento de empezar a enmendar las grietas que padece la crisis de la democracia. Las herramientas para esta transformación las tiene el próximo gobierno, quien tiene la difícil tarea de: recuperar la credibilidad en las instituciones del Estado, recuperar la confianza de los colombianos en el sistema de acceso a la justicia, velar por la independencia de las ramas del poder público; y, de esta manera, fortalecer las vigas de la democracia participativa para crear un Estado donde todos quepamos. Al analizar quién tiene las mejores herramientas para generar esta visión de Estado y fortalecer la democracia, nos topamos con una opción evidente: Gustavo Petro y Francia Márquez.

César Elías Moreno Ruiz

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