En Colombia ¡indios somos todos!

¿En algún momento el colombiano promedio, occidentalizadamente tonto, le dará una hojeada a la historia de su país y asumirá con orgullo sus banderas indígenas, sus antepasados, sus verdaderas raíces? ¿En algún momento va a aceptar que indios somos todos y que las luchas indígenas son nuestras propias luchas?


Existe en este país una tendencia obsesiva a negar nuestras raíces, a menospreciar todo aquello que nos recuerde nuestra verdadera raza, nuestros orígenes, lo que de verdad nos diferencia y representa ante las demás naciones; las pieles canelas, el multicolor, la selva, la tierra ¿Por qué avergonzarnos de aquello que para el resto del mundo es digno de admiración?

Nuestra ignorancia es tal, que osamos pavonearnos por los pasillos de centros comerciales más extranjeros que locales, como si hiciésemos parte de ello, como si fuésemos esa sociedad de alto poder adquisitivo, lujos y educación de alto nivel que nos venden los medios de comunicación, manipulándonos para impulsarnos a abastecernos de todo aquello que no necesitamos, creando esa ilusión efímera de riqueza, de ser parte de una élite inexistente, cuya satisfacción es tan efímera como la vida misma.

Tratamos de convencernos a nosotros mismos de no ser descendientes, ni parientes, ni siquiera cercanos, a aquellos valientes antepasados que con tesón cazaban en las montañas de nuestra Colombia, que descalzos o desnudos construyeron una sabiduría eterna, de médicos experimentales, de creencias mágicas, conquistadores de ríos y lagunas, de nevados y riscos ¿Cómo podemos avergonzarnos de esto y preferir intentar ser parte de una sociedad que nos ve como inferiores, que nos excluye, que nos humilla, que nos roba? Tal es la decadencia del verdadero patriotismo colombiano, que nos resistimos a aceptar que somos raza indígena, desnuda, valiente y salvaje, que chifla por los caminos rurales y protege a la naturaleza como a su vida misma, elegimos mejor ser individuos huecos y sin sentido, que destruyen todo lo que hay a su alrededor, incluso a otros, con tal de demostrar que son mejores.

No somos mejores, somos la inmundicia occidentalizada de una masacre sin precedentes, la imposición de una religión sin sentido, de una sociedad decadente, de mentes enfermas que se niegan a aceptar su infelicidad y soledad.

El verdadero problema de esta actitud estúpida pero aplaudida colectivamente, casi instalada por los medios de comunicación, es cuando los pobladores de Colombia, genéticamente tan indios como los Emberá, los Wayuu o los Kogui, se van en lastre contra estas poblaciones, discriminándolas, viéndolas como menos y aún peor, menospreciando sus luchas, mientras ellos, el último bastión de la verdadera Colombia, se exponen a la muerte causada por las grandes empresas devastadoras de la naturaleza, a las amenazas y manipulaciones de los grupos armados ilegales e incluso legales, permaneciendo firmes en la protección de sus territorios, de sus selvas, de sus culturas, de sus creencias,. de sus paraísos.

Muchos afirman que la colonización nos sacó de la edad de piedra, que sin ella estaríamos aún en cabañas de paja y comiendo gusanos ¿Es la muerte, el genocidio, la masacre, la única vía de “progreso” que existía en ese entonces, e incluso ahora? ¿Era obligatorio para los colonizadores asesinar a todo aquel que no creyese en la inverosímil historia de Jesucristo y la virgen maría? ¿No les alcanzaba su inteligencia para mantener sociedades diversas y multiculturales? Pensar que la colonización violenta de nuestra tierra fue un beneficio para nosotros, es una total tontería.

¿En algún momento el colombiano promedio, occidentalizadamente tonto, le dará una hojeada a la historia de su país y asumirá con orgullo sus banderas indígenas, sus antepasados, sus verdaderas raíces? ¿En algún momento va a aceptar que indios somos todos y que las luchas indígenas son nuestras propias luchas? ¿Se dará cuenta que aún vestido de Gucci y consumiendo en Starbucks, no deja de ser un criollo latinoamericano más?

Basta de vergüenza por nuestras raíces, por nuestros antepasados, por nuestros indígenas, protectores de lo poco que queda que se pueda llamar Colombia, los colombianos debemos dejar el egoísmo, bajarnos de la nube moderna de que somos una raza diferente, verse al espejo desnudo y notar que la tierra, la sangre, el fuego, el agua, las montañas andinas, las cordilleras, Cartagena, Amazonas y Santa Marta, que indios somos todos y todos somos Colombia.

Filanderson Castro Bedoya

Psicólogo de la Universidad de Antioquia con énfasis en educación, formación empresarial y salud mental, educador National Geographic, escritor aficionado con interés en la historia, la política y la filosofía, amante de la música y la fotografía.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.