Elogio a la música

En el vasto terreno de la reflexión filosófica, nos enfrentamos a la cuestión esencial de definir la música, un concepto que, aunque se preste a múltiples interpretaciones, resiste a una definición unívoca. La música, en su ambigüedad inherente, se erige como un enigma que desafía nuestra comprensión más profunda.

Históricamente y mitológicamente, se ha intentado rastrear el origen de la música, pero su esencia sigue siendo esquiva, deslizándose entre las grietas del conocimiento humano. Sin embargo, varios se preguntan qué es la música, y lo primero que debería evocar sus pensamientos es la palabra musa, así es… ¡inspiración!  La música, en su esencia trascendental, supera las limitaciones del mundo físico, pues es aquello que se experimenta a través del alma, se entrelaza en una danza armónica que resuena y reverbera en el tejido mismo del universo. No son solo notas superfluas, simples sonidos. La música es el silencio, de ahí que son esos espacios entre melodía y melodía, entre un Do y un Fa, en medio del sonido de la guitarra y el sonido del piano, del mismo modo son los momentos de calma y ausencia acústica lo que constituye a lo que comúnmente llamamos música; es análoga y también un sentimiento.

Así que hay que abrazarla, besarla, tomarla, hablarle y sentirla para comprenderla e interpretarla, aun así, no basta con ello y se presenta otro gran problema al ser un sentimiento tan grande, el simple y físico cuerpo humano debe aprehender su verdadera esencia, sin embargo, hay una forma de conocerle y es la ya mencionada, mirar la música tanto con el alma como con el espíritu. Los grandes músicos y poetas que suelen convertirse uno solo en este contexto lo hicieron como Beethoven, Mozart, Kurt Cobain, Jimi Hendrix, Antonio Vivaldi, John Lennon, Facundo Cabral, Silvio rodríguez, entre otros grandes de la música.

Más que simples intérpretes musicales, fueron almas sensibles de la realidad circundante, conscientes de la efímera naturaleza de la existencia descubrieron en la música una vía de acceso a una verdad inconmensurable, un antibiótico contra el sufrimiento y la soledad, una puerta de entrada a un reino alternativo, poblado de sueños e imaginación.

La creación musical, lejos de ser un mero ejercicio técnico, se revelaba como una manifestación sublime del alma. Para estos visionarios, la escritura musical representaba apenas una fracción de la grandeza de su actividad; el verdadero énfasis residía en la interpretación que emanaba del alma. En este acto de expresión auténtico, desprovisto de cualquier urgencia o perturbación, emergía con pasión el efecto del ser y del no ser.

Finalmente, me aventuraré a manifestar que la música encarna la plenitud de la existencia: es la amalgama de vivir, soñar, sentir, escuchar, viajar, nacer y en última instancia, morir. En su omnipresencia, es cada sonido que emana de la naturaleza, incluso el mismo silencio se convierte en música, es lo presente como lo ausente, es lo real y lo ideal, es lo abstracto y lo concreto. Si bien podría considerarse una realidad ilusoria, ¿no es acaso la música la encarnación de esa misma ilusión? En su sublime esencia, me aventuraría a afirmar que sí.

Es el flujo vital que atraviesa y conecta todas las cosas, desde lo más cercano hasta lo más distante, desde lo finito hasta lo infinito. Es más que meras palabras, más que simples notas, más que la propia vida y, fundamentalmente, más que cualquier otra cosa, es la encarnación de la historia, la sociedad, el amor, la poesía y la literatura en su manifestación más pura y trascendental.

En última instancia, la música se presenta como un enigma sin solución, una entidad infinita y necesaria que permea todos los rincones del universo. Reconozco la insuficiencia de cualquier intento de definirla exhaustivamente. Por tanto, me permito solicitar humildemente a cada uno de ustedes que busquen dentro de sí mismos su propia música, su musa, su fuente de felicidad, o como decidan llamarla, con la esperanza de que puedan comprender plenamente el significado de esta hermosa palabra para sus propias vidas.


Todas las columnas de la autora en este enlace: Paula Andrea Vieira Ceballos

 

Paula Andrea Vieira Ceballos

Abogada especialista en derecho administrativo por la universidad santo Tomás, candidata a magister en DDHH, DIH y Derecho Operacional Militar de la universidad Antonio de Nebrija España, con estudios en contratación estatal por la escuela superior de administración pública, Diplomada en jurisdicción especial para La Paz por la comisión interamericana de DDHH y la organización de estados americanos, con curso especializado en búsqueda de personas desaparecidas en situación de conflicto y postconflicto de la universidad de Medellín.

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