“La marketización de la política democrática ha facilitado la emergencia de gobernantes tan incompetentes como antidemocráticos, cuya popularidad se cimenta, no en obras, sino en ataques enconados en contra de “lo viejo” y en promesas, más o menos descaradas, de erosión democrática”.
Cada vez resultan más lejanos aquellos tiempos en los que, para hacer carrera política, era necesario formar parte de un partido. Difícil es también hoy encontrar a un analista político que sepa, de hecho, algo de política. El marketing ha colonizado el único espacio que siempre debió estarle vetado y las consecuencias han sido tan nefastas como podía esperarse.
El gobierno de Daniel Noboa ilustra a la perfección los vicios que acarrea la marketización de la política. Su candidatura fue, en sí, un acto publicitario. Con una escueta carrera legislativa de dos años —durante los cuales pasó completamente desapercibido—, su presencia en la papeleta era un simple intento de posicionarse públicamente de cara a las elecciones de 2025. Sin embargo, la extrema torpeza de sus contrincantes le permitió meterse en la segunda vuelta, donde el correísmo tenía todo cuesta arriba. De un momento a otro, el hijo de Álvaro Noboa se convirtió en presidente, antes aun de lo que él habría deseado.
Tras ese golpe de suerte, Daniel se enfrentó a la difícil tarea de conformar un gabinete de gobierno. Sin un partido político de verdad y sin carrera política, el heredero de la mayor fortuna del país tuvo que conformarse con los hijos bobos de las élites guayaquileñas para llenar ministerios y secretarías.
Una de las estrategias básicas del manual del marketólogo es presentar a los candidatos sin experiencia como el antídoto contra la vieja política. Aun si uno es lo suficientemente ingenuo para que creer que, por ser jóvenes, Noboa y su equipo ganador son alérgicos a la corrupción, su desconocimiento del Estado sólo puede garantizarnos una gestión pobre y errática.
Es más, su juventud ni siquiera ha evitado que sean tan corruptos como sus predecesores. Hasta donde tengo entendido, usar el poder del Estado para favorecer los negocios privados se llama corrupción, y es eso precisamente lo que intentó Noboa en el caso Olón, sin hablar de la remisión de impuestos de la cual fue el mayor beneficiario o las políticas hechas a la medida de los negocios de su tía.
Sin un plan de gobierno, sin equipo de trabajo y sin experiencia en la administración pública, Noboa alcanza la presidencia gracias a la ridícula dicotomía, tan de moda, de lo nuevo versus lo viejo. La marketización de la política democrática ha facilitado la emergencia de gobernantes tan incompetentes como antidemocráticos —Noboa, Bolsonaro, Milei y un tristemente largo etcétera—, cuya popularidad se cimenta, no en obras, sino en ataques enconados en contra de “lo viejo” y en promesas, más o menos descaradas, de erosión democrática.
La doctrina duranbarbiana que el “éxito” de Macri ayudó a popularizar ha conducido a la electoralización de la comunicación gubernamental. En palabras de Mario Riorda: “el uso comunicacional de los gobiernos y los gobernantes, más que garantizar que la comunicación sea servicio, o al revés, que el servicio se preste desde la comunicación, funciona en cambio como un canal unidireccional de promoción publicitaria”. Pero, más allá de eso, el duranbarbismo ha tenido un impacto profundamente negativo sobre la legitimidad de las instituciones democráticas: “muchas de las recomendaciones profesionales van más dirigidas a la preservación del poder que a la legitimidad del sistema político en general. ¿Lo bajo más a tierra? Entre cliente y democracia, muchas veces se prioriza al cliente”.
En una papeleta plagada de incapaces, la imagen impostada de sobriedad y preparación le sirvió a Noboa para destacar entre sus contrincantes. Cuando los ineptos pasaron a ser los miembros de su propio gabinete, nuestro presidente decidió adoptar el papel—probablemente más fiel a la realidad— de pésimo enemigo.
Como en el mundo del marketing político mentir es necesario, pero no suficiente para gobernar, además de maquillar cifras e ignorar a las víctimas de la violencia, Daniel Noboa se ha empeñado en fabricar enemigos que le sirvan como chivo expiatorio de su propia incompetencia. La polarización es el secreto del éxito del duranbarbismo.
En democracia, el disenso es, no sólo inevitable, sino saludable. Para los marketólogos y sus clientes, en cambio, conflicto y crisis son una misma cosa. No existen los adversarios políticos; todo aquel que disiente es un enemigo. La polarización garantiza la unanimidad entre los que importan: los buenos, los jóvenes, los patriotas. La lógica amigo-enemigo otorga legitimidad al que quiere aferrarse al poder a cualquier costo.
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Las emociones juegan un papel importante en política; generan identidades e incluso pueden hacer que ignoremos por un momento la incompetencia de los titulares del poder político. Años de polarización entre istas y antis han allanado el camino para que Noboa gobierne sin gobernar, sustituyendo la política pública por golpes comunicacionales en contra de opositores políticos, periodistas, académicos y hasta funcionarios de su propio gobierno.
“El Nuevo Ecuador” es un cascarón vacío, un mensaje sin contenido elaborado para favorecer las aspiraciones personales de un hijo de hacendado en detrimento del Estado y las instituciones democráticas. No hay nada nuevo en la corrupción, el personalismo y la persecución política. Tampoco la incompetencia indolente es patrimonio de este gobierno de jóvenes herederos. El odio a la democracia siempre fue nuestra seña de identidad.
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