Cuando vio partir su azulejo, las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas; entonces por primera vez, su nieto se dio cuenta que los hombres lloraban.
Era principio del siglo XX, su padre decidió migrar junto a su familia en busca de mejores oportunidades, desde el Retiro-Antioquia emprendieron camino a Medellín siguiendo la mítica y espectacular Quebrada de Santa Elena, llegaron a la zona centro oriental de la Ciudad, y, se establecieron junto a la Quebrada la Palencia.
La revolución Industrial ya empezaba a asomarse en el Valle de Aburrá, las industrias de Medellín empezaban a brotar como espuma del mar: cigarrillos, granos, bebidas, libros, tejidos y fósforos. Don José y sus 6 hijos también se aventuraron en el avance de los tiempos, por lo cual dejaron atrás la pala y el azadón, emprendiendo su negocio de transporte y acarreos, desde escombros, ladrillos, cemento, camas hasta muebles y personas que necesitaran moverse más rápido; para ello tenían dos carros tirados por dos mulas cada uno. Su negocio prosperaba y se adaptaban cada vez más a la vida “citadina”, sus hijos contraían matrimonio e iniciaban la conformación de su propia familia, junto a la quebrada la Palencia, en el barrio el Salvador.
En los años 60 después de mucho esfuerzo, ahorro y largas conversaciones en la mesa, las cuatro mulas y dos carretas se convirtieron en un camión Ford, el cuál empezaba a prestar sus servicios a una de las ladrilleras de la Ciudad. Carlos de Jesús, el cuarto Hijo de José, al ver que sus hermanos también emprendían decidió pedir un préstamo a su padre y comprar su azulejo, su primer amor, una volqueta Ford modelo 1955.
Carlos de Jesús se casó con Magdalena, tuvieron 4 hijos y una hija, los cuales crecieron viendo a su padre trabajar, limpiar y amar a Azulejo, su volqueta, su amor; el carro que les daba para tener una vivienda, para comer y llevar a sus hijos a la escuela. Una historia de amor de una familia, y su volqueta que parecía que no tenía fin. Paseos a Marinilla, sancochos en los Charcos de Barbosa, celebraciones futboleras, enseñar a los hijos de Carlos Jesús a manejar, a trabajar y ganarse la vida.
Con el paso de los años, llegaba el nuevo siglo, y con él grandes avances en Medellín que había dejado de ser una de las ciudades más violentas del mundo, a ser ejemplo de paz y prosperidad en Colombia. Carlos J. veía como los años 2000 le traían arrugas, barriga, una calva reluciente y una cruda verdad, Azulejo llegaba al final de su vida útil, su motor sonaba como si tuviera una tos y cada vez había que hacerle mas reparaciones, su pintura también veía las arrugas que le dejaba el sol y el agua, sus amortiguadores en ocasiones chirriaban, su volcó se manchaba de un naranja oxidado. Los repuestos y el mantenimiento se hicieron insostenibles. Y al igual que nos pasa a nosotros lo humanos cuando envejecemos, azulejo sufrió el rechazo a la hora de conseguirle trabajo.
Por eso, cuando Carlos Jesús vio que en el año 2003 se iba su amor, se pensionaba su volqueta Ford, su azulejo, una parte de su vida, sintió como las lágrimas bajaban por su mejilla, su corazón dolía y una tristeza invadía su ser… Continuará.
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