El secuestro de la salud mental

“…en lugar de reconocer el contexto social sumamente tóxico e insostenible en que se desenvuelven los individuos, se prefiere diagnosticar y medicar a aquellos que no logren una perfecta adaptación…

Durante las ultimas décadas ha sido evidente el creciente interés alrededor de las disciplinas psi, en especial acerca del tema de la denominada salud mental. Esto ha hecho posibles desarrollos y nuevas concepciones frente asuntos que en el pasado fueron lamentablemente ignorados o malinterpretados. Sin embargo, circunstancias actuales como la predominancia del paradigma médico-positivista y las exigencias socioeconómicas productivistas, han excedido su dominio sobre aspectos que tal vez no deberían competerles, dando inicio de esta manera a lo que aquí llamo como el secuestro de la salud mental.

En primer lugar es fundamental establecer la diferencia entre lo que se considera una “enfermedad mental” y una enfermedad neurológica o cerebral. Estas últimas, dadas ciertas lesiones o daños en partes específicas del cuerpo humano como el cerebro, la medula espinal, otros órganos y demás, se producen serias afectaciones sobre la mente, es decir, sobre el conjunto de capacidades intelectuales de una persona, incluyendo su conciencia, pensamientos y relacionamiento con sí mismo y los demás. Esta diferenciación implica que la mayoría de trastornos neurológicos podrían conllevar afectaciones sobre la mente, pero no todas las consideradas “enfermedades mentales” implican un daño, perturbación o deficiencia fisiológica, y por lo tanto, poco o nada tendrían que ver con aspectos médicos.

A pesar de esto, la psiquiatría y algunas corrientes de la psicología, con pocos y/o improcedentes argumentos médicos, han clasificado y medicado a millones[1] de individuos como “enfermos” bajo patologías ahora muy comunes tales como la depresión, ansiedad, bipolaridad, trastorno límite de la personalidad, entre otras. Estos expresiones, según el referente de la antipsiquiatría Thomas Szasz, buscan transformar dilemas éticos de la vida y transformarlos en problemas medicinizados y tecnificados, susceptibles de recibir soluciones por “profesionales”; por esta razón son términos inadecuados e insatisfactorios, ya que desestiman el carácter esencialmente moral y político del desarrollo humano y la vida en sociedad; de esta manera el lenguaje psiquiátrico y patologizante priva de su índole ética y política a las relaciones humanas y a la conducta personal..

De esta manera, la depresión, ansiedad, bipolaridad y demás» trastornos» que son diagnosticados -y trágicamente medicados en muchos casos- no son realmente fallos químicos en el cerebro ni nada parecido, sino resultado de un contexto psicosocial que aplasta el espíritu de las personas en diferentes ámbitos y maneras, como al fragilizar y banalizar las relaciones intrapersonales, la exigencia de propósitos frívolos y superfluos, al invalidar la religión y sus símbolos, y exigiendo una constante cosificación para la participación en un mercado laboral  deshumanizante, repleto de inseguridades, injusticias y explotación.

Sin embargo, en lugar de reconocer el contexto social sumamente tóxico e insostenible en que se desenvuelven los individuos, se prefiere diagnosticar y medicar a aquellos que no logren una perfecta adaptación; como señala el filósofo Byung-Chul Han, la acelerada sociedad de rendimiento actual no produce locos, sino depresivos, ansiosos y fracasados. De alguna manera, tales reacciones adversas al contexto deberían considerarse como respuestas naturales del espíritu sano frente a un contexto psicológico nocivo; lamentablemente, los profesionales que abogan por un forzado y completo ajuste de los individuos ante presente orden socioeconómico actúan como quien manda corderos al matadero psicológico.

Los medicamentos y terapias no suelen estar realmente del lado del paciente y sus verdaderos intereses, sino de su adaptación y correcto funcionamiento social. El paradigma clínico-médico a cargo de la salud mental difícilmente reconocerá las falencias estructurales del sistema social, ya que los psicólogos y médicos que se encargan de patologizar son los mismos promotores de este mundo de enfermos mentales medicados y desacreditados.

En esta época de liberalismos, donde se busca que todas las formas de pensar y de sentir sean aceptadas, ¿por qué nos atrevemos a señalar de enfermos y desviados a aquellos que tiene una forma diferente de ser y sentir? A estos se les ha enseñado a identificarse con su enfermedad, a la vez que despreciar tal condición y por lo tanto a sí mismos. Determinados rasgos de su personalidad, forma de relacionamiento y sentimientos ante la vida son tomadas entonces como un trastorno que debe ser medicado y arreglado, como si se tratara un cáncer o una lepra, o como si el individuo fuese una máquina que requiere ajustes, y no como aspectos de carácter profundamente personal, existencial y ético de cada ser humano.

A través de la historia, mediante diferentes poderes y discursos se han estigmatizado y descalificado segmentos poblacionales en pro de determinadas ideologías, tal como sucedió con los negros, indígenas, brujas, judíos, entre otros. Que no se piense ahora entonces que al diagnosticarnos y patologizarnos se nos está haciendo un favor. Porque la correcta conciencia sobre la salud mental no es aquella que se apropia -y casi que enorgullece- de su “enfermedad”, sino aquella que reconoce las condiciones psicosociales en que se desenvuelve y se esfuerza por construir un mundo donde la salud mental no se logra con medicamentos y meditación, sino mediante la eliminación de relaciones y practicas enajenantes, cosificadoras y deshumanizantes, y con la construcción de relaciones sociales dignas y satisfactorias desde el nivel personal, colectivo y espiritual.

Recordemos que en el manicomio, la única diferencia entre el «loco» y el doctor es quién tiene la llave; tal vez entonces la solución no sea someternos a lobotomía y medicalización que se nos receta, sino luchar por la llave de este manicomio llamado sociedad.

[1] Según la Organización Mundial de la Salud, la depresión es un trastorno mental frecuente, que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/depression

Juan David Montoya Espinosa

Economista y politólogo de la ciudad de Medellín, interesado por los temas sociales alrededor de la justicia, la desigualdad y la subjetividad capitalista; consciente del compromiso social que tengo, no solo por mi formación en las ciencias humanas, sino como ser humano que se construye y proyecta en la sociedad.

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