Don José no sufría su insignificancia, su invisible existencia ante el mundo; antes bien, gozaba de ser nadie. Gozaba la esperanza de un descubrimiento, pero nunca de una pérdida.
Yo, en cambio, me he dedicado a ser alguien, ni siquiera para mí tanto como para alguien más. He conocido del amor y del reconocimiento propio de un cariño; del otro hacia ti, de la ola a la arena. Y a diferencia de don José, tengo que sufrir la inminencia del olvido, ¡qué digo olvido!, del desdén de ser obviado por quien me solía amar.
Ahora mismo el olvido es la única felicidad, y el recuerdo de ser alguien la mayor nostalgia.
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