El proceso natural de la desmoralización

“…juzgar una moral es juzgar un ambiente, un proceso de vida, y por ende, todo el campo visualmente abierto del patrimonio del alma.


Cuando Nietzsche dijo: “Toda moral es cuestionable” lo hizo alzando dagas sangrientas. Un desafiante revolucionario con ansias de romper abismos, o crearlos, simplemente para que el hombre expuesto ante él, supiera medirse, equipararse, o ser, megalómanamente hablando, una unidad de medida ante la enorme creación de Dios.

Cuando hablamos de moral, intuitivamente, se pone sobre el mantel la amplia gama de ambientes en los cuales el individuo coexiste, la educación familiar, sus relaciones, sus temperamentos, y esto último sería lo más verosímil. Los impulsos emocionales son el campo donde mayor nos hallamos, y eso no quiere decir que deje de lado su tragedia y fatalismo. La vida misma es un instinto en el cual el individuo, o nosotros, como seres y al fin, almas, nos representamos, nos mostramos cual pavo real, un ave con una pluma terciopelo azur y otra quemada por las fraguas del inferno. La fatalidad va tomada de la mano de la moral, se retroalimentan y se afectan mutuamente ante el cambio constante, el auto en movimiento saturado de sucesos, eventos y momentos, todo ocurre y casi en tres segundos se deja atrás, testando su documentación en la evocada memoria de un cerebro incomprensible. Por ello, juzgar una moral es juzgar un ambiente, un proceso de vida, y por ende, todo el campo visualmente abierto de un patrimonio del alma.

Los altos edificios de la moral humana, son diversos, y sabiendo de antemano la diversidad cual choque frontal de ideologías, entendemos que juzgar sería enfrentar directamente, excavar trincheras a lo largo de una relación humana, echar balas y en el polvoriento explosivo, hacer volar las memorias, la colección de años, la lujuria y las heridas aguantadas. Juzgar una moral, que sería lo mismo que implementar la suya propia, es la peor dictadura del hombre. Un hombre que no solamente destruye al resto, sino, que crea para sí un alimento envenenado, la envidia.

Bien es cierto que la envidia es arroz cocido para los mediocres, pero estos han de existir, como el odio ha de existir y como la guerra ha de tener su espacio paulatino. El horror y las tragedias son limpiezas humanas, que aunque injustamente se manifiestan, provocan que la vida sea eso, un constante morir, un constante sufrir. Saber sobrevivir ante tal nefasto proceso, es atender al último sobreviviente de una selva y enseñarle que si hubiese otro de su igual condición, ambos, serían dos estómagos, pero de recompensa se les entregarían cuatro brazos, cuatro manos que labran y obran, que se sumergen en la humanidad ante todo intuitiva, por ello, vivir es ser moral, y la moral es un temperamento, una emoción, pero sobre todo, un instinto, tan variable según el ambiente, tan fuerte según la dureza con la que el cuchillo de la trágica vida nos atraviesa.

Des-moralizar, significa eliminar cualquier prototipo del sí y el no, es desvergonzarse, romper el estereoscopio y asumir la unión de dos diferencias, dos apariencias entre sí, divergentes y autistas, planas y montañosas. Tomar la desmoralización y ser un yo con una moral que no aceptamos, es arriesgarse al vivir sin límites, con todos y cada uno de los peligros que ello conlleva. La filosofía de desmoralizarse, es a su vez una herramienta para adaptarse, y por ende, sobrevivir. No podríamos emitir algún juicio certero por muy civilizado que fuere; quedaría totalmente empequeñecido ante la gran elocuencia de un cuerpo intentando conservar su vida.


Otras columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/w-hernandez/

Wilfredo Hernandez

Poeta cubano que escribe en español bajo el seudónimo Wilfredo Hernández, nacido en la ciudad del golfo, Manzanillo, reside actualmente en La Habana, Cuba. Publicó su primera obra "Las Floralias" en febrero pasado.

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