El proceso creativo

“Noria sabía que no era suficiente la voluntad si no entraba en relación con las ideas, con la grieta craneal que le permite respirar al pensamiento.”


Noria me dijo que no creía en procesos creativos rápidos, esos que responden a los encargos de quien tiene cómo pagarle la producción de sus ideas. Le molestaba estar condicionada a que su trabajo debiera estar a la altura de un pago. Le generaba estrés, no producía igual, no sabía cómo medir ese valor de cambio. ¿Por los materiales que usara? ¿Por el tiempo que “perdiera” pensando? Lo peor sucedía cuando su mecenas le decía, “Haz lo que quieras, lo que se te ocurra, pero produce”. Esa libertad no era más que la confianza en un “destino”, en poder hacer para poder merecer una remesa. Una confianza sin límites, excesiva hacia el poder ejecutar o hacia el poder sin más. Pero ella a veces no podía, su talento se suspendía porque también podía no pintar y seguir siendo una artista con sus manos posadas sobre el sillón donde se atormentaba por la posibilidad confirmada de no poder hacerlo.

Si trabajaba, si su voluntad se convertía en acción, aunque su pensamiento no pudiera ofrecerle más que dudas, surgía en sus pinturas algo como una artesanía hecha con esmero para llegar con tiempo al mercado. Noria sabía que no era suficiente la voluntad si no entraba en relación con las ideas, con la grieta craneal que le permite respirar al pensamiento.

¿Y dudar no es importante? Le pregunté. Sí, respondió, antes o después, antes: para pensar un proyecto con detalles y después: para agregar o quitar lo que parezca necesario, pero durante el proceso un artista debe estar seguro, nadie lo disuade, es obsesivo, es creyente de lo que hace, está poseído por el genius. Cuando la posesión termina queda hecho persona para pensar sintiendo, y al revés. Es la parte humana comprendiendo al genio y a una obra que se produjo en un estado de distanciamiento del mundo pero dentro de él, con los materiales que el mismo mundo le ofrece. Es la articulación de las diferencias.

Ese distanciamiento no lo logro con los encargos, cómo distanciarme si tengo presente una tarifa, un gusto ajeno, una fecha de entrega. Cobro por las pinturas que pinté con indicaciones, los reciben como arte, me confundo. Soy inconforme, quiero hacer una obra para darle un refugio a otros, pero si los veo felices con los encargos me decepciona el entretenimiento. ¿En qué me diferencio de tu trabajo como diseñadora corporativa? Me preguntó. Pero ella misma se respondió, en que no quiero que les guste, no de ese modo efímero, ornamental, porque prefiero que juzguen la pintura si no ven un vacío latiendo, una forma de vida que es puro resto, pero donde otro cabe si se atreve. Hizo silencio, pero su respiración comenzó a acelerarse.

Le hice otra pregunta: ¿Por qué es importante el distanciamiento? Recuerda al genius, me respondió y continuó, es más aceptable llamarlo dios, pero solo un demonio hace posesiones, sin moralismos ni prejuicios. El genio te exige, y solo sobrevive si respondes a esas exigencias, no sos un cuerpo pasivo donde entra, vos tenés que romperte la cabeza si te lo pide, mirar el mundo en la corteza de un árbol o en el sistema de comunicación de sus raíces. Esas no son acciones o visiones que tengas en la rutina diaria. Lo cotidiano es lo cercano, lo que te queda ahí cuando estirás la mano. Distanciarse es verte desde afuera haciendo eso que no es común ni rutinario, e intentar responderte en tu obra por qué podés estar ahí y no en otro lugar.

La artesanía tiene encanto, agrada, es bonita, adorna incluso puede ser funcional. El arte, aunque podría ser bonito, no es ese su objetivo, porque él incomoda, te hace preguntas, te hace dudar, sentir asco o rechazo. Porque en ese distanciamiento ves lo inusual, ves las múltiples posibilidades de lo normal. Si te alejás de una piedra la ves desde muchos más ángulos, la ves más pequeña, pero como la conoces de cerca has visto sus detalles y ahora puedes relacionar ambas dimensiones para proyectar los posibles usos que podés darle. Así el arte con “lo normal”. Expone que lo que conocemos como normal, no es sino la cercanía de una forma genérica que a la distancia es usada de muchas maneras, tiene otros ángulos, otros usos destinados principalmente para controlar.

El arte es una imagen que exige ser pensada. En cualquiera de sus manifestaciones, la literatura, la pintura, la escultura, la danza. No es una imagen que se limita al ornamento o a la utilidad. A una existencia pasiva. El arte como imagen transforma, increpa, interpela a quien lo percibe. No solo es la imagen que está ahí para recibir halagos o aplausos. La mirada entre el espectador y la imagen es activa, cae sobre la obra y rebota para regresar al espectador con las preguntas que él pretendía que la obra le respondiera. La dinámica entre el espectador-lector y el arte es esa, recibir la pregunta lanzada una y otra vez e intentar responderla, es un ejercicio dialéctico propio de dos interlocutores. Una pintura así, ironiza sobre su propia apariencia quieta como un adorno en la pared.


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Xenia Guerra

Licenciada y magíster en Letras por la Universidad de Los Andes en Venezuela. Profesora universitaria de la misma casa de estudios. Investigadora en el ámbito literario con enfoque en filosofía política y el arte.

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