Apreciado Víctor, sé por amigos en común que tuviste que afrontar penosamente los vejámenes de ese virus planetario que nos tocó vivir. Por los mismos amigos sé que ya estás bien, lo cual me reconforta; han sido muchos los cercanos que han muerto, sin permitir un abrazo de despedida y mucho menos, una última discusión.
Hoy, quisiera poder hacerte partícipe del debate, en torno al índice de transhumanismo que tengo en construcción. Serías necesario como polo a tierra para no perderme en simples divagaciones. Me pregunto ¿Cómo medir qué tanto gana la máquina o el objeto técnico – como te gusta llamarlo – en poder, de manera que no resulte subjetivo?, “es imposible” dirías; sin embargo, hoy quiero aventurarme a hacerte una pregunta simple pero necesaria, que podría servir para encontrar una respuesta a esa inquietud: ¿Cuántas de las decisiones que hoy has tomado han estado mediadas por respuestas dadas por una máquina?
Porque te conozco bastante bien, sé que te vestiste luego de indagar en el aplicativo del clima; llegaste a tu trabajo por una ruta distinta a la de ayer, pues Waze te condujo por atajos para reducir tiempos; a lo mejor, también modificaste tus inversiones, gracias a las advertencias de tu agente virtual, que también te ayudó a gestionar pendientes; seguro, la big data que controla tu salud a través de un brazalete, te aconsejó que le bajes al dulce y aumentes el ejercicio; y en virtud a ello, Facebook promociona en tu muro atractivos planes de escape y descanso en el caribe.
Pequeñas o grandes decisiones de la máquina construyen esta nueva realidad que afrontamos. Liberados por placer o por temor a la reflexión del porqué de las cosas, estamos entregados en cuerpo y alma a los outputs y las decisiones que nos entregan las pantallas.
Sin filtros aparentes, pero con una intencionalidad tan clara como la que tuvo el sutil ataque a Troya, que terminaría derrumbando todo un imperio; eso mismo pasa con el poder que, de forma consciente o inconsciente, estamos entregando al objeto técnico. Ese que no desconozco y que por el contrario valoro como lo hizo Ortega y Gasset, para quien el hombre sin la técnica no era nada, y a su vez la máquina sin el hombre no existiría. No por ello dejo de inquietarme, pues latente está lo postulado por Manuel Castells en tanto “la forma esencial del poder está en la capacidad para moldear la mente”, lo cual me lleva a preguntarme una vez más lo expuesto por Martin Parcelis: ¿Acaso no habrá otra forma de relacionarnos con la máquina, distinta a la que tenemos?
Víctor, créeme, la reflexión sobre la técnica es lo único que busco. Hacer consciente lo que se esconde detrás de cada aparato, de cada like como forma de reconocimiento en línea, de cada aplicativo al que declaro haber leído y comprendido sus reglas; de cada decisión que tomo en virtud de una respuesta entregada por una máquina, eso es todo.
No es un estado enfermizo en el que solo veo conspiraciones – aunque créeme, las hay -, no podemos ser tan ingenuos. Los hombres no son tan diáfanos como quisiéramos que fuesen y Dios no está jugando a los dados con el universo, como lo advirtiera Einstein; quizás de forma consciente, esté distraído con asuntos más mundanos, más humanos.
Con cariño filial.
Felipe.
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