¿Se precipitaría Nicolás Maduro, él mismo, y dejaría el puesto con honor y espontáneamente como se lo recomendaba Simón Bolívar al general J. J. Flores? Ningún gobernante de la América caída en brazos de la anarquía y la disgregación se caracterizaba por la absoluta ausencia de honor. No ha lugar para el optimismo.
¿Qué impide que un régimen oprobioso, inútil, abusivo, mutilador y que no obedece a otra razón de existir que a la desaforada ambición y crueldad de unas pandillas de forajidos, se sostenga a pesar y en contra de la voluntad general – tanto nacional como internacionalmente – de exigir que desaparezca cuanto antes y dé paso a la reconstrucción de una sociedad violada, ultrajada, secuestrada por sus responsables? ¿Qué sostiene este asalto de la barbarie, del cual no se puede encontrar una sola ventaja, un solo beneficio para el país? ¿Qué lo ha desfondado material, ética y moralmente, convirtiéndolo en un despojo de lo que un día fuera: una democracia próspera, progresista, liberadora, solidaria? ¿A qué honduras de la infamia y el envilecimiento ha debido llegar para que no haya gobierno probo y decente alguno en el Hemisferio que acepte recibir de huésped a quien lo reprime, maltrata y envilece?
La respuesta no está lejos de quienes, en las altas esferas de gobierno en América Latina, en los Estados Unidos y en Europa señalan que el problema de la gobernanza de Venezuela escapó del ámbito propiamente político para invadir el ámbito de lo propiamente delictivo, criminal, hamponil. Por primera vez en la historia de Occidente, desde el asalto al Poder por las pandillas nazis de Adolfo Hitler, un país cae en manos de organizaciones mafiosas de narcotraficantes, lavadores de dinero, ladrones de alzada y altos empujes que se han hecho con el control de las riquezas nacionales, PDVSA, el Arco Minero, terroristas y delincuentes quienes, brotando de sus profundidades, se han alzado hasta las máximas instancias del Poder y establecen una suerte de asedio, de secuestro, de indebida apropiación de una sociedad entera. Los venezolanos estamos secuestrados bajo la complacencia y alcahuetería de las fuerzas uniformadas. Tan pandillescas, como todas las otras mafias que controlan el Estado y manejan el gobierno.
Venezuela, hoy por hoy, es reinada por las mafias. El internacionalismo proletario, ideológico pretexto de la injerencia global impuesta por los regímenes comunistas, ha dado paso al internacionalismo gangsteril, mafioso. Que luego del derrumbe de la Unión Soviética y la implantación del salvaje capitalismo de Estado en China ha dado paso a mafias rusas y mafias chinas. El estercolero dejado tras suyo luego de la implosión de los socialismos sino soviéticos.
Si hace un siglo el asalto al aparato de Estado ruso por los bolcheviques abrió paso a la instauración de la llamada “dictadura proletaria”, el copamiento del aparato de Estado venezolano por el golpismo militarista ha dado paso a la instauración de la “dictadura de las mafias”. Es la profunda diferencia que existe entre la dictadura de partido único, militar y autocrático cubano, con esta dictadura mafiosa. Aquella pertenece al pasado siglo, en donde se ha quedado anclada. Ésta, su despojo, apunta a una nueva forma de control político social: devastar el tejido institucional, corromper hasta la médula a las fuerzas armadas para convertirlas también a ellas en pandillas narcotraficantes y ladronas, y acomodar a sus disidencias – siempre relativas, siempre dispuestas a acomodarse en los entramados mafiosos y delictivos del poder, siempre prontas a claudicar y sumarse al pandemónium pandillesco – en una suerte de administración compartida. Tal fenómeno no es un atributo propio de los socialismo, sino de los fascismo. Como lo estableciera el gran sociólogo alemán Theodor Adorno. Al final de su siniestra historia, también el nazismo hitleriano se había convertido en un amasijo de pandillas. Ni clases sociales, ni emporios empresariales, ni oligarquías nobiliarias: Alemania se convirtió en el casino en donde las grandes mafias se disputaban la posesión del planeta.
Es la profunda diferencia que existe entre la dictadura comisarial de las Fuerzas Armadas chilenas – restauradoras y reconstituyentes – y esta dictadura narcoterrorista – devastadora y terminal. Una diferencia del cielo a la tierra que sólo la trasnochada politiquería de los partidos hegemónicos de la MUD se niega a ver. Sobre todo en su rechazo a dejar el Poder, como Augusto Pinochet, de buen o mal grado, aceptara entregar a la decisión democrática de su pueblo. Lo que la pandillocracia no puede tolerar es dejar el Poder, abandonar el campo y permitir que la anormalidad, que se ha convertido en norma, sea desplazada por el orden inmanente al Estado de Derecho. Son veintiséis años de esfuerzos por asaltar el Poder y ya dieciocho por alterar radicalmente el funcionamiento de la sociedad, hasta desarticularla y reducirle al nivel primario de su barbarie. En Venezuela ya es normal, incluso lógico, que la gente se muera de hambre o de mengua, carezca de los medios esenciales de sobrevivencia, haya vuelto a la economía del trueque y la fuerza incontrarrestable de la necesidad, haya puesto a valer al dólar como la única referencia económica válida. Sube el dólar, sube automáticamente el precio de los bienes de consumo. Incluso de manera inmediata y automática. Antes de que Ud. alcance la caja, los artículos que ha escogido ya tienen otro precio. La economía venezolana ha sido literalmente arrasada. Sin consideración de las vidas que se lleva por delante. Decena de infantes están muriendo semanalmente en los hospitales públicos venezolanos. Al gobernante que acaba de ser declarado Persona Non Grata en Lima esos niños muertos le traen sin cuidado.
Si el problema no es político, sino policial, la principal responsabilidad por este ruptura de todas las instancias del poder recae, naturalmente, sobre las fuerzas armadas. Son en Venezuela, como en todas las sociedades dotadas de aparatos de Estado y sujetas a la vigencia de un Estado de Derecho, la válvula de seguridad encargada de garantizar que la vida colectiva no retrocaiga en la más absoluta barbarie. Y de dichas fuerzas, su Estado Mayor y su oficialidad, que cuenta con más generales que todos los países miembros de la OTAN en su conjunto. Es un hecho irrebatible que son ellas y principalmente ellas el principal sostén y uno de los principales beneficiarios de este régimen de barbarie dictatorial que nos agobia.
Cabe la pregunta esencial para acercarse a la circunstancia política: dado que al parecer no existen las fuerzas endógenas para terminar por desmoronar este corrompido y tenebroso edificio, ¿quién lo desmoronará? ¿Cómo enfrentar un tumor canceroso de la gravedad del que afecta al conjunto de las fuerzas armadas, dado que pase lo que pase seguirían en poder de las armas de la descoyuntada república? El próximo gobierno asentado por las fuerzas capaces de imponerlo y respaldarlo ¿hará tabla rasa con ellas, mandará a la cárcel a los culpables y mandará a su casa a los inocentes, si los hubiere? Una vez comprobada la práctica inviabilidad de esta Venezuela mafiosa, ¿cuál es la Venezuela posible? ¿Quién y con qué fuerzas podrá hacerse a la tarea de su reconstrucción?
Nos enfrentamos a un caso históricamente inédito en nuestra región. Es el derrumbe de doscientos años de historia. Volvemos al reino de las incertidumbres, que con patéticos reclamos le dirigiera el Libertador a los cielos: “La América es ingobernable para nosotros; el que sirve una revolución ara en el mar; la única cosa que se puede hacer en América es emigrar; este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas; devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América.”
Bolívar fue injusto: confundió Venezuela con la América entera. La que se ha hecho ingobernable, está en manos de tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas, devorada por todos los crímenes y extinguida por la ferocidad, es su Patria, Venezuela. Cuatro millones han seguido su consejo y han emigrado. Pero la situación es aún más grave de cómo se la pintaba al general Flores, a quien le recomendaba con toda sinceridad: “Mi consejo a Vd. como amigo es que en cuanto Vd. se vea próximo a declinar, se precipite Vd. mismo y deje el puesto con honor y espontáneamente: nadie se muere de hambre en tierra.”
¿Se precipitaría Nicolás Maduro, él mismo, y dejaría el puesto con honor y espontáneamente como se lo recomendaba Simón Bolívar al general Flores? Ningún gobernante de la América caída en brazos de la anarquía y la disgregación se caracterizaba por la absoluta ausencia de honor. No ha lugar para el optimismo.