“Intérprete último de la ley, depositario único de la verdad, el Gran Juez condena el necio disenso que amenaza el cumplimiento de su rol histórico. Partidario de nadie más que de sí mismo, el Gran Comandante guía al pueblo en la guerra contra sus enemigos”
La turbulenta historia republicana del Ecuador ha estado poblada por personajes merecedores de los más diversos calificativos, la mayoría de los cuales, por consideración con el medio que publica estas líneas, no enunciaré. No obstante, existe un reducidísimo grupo de ilustres hombres de la Patria cuyo solo nombre es ya el calificativo más alto que puede otorgárseles.
Llamados por la historia a enrumbar el destino de nuestra desgraciada nación, sus profetas nacionales han corrido desigual suerte.
Cuando la querida chusma responde al llamado, la historia reemprende su inexorable marcha hacia el progreso. Cuando el hechizo se rompe, esa masa informe que es el pueblo —a la que la árida ciencia política llama “ciudadanía”—, navega a la deriva, bajo la torpe capitanía de aquellos marineros de agua dulce a quienes la historia no les ha reservado el rol de Gran Timonel.
En ocasiones, el Gran Dirigente viene de afuera; es un outsider como les gusta decir a los más refinados. En otras circunstancias, sin embargo, el Gran Reformador proviene de las entrañas mismas de un sistema político sobre el cual se eleva como el Ave Fénix que se purifica mediante el fuego.
Hoy la historia nos convoca nuevamente a responder a su llamado. ¡Que no ose el pueblo faltar a su cita con la historia!
Su nombre de dice de muchas maneras:
Gran Fiscalizador, que desenmascara a mafiosos y corruptos.
Gran Pastor, que devuelve al rebaño a las ovejas descarriadas.
Gran Sindicalista, que defiende paternalmente a quienes viven del trabajo de sus manos.
El Gran Ilustrado desenmascara con su impecable retórica a los enemigos del pueblo. Como la pluma de Montalvo, su lengua promete acabar con los tiranos que amenazan la paz de la gente buena.
Intérprete último de la ley, depositario único de la verdad, el Gran Juez condena el necio disenso que amenaza el cumplimiento de su rol histórico. Partidario de nadie más que de sí mismo, el Gran Comandante guía al pueblo en la guerra contra sus enemigos.
Al Gran Candidato no lo mueve la vanidad, sino la investidura de una misión histórica que los otros, ellos sí motivados por ambiciones personales, son incapaces de entender.
¿Quién sino el Gran Estadista ha de conducir las riendas de esta desgraciada república de analfabetos?
El Gran Presidente ejecutará la ley de la historia y no dejará piedra sobre piedra de aquel monumento a la corrupción que erigieron sus indignos predecesores. ¿Sabrá escuchar el pueblo la voz del Gran Profeta?
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