El Gobierno de la retórica y la oposición mediocre

“En el Valle de la Muerte cabalgaron los seiscientos. «¡Adelante, Brigada Ligera!» ¿Algún hombre desfallecido? No, aunque los soldados supieran que era un desatino. No estaban allí para replicar. No estaban allí para razonar. No estaban sino para vencer o morir. En el valle de la Muerte cabalgaron los seiscientos”.

El texto anterior es un fragmento del famoso poema Por el valle de la muerte de Lord Alfred Tennyson (I Barón Tennyson) que hace años aprendí inspirado por haber visto una película en la que se le hace referencia. El poema narra como seiscientos (600) hombres cabalgan a la muerte, en silencio, firmemente convencidos de su destino y con las consciencias adormecidas por la entrega al fatal abismo. Dice el poema que saben los seiscientos que no estaban allí para razonar, tampoco para cuestionar; estaban allí para entregarse a sí mismos a la nada pura, estaban allí simplemente para morir.

El poema resulta impactante en muchos niveles, y digno de análisis desde muchas ópticas, sin embargo, de todas ellas, existe una que ahora me llama poderosamente la atención: ¿Qué es capaz de convencer a seiscientos hombres armados y a caballo de simplemente morir?, ¿qué puede llevarnos a desistir de luchar por nuestra supervivencia en nombre de lo abstracto e incorpóreo?

Más aun, ¿qué cosa puede llevar a naciones enteras al suicidio? Por muchas razones han caído grandes imperios, empero, ¿Cómo explicar que un pueblo, él mismo, pise el acelerador de su propia destrucción, todavía más, cuando es evidente que se dirige a un abismo? Pareciera casi místico el que las masas confundidas y enardecidas puedan ensordecerse de modo tan absoluto y enceguecerse a grados inalcanzables para un individuo que no hubiere perdido la cordura.

El arma capaz de encantar y seducir a tal grado de hacernos reprimir hasta nuestro más básico instinto de supervivencia, no es otro que el dulce canto de la retórica, mismo que se asemeja a tener el poder de llevarnos a un estado de somnolencia que pareciera orillarnos a la irracionalidad más fría. El poder de la palabra tiene su mayor muestra, no en las maravillosas novelas o en los poemas más arrolladores, ni siquiera en la destreza de la prosa ensayística; el poder de la palabra se manifiesta con más esplendor allí cuando uno u otro líder inspira millones para llevarlos, bien a su propia miseria, o bien al mayor de los progresos.

Expandir el virus de la vida por las estrellas del universo” fue una de las frases más ridículas del discurso del Presidente Petro ante los delegados de la ONU. Una desfachatez de absurdo que resulta jocosa por lo pomposo de su composición, pero que vista más de cerca, nos indica un mal del que se ha advertido vanamente en otras ocasiones. El Gobierno Petro es, más que nada, el Gobierno de la retórica. ¿No indica lo anterior el que nos encontramos ante un peligro de magnitudes incalculables?

Petro, con su uso falaz de la palabra y su argumentación torcida de apariencia recta, ha logrado sembrar la idea de que es inmune a los fracasos e invulnerable a los escándalos. El juego de la retórica es un juego peligroso en el que solamente a través de la honestidad intelectual puede haber al menos apariencia de democracia, democracia que Petro, en consecuencia, pisotea cada vez que se siente amenazado.

La oposición, por otro lado, no ha sabido jugar el juego, pues no se trata nada más de tratar de contrarrestar objetivamente la narrativa que el Presidente y sus hordas a través de “los datos” (¿Podemos aún caer en la trampa de creer ingenuamente que “dato mata relato”?), sino de proponer como alternativa una narrativa diferente: una narrativa que sea aplicable en el terreno de los valores, de la moralidad y de la filosofía cotidiana.

¿Qué valores?, ¿qué moral?, ¿qué filosofía? Son preguntas que un tecnócrata escandalizado podría proponer. ¿No es la libertad fundamento entero de la filosofía liberal?, ¿no es el respeto irrestricto por la autonomía del prójimo el valor sobre el cual la moral liberal se edifica? Las batallas políticas solo se ganan por medio de los grandes relatos: no existe modo alguno de evadir este asunto –no al menos viviendo en democracia–; la pregunta es: ¿qué gran relato queremos construir y vender para que la opinión pública lo adopte?

Es por ello que nos parece débil y sosa la oposición. No se trata de aumentar el calor del fuego ni la gravedad de las palabras; se trata de dotarlas de un sentido, y de ofrecer una cosmovisión política alternativa capaz de convertir a la libertad y lo que ella implica, en un fundamento ético de nuestra sociedad. Solamente de este modo será posible evitar que luego el pueblo, cuando sean adversos los tiempos, exija llamar al Estado para que este, a través de sus ilimitados poderes, pretenda solucionar problemas mientras que en el camino aplasta nuestra individualidad.

No es cierto que la retórica, o el populismo, sean un modo de gobernar; más bien, son modos de comunicar, modos, no obstante, que pueden servir a fines diversos dependiendo de las intenciones de quienes los usan. El poder de la palabra es incalculable, pero solo puede usarse bien si se articula adecuadamente. Ciertamente la palabra llevó a los seiscientos a la muerte, sin embargo, ¿No ha servido la retórica también a elevados propósitos?, ¿por qué despreciar el uso de aquello que más nos puede ser útil en la búsqueda de la libertad y del progreso?


Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Isaac Mendoza

Activista por las ideas de la libertad. Estudiante de Derecho de la Universidad EAFIT (Medellín Colombia). Apasionado por las ciencias políticas y la economía.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.