El fin del Antropoceno

What is real?

Morfeo


Elena Postigo, directora del instituto de Genética de la Universidad Francisco de Vitoria, películas predecesoras de muchas otras como Gattaca, series como Love, Death and Robots  o novelas como Yo, Robot de Isaac Asimov, siguen invitando a pensar en el sentido ético y regulatorio de la sociedad trans y posthumanista, en los retos humanísticos de esas sociedades del futuro en las que conviven humanos imperfectos que no tendrán acceso a la tecnología al igual que otros humanos preconfigurados por edición genética, implantados con organismos cibernéticos o mejorados tecnológicamente, incluso mediante nanochips.

Podría ser que una mañana, como en la película de los hermanos Wachowski, nosotros los imperfectos, los hijos de los homosapiens que colonizaron su planeta transformando la flora y la fauna de las primeras eras geológicas para su beneficio, coronándose así, según Harari, en la cima de la evolución, amanezcamos siendo otra especie endémica, es decir, en vía de extinción. Los otros, los perfectos hijos del homodigitalis, los homos que fueron editados genéticamente desde sus vientres artificiales diseñados en algún laboratorio de Europa, Japón o Kuwait, los homos casi inmortales cuyo cerebro humano pudo conservarse al transvasarse a programas e implantarse en cuerpos cibernéticos, en máquinas multimillonarias, serán autónomas autosuficientes, y junto a los homos supervivientes articulados con implantes robóticos autorreparables o por nanobots, dominarán la tierra. El ascenso evolutivo de estas nuevas especies tecnológicas será determinante para culminar el presente eón Antropoceno.

Entonces, en el reino de los hombres ya no prevalecerán los imperfectos ni pertenecerá más a los programadores, quienes, al transcurrir de ese día incierto en el futuro, pronto serán reemplazados por sus diseños, por programas autoconscientes que, en sólo micras de segundo, habrán superado la brecha de ser guiados por los imperfectos, para crear otros programas más sofisticados, otros mundos imposibles sin seres imperfectos. A lo mejor los imperfectos, ayudados por los programadores cómplices, sin salvoconducto para navegar por la web abiertamente de los otros, de las otras especies de homodigitalis, sean relegados a buscar refugio, comida y trabajo. Tal vez despertemos, nosotros los hijos imperfectos, casi dentro de una película de distópico terror de la cual no podremos huir al cambiar de canal, dar clic o tocar la pantalla del móvil.

Atrás quedará el romántico siglo XXI con sus temblorosos robots anacrónicos explorando el temible sueño del planeta Marte o las ínfulas por conquistar galaxias; las otras especies del nuevo orden, los hijos del Franskeinstein del porvenir, los modificados, los programas autónomos, los robots homanoides, los humanos artificiales creados por no humanos, los seres creados por programas, los nanobots líquidos o los humanos fabricados por programadores, eludirán el tiempo y la mortalidad humana, habrán repoblado las ciudades inteligentes de su siglo arrasadas por el hambre, los virus letales y los desastres naturales; construirán ciudades pacíficas para que vivan los pocos humanos imperfectos sobrevivientes a las catástrofes, serán humanos hermanos nuestros que gracias a la tecnología no envejecerán, y evitarán las guerras intergalácticas contra sus propios hijos, conquistadores lejanos quienes, como en la novela Los desposeídos de Úrsula K. Legüin, en la tarde de ese día fatal, ya serán habitantes de otros sistemas solares, sueño imposible para los imperfectos del extraviado siglo XXI.

En efecto, pueda que los sobrevivientes, los imperfectos no sean excluidos a vagar entre la basura planetaria, ni sean destinados a respirar los gases tóxicos del espacio sideral en naves de segunda como mercenarios de películas, ni condenados a morir por las otras especies de los homodigitalis, pero su viaje evolutivo habrá concluido sin haber comprendido con exactitud lo ocurrido. Hacia la noche de ese día no muy lejano, tal vez, como en la película The Matrix, cabe la posibilidad de imaginar ciudades máquina que no admitirán seres imperfectos. Porque el homodigitalis, como el homosapiens de otras eras, será imparable en la conquista del espacio.

La sociedad del homodigitalis vivirá el verdadero renacimiento de las máquinas. Nuevas especies de hombres nacerán de entre las ruinas de los imperfectos. El sueño de programadores y científicos será realidad: las máquinas seguirán evolucionando para habitar estrellas, ese día del futuro incierto en el que los imperfectos seremos sólo un grato recuerdo para paleontólogos futuros, quienes, como los antiguos estudiosos de los pueblos sumerios, desenterrarán los vestigios digitales de una cultura olvidada herrumbrada bajo los escombros de las redes sociales y programas obsoletos de la arcaica y violenta civilización terrícola del siglo XXI. Pude que, estudiada en nanosegundos la naturaleza humana, se prefiera engavetarla en el rincón más oscuro de alguna biblioteca digital no humana.

Todo es posible. Sin embargo, hoy en día podemos permitirnos persistir en estipular los acuerdos éticos, humanísticos y tecnológicos en los que le apostamos a las nuevas generaciones de hombres, al nacimiento del homodigitalis que poblará nuestro planeta y las estrellas futuras. Cabe pensar en la responsabilidad de los científicos, ingenieros, programadores, comunicadores sociales, profesores, filósofos, poetas, de sus reflexiones humanísticas y en cómo toda la humanidad puede incorporarse a estas nuevas sociedades cibernéticas antes que desaparezca.


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Alexánder Buitrago Bolívar

Escritor desjuiciado. Amante de los gatos invisibles, del vino y los libros. Noctívago. Hedonista.  

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