Joseph Conrad, en su clásico cuento “El duelo”, narra la historia de un par de militares franceses durante el imperio napoleónico que se enfrentan eternamente, por causas nimias y absurdas, en una enemistad que solo puede ser zanjada a partir de duelos. Sí, duelos como los que propone un tal Jaime Restrepo a diestra y siniestra, a punta de moscardones e incluso caballería. Me refiero a esos clásicos choques entre varones de alto honor.
Los dos personajes de Conrad se odian y ese rencor los une; no pueden separarse: hay más de media docena de enfrentamientos entre ellos, en los cuales se turnan quién es el victorioso y quién es el herido. Cuando uno de ellos asciende en el ejército, el otro hace los méritos para alcanzar el mismo rango y así poder declararle el duelo sin inconvenientes. Y así se la pasan todo el cuento y nunca se matan.
Pero eso no es lo más curioso. Uno de los personajes, quien es siempre perseguido por el otro y quien ha caído en el absurdo de aquella extraña trampa que le tiende el destino, tiene en varias ocasiones la oportunidad de deshacerse de su acérrimo enemigo, aquel que le ha quitado la tranquilidad durante la mayor parte de su vida y aquel que un día cualquiera y sin conocerle le marcó una atadura en toda su existencia. Pudo hacerlo condenar e incluso tuvo la opción de matarlo cuando en un último duelo se encuentra el otro vencido y sin tiros, pero nunca lo hace y prefiere tenerlo vivo, pues un extraño instinto le hace ver lo necesario que es a su vida. De hecho, decide sostenerlo económicamente para que viva.
Este texto, que literariamente tiene grandes méritos y que ayuda a entender obras de autores como Kafka y Camus, tiene también una reflexión política. Hay concepciones que necesitan su opuesto, que lo requieren vigente para poder tener la llama encendida. Hay políticos para los cuales su discurso, su justificación argumentativa, está siempre relacionada y solo tiene sentido existiendo ese otro, ese al que hay que combatir. Para ellos, que han sido elegidos por el miedo a esos enemigos, no hay peor escenario que la desaparición de éstos, pues su discurso queda trunco y en el aire. ¿Se imaginan dónde quedaría el discurso político de un tipo como el ya referenciado Jaime Restrepo sin la existencia de las Farc? ¿tendrá algo que decir en política? ¿habrá quién le crea?
Sin duda, Dios necesita al diablo para que le crean. Y si no pregúntenles a tantos teólogos que se han enfurecido en la historia ante quienes quieren suprimir el infierno. Ahora bien, no es extraño que haya tantos despavoridos con el posible fin de las Farc, pues y aunque nunca lo entiendan, en el fondo saben que es su elegía política y sus idus de marzo en el escenario de la historia nacional. Por eso, y aunque parezca extraño – como sucede en el cuento- harán todo por mantener vivo el conflicto y por estar siempre vigentes. Aunque parezca absurdo, esa es su lógica.
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