El día en que Charly García no cantó

“No voy a desistir, aunque me digan que todo es tan iluso, no voy a desistir, aunque me digan que ya no hay nada más”. El karma de vivir en el sur.

A eso de las 10:20 pm del 15 de noviembre de 2013 se abrió el telón y la desilusión llegó mucho antes de que el representante tomara el micrófono. El montaje en el escenario duró una hora, y a lo lejos veía los teclados de Charly, los micrófonos, la batería de Fernando Samalea, los teclados de apoyo del Zorrito Quintero y una muñeca desnuda en la parte más visible del escenario.

Charly García & The Prostitution regresaban a Colombia después de un año, en el 2012 habían asistido a Rock al Parque y su presentación fue un éxito. 60×60, el nombre del disco, era la gira que Charly había emprendido desde México hasta la Argentina, pero que no se pudo culminar.

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Llegué a Charly García muy tarde, ya a mi edad adulta, con una carrera culminada y con ansias de buscar en algún género los vestigios de una utopía que sin quererlo, yo también sostenía en ese presente. Por el azar llegué al MTV Unplugged que realizó Charly García en 1995, después de pasar un día escuchando los desconectados de varios artistas me topé con el del argentino.

Sin afán y sin curiosidad, dejé rodar el vídeo y apareció un hombre alto, con bigote en degradé y de cabello color negro con tintes rubios. Gafas al estilo Lennón y una sonrisa bastante llamativa quedó eclipsada por culpa de un golpe seco y constante de un redoblante cubierto por un trapo. Este viejo truco de percusión puso en marcha a uno de los mejores desconectados de MTV. El teclado de Charly se sincronizó con la percusión y a su vez una mujer de hermosas piernas se unió al llamado de ese redoblante que invitaba a la batalla, al disfrute, al deleite de más de una década de buena música. María Gabriela Espumel, la guitarra principal, llamó mi atención por la libertad que se veía en sus dedos para estar en un unísono que se mezclaba con el violín y el violoncelo que Charly había invitado para esta ocasión especial sin saber, que 17 años después, sería parte fundamental de su gira 60×60.

Dejé que el vídeo rodara, lo escuché a lo lejos mientras revisaba documentos que ya no recuerdo porque bastó poco tiempo para sintonizarme con lo que escuchaba. Lo volví a reproducir y me fijé en cada una de las canciones, en cada una de las palabras que calaban profundamente en el ideal que yo fui nutriendo en mi juventud y parte de mi madurez. En aquella tarde de descubrimiento me encontré a un Charly soñador, con esperanza e ilusión de una generación que pudo ser diferente y se quedó en el camino, en el vacío del cambio. Pero a la vez sentía que esa bandera estaba lista para que mi generación la tomara, la llevara y siguiera adelante para hacer del arte un instrumento puntal que construyera un consciente colectivo.

Me detuve en dos canciones que empezaron a reforzar mi tesis de ese momento en la cual sostenía que Charly es un artista que destruye hoteles y está siempre cerca de la revolución, siempre está con la bandera del amor que se confunde con sus guitarras agudas, teclados desmedidos y una mezcla de tango y The  Beatles con toques de clamor de una América latina desolada, dolida y desbastada por las dictaduras en los años 70 y 80. La libertad y la esperanza fue el punto crucial para entender que Charly no era un artista como los demás, él tenía clara la concepción de la música que se debía hacer en un tiempo en donde se necesitó más que nunca.

Los jóvenes argentinos, al igual que los chilenos y los colombianos, necesitaban entender qué era lo que estaba pasando en su país, qué era esa corriente política de las dictaduras que estaba azotando al nuevo continente de una forma desmedida y absurda. Lo más interesante del caso era que en paralelo a éstos cuestionamientos, nacía otro con más fuerza y desesperación, era la necesidad de saber dónde estaban aquellos que una noche se perdieron de camino a casa, que en la mañana rumbo a la universidad su camino se truncó y que la espera se hizo larga porque en muchos casos, jamás se supo de ellos, pero se sabía que era la dictadura la que tenía que ver con tantas desapariciones. Como lo dijo Charly en su momento: “No fueron las pastillas fueron los hombres de gris”.

Y mientras todo esto me llegaba como un carga pesada y desgastante, seguí sin perder tiempo en el estudio, buscando más de Charly, asociándome más con ese bigote y con su flacura que era la clara muestra de una vida que se iba por la borda, que se derrumbaba por culpa de una fama que nunca supo cómo funcionaba ni hasta dónde lo iba a llevar. De todas formas, para mí Charly era una salvación, en ese momento su música llegó como una tormenta que hasta el sol de hoy no ha tenido calma.

Me dejé llevar por su influencia, porque al igual que él, nunca me gustaron las promesas sobre el bidet, nunca me gustaron esos extraños peinados nuevos. La creación de universos en su música me hizo toparme directo y sin anestesia con Clics Modernos y sí, también creo que aún nos siguen pegando abajo, que somos extraños en estas ciudades que se muestran ante el mundo de una forma tan pacífica y falsa, que solo tratando de experimentar el día tras día comprendemos que no vivimos sino sobrevivimos entre tanta banalidad y expresiones musicales que no son capaces de describir en lo más mínimo la realidad en la que vivimos.

Con los meses y después de tener claro que Piano Bar, Clics Modernos y Parte de la Religión eran mis discos preferidos de Charly, llegó a mí como un descubrimiento delirante el papel tan fuerte que juegan las metáforas en las canciones del padre del Rock en español. Gracias a Charly llegué a Luis Alberto Spinetta, quien creería-y sé que muchos me apoyaran-, es el abuelo del rock en Español.

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Había llevado al trabajo ropa de cambio, era viernes 15 de noviembre y mi ilusión de ver a Charly no tenía límites. Había dedicado el último año a escucharlo en YouTube en todas las versiones posibles, en conciertos, en colaboraciones, en programas de televisión, sus escándalos, en sus peores y grandes momentos. Llegué a creer que lo conocía bastante bien. Tomé un transmilenio hasta el Coliseo el Campin, fue un día agitado porque quería llegar temprano, quería ser el primero, era mi primera experiencia en un concierto, porque nunca me ha gustado las aglomeraciones de personas y menos cuando se trata de estos certámenes.

El día estaba nublado, amenazaba con llover pero igual no importaba, yo quería ver a Charly y llegué a buena hora, eran las seis de la tarde y la fila ya contaba con más de doscientas personas. Mi angustia giraba en torno a los comentarios de algunos amigos que ya habían ido al Coliseo el Campin y decían que nunca se respetaba silla, que simplemente era entrar y acomodarse en donde mejor pudiera, y así lo hice, entré y me ubiqué lo más cerca posible que pude del escenario y me encontré con el montaje de Fito Páez, todo color rosa, un terciopelo que cubría el piano, las bases de los micrófonos y el borde de la tarima que le daba un toque de elegancia y ese swing que sólo él le puede brindar.

Fito Páez subió al escenario a eso de las ocho de la noche. Se sentó frente al piano y empezó el recorrido por sus canciones más famosas, fueron dos horas de concierto mientras el Coliseo solo estaba lleno en las gradas. La parte central, frente al escenario –preferencial- estaba desocupada y parecía que Fito le cantaba a un montón de sillas blancas. Al terminar su show, le dio apertura a Charly García con palabras que sobrepasaban el amor infinito que Fito le tiene al dinosaurio del Rock.

fito-charly

El Coliseo empezó a llenarse, personalidades de la farándula y del arte ocuparon las sillas blancas que acompañaron fielmente al cantante de Rosario. Mario de Doctor Crápula, el periodista Pascual Gaviria, Andrea Echeverry de aterciopelados eran algunas de las personas que podía visualizar desde mi grada. Se informó que el montaje para el show de Charly duraba una hora a una hora y media, que tuviéramos paciencia y así fue, tiempo después estaba listo el escenario hasta que el empresario de Charly García salió a informar que el cantante argentino sufrió una complicación de salud y fue necesario trasladarlo a una clínica.

A las 10:45 pm se supo que lo que Charly había sufrido fue un “aumento crítico de la presión arterial”. En aquel entonces, García, de 62 años, no soportó la altura bogotana y le tocó hacerle caso al médico quien le recomendó descanso y cese de actividades por 48 horas mientras determinaban el paso a seguir. Salí del Coliseo como todos los demás espectadores, con la cara larga y la impotencia de no ver a Charly García con su gira 60×60, sin poder cantar sus canciones a grito herido y peor aún, con la sensación de que quizás no volveríamos a ver a Charly en Bogotá.

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Charly García siempre estuvo a la vanguardia, siempre daba un paso largo a lo que se estaba haciendo en el rock en ese momento. De eso somos testigo todos con Clics Modernos, somos testigos con Influencia, un disco ya del nuevo milenio en el que dejó en claro porqué es uno de los grandes del rock, que es una leyenda viva y que aunque su salud empezaba a fallar él seguía siendo un referente para las nuevas generaciones.

Las canciones de Charly eran un aliciente para los jóvenes de aquellos años que aún entre tanta zozobra mantenían latentes los sueños de una sociedad mejor, y con esa idea se hicieron fuertes y en la línea del frente, se posicionaron para decirle no al entorno que los fastidiaba. “Aunque cambiemos de lugar las trincheras y aunque cambiemos de color las banderas, siempre es como la primera vez… y mientras todo el mundo sigue bailando, se ve a unos pibes que aún siguen buscando, encontrarse por  primera vez”. En esa frase y a mi parecer, se condensa todo lo que Charly siempre quiso decir en la producción musical más amplia de su carrera. Pues como ya lo he dicho, todo gira en torno al amor y a la esperanza, que en medio de tanta guerra e injusticia siempre hay espacio para que el ser humano construya su mundo perfecto, aunque fuera en su cabeza, en un grupo de amigos, en una expresión artística.

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Desde aquel 15 de noviembre Charly no ha vuelto a Bogotá, la recomendación más precisa fue volver a su país y allí guardar reposo. Solo dos años después volvió a dar un concierto y ahora solo se le ve cantando en Argentina, su salud no le da para tanto y los vestigios de una vida desordenada y llena de drogas no le dan pie para seguir siendo el hombre de la vanguardia, el desenfrenado compositor y pianista que pasaba horas y horas ensayando sin piedad. Uno de sus músicos, el Zorrito Quintero, dijo en el documental Los enfermeros, que cuenta cómo Charly hizo su disco piano bar, “que Charly era incansable, que trabajaba mucho y que eso agotaba a la banda”. Ahora con un ritmo más moderado sigue cantando y tratando de volver a ser el de antes, pero yo no quiero que sea el de antes, quiero que siga vivo para que esta leyenda no acabe y poder seguir diciendo: Say no more.

Editor Cultura: Juan Camilo Parra Martinez

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Santo Tomás, columnista y periodista freenlace. Ha escrito para varios medios de comunicación. Su pasión entre la literatura y el periodismo lo llevó a buscar un punto central en donde la ficción y la realidad se crucen, se toquen pero no se confundan.

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