He tenido un montón de opiniones dando vueltas en mi cabeza últimamente y hasta ahora no se me había presentado el momento para escribir de nuevo. Podría dedicarle otro artículo a “Juampa”, pero el personaje carece de relevancia (y no lo digo yo, sino el número de sillas vacías durante su discurso en la ONU), y ya le he gastado bastantes páginas en mis artículos. Sin embargo otro artículo sobre política no sería mala idea, desde que no sea sobre los chismes del capitolio que encantan a la prensa colombiana. Los medios ‘negracandelizaron’ tanto la política que ahora importan más los chorros de babas de Iván Cepeda que las reformas tributarias, la situación del medio ambiente, el crecimiento del PIB y la anorquia del presidente.
Entonces sí, voy a hablar sobre política, pero no sobre Colombia sino sobre las recientes protestas por la democracia en Hong Kong. Mientras que en Colombia más de la mitad de la población habilitada para votar no lo hace, en Hong Kong la gente sale a la calle a exigir que le dejen elegir libremente a sus gobernantes. Allá se enfrentan a una autoridad que quiere controlar las elecciones, mientras que acá la Unidad Nacional y la izquierda arrodillada a Santos, pero también el Centro Democrático, pretenden que con el voto obligatorio la gente acuda masivamente a las urnas. Ambas medidas son contrarias a la democracia, pues el voto es un derecho, pero también la abstención (bien sustentada) es una posibilidad que no le debe ser negada a ningún ciudadano.
La ciudad de Hong Kong en la costa sur de la China fue colonia británica hasta 1997, año en el que le fue cedida a la República Popular China. Gracias a las condiciones exigidas por el Reino Unido al momento de cederla, Hong Kong es una ciudad prácticamente independiente. El gobierno chino sólo interviene en Hong Kong en relación con la defensa y la política exterior, mientras que todos los temas internos son decididos por las autoridades autónomas de la ciudad. Aunque el tratado que dio la libertad a Hong Kong haya fijado estas condiciones, es frecuente que el gobierno chino se meta en asuntos propios de la ciudad. La República Popular China busca, gradualmente, incrementar su influencia en Hong Kong.
Uno de los temas espinosos en los que China se ha metido es la democracia. Actualmente Hong Kong es gobernada por un Jefe Ejecutivo que es elegido por un Comité Electoral compuesto por 1200 representantes de distintos sectores de la sociedad como el financiero, el comercial, el industrial, la clase política, los profesionales y de los servicios sociales y religiosos. Muchos de estos representantes son elegidos a dedos por las élites económicas urbanas y por las fachadas del Partido Comunista Chino, que vale la pena aclarar, hace más de 20 años dejó de ser comunista al preferir el capitalismo exitoso de ciudades como esta en comparación con el desastre socialista de Mao.
Los gobiernos de Hong Kong han sido hasta ahora aliados de Beijing, impulsados por los comerciantes, industriales y banqueros locales, y se han caracterizado por ser muy exitosos en el manejo de la economía. El temor principal del gobierno chino y de las élites de la ciudad es que con el voto universal lleguen mandatarios menos capacitados y más rebeldes.
Aun así el congreso de la República Popular China, controlado casi absolutamente por los “comunistas”, se comprometió en 2007 a permitir el voto a todos los ciudadanos de Hong Kong para las elecciones de 2017, tras muchos reclamos años de la sociedad. Pero China no iba a renunciar a su ambición de controlar Hong Kong así de fácil, el voto para todos tendría un precio: éste año establecieron que los mismos 1200 representantes del Comité Electoral serán los encargados de elegir los dos o tres candidatos que se presenten, para que la ciudadanía escoja entre las opciones autorizadas e impuestas.
La medida molestó a la población, que salió a las calles enojada a protestar en pleno centro de Hong Kong, en uno de los distritos de negocios más importantes del mundo, y en donde se concentran muchas corporaciones multinacionales. Las protestas han tenido gran impacto, y debido a que muchos manifestantes llevan a ellas sombrillas para protegerse de los gases lacrimógenos lanzados por las fuerzas del gobierno, han sido bautizadas en los medios internacionales como “la revolución de los paraguas”. Las encuestas hechas en la ciudad registran más de un 60% de respaldo a los objetivos de las protestas.
South China Morning Post
Si la revolución de los paraguas tiene éxito o no, sólo el tiempo nos lo dirá. Pero estas protestas, que ya crecen a niveles más grandes que las de Tiananmen, ya están haciendo historia en dos aspectos: el orden y la civilidad. Las protestas no han sido violentas, los manifestantes han creado bases para distribuir agua y alimentos, prestar atención médica y recoger residuos (separados para cumplir con los estándares del reciclaje). A los habitantes y comerciantes de los sectores en los que se hacen las protestas se les envían mensajes donde los manifestantes se disculpan por las molestias ocasionadas.
Pase lo que pase en Hong Kong, son muchas las lecciones que Colombia podría aprender de esta próspera ciudad y de sus habitantes. Una de ellas, que la democracia hay que lucharla día tras día, pues no es una garantía permanente. Otra, que las protestas legítimas de la ciudadanía rara vez son planeadas con anticipación en los partidos de izquierda y las autodenominadas organizaciones sociales, sino que surgen espontáneamente y con un respaldo masivo de la población. La gente sale a la calle cuando quiere, no cuando “la movilizan”. La más importante, que los métodos de protesta violenta, con encapuchados, papas bomba y vandalismo a los que estamos acostumbrados en Colombia, no son la única forma de hacerse oír. El gobierno chino es mucho más sordo que el colombiano y tiembla frente a las “molestias ocasionadas” por la revolución de los paraguas. Jamás, por el contrario, un gobierno colombiano ha sentido cosquillas por los gritos y explosivos de estudiantes, sindicatos y campesinos sacados a las calles desde arriba por la izquierda anacrónica de Colombia.
Imagenes: Orientalreview.org, South China Morning Post
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